POR Diana Vásquez | 10 de diciembre de 2025, 17:55 PM
En San Joaquín de Flores la Navidad no empieza con luces ni con villancicos, sino con la letra temblorosa de cientos de deseos escritos a mano. Desde hace tres décadas, Guísele Vargas convierte el árbol que tiene frente a su casa en un pequeño prodigio: un símbolo que habla sin decir palabra, sostenido por platos reciclados que cuelgan como oraciones domésticas movidas por el viento.
No usa esferas ni adornos comprados. Lo suyo es otra cosa: dar nueva vida a lo que otros desechan. Cada diciembre, la mesa familiar se llena de platos recuperados durante el año, y sobre cada uno se escribe un deseo, un agradecimiento o un pensamiento para estas fiestas. Lo que empezó como un gesto heredado de su madre se ha transformado en un ritual colectivo que ya nadie en el barrio quiere perderse.
La convocatoria es sencilla: Guísele llama a toda su familia, los vecinos se acercan, y los niños de una escuela cercana llegan con sus propios mensajes. Esa mezcla de caligrafías convierte el árbol en un mural vivo, donde las ilusiones infantiles conviven con plegarias adultas, donde cada plato sostiene una parte del barrio.
El resultado es humilde y poderoso: un árbol que se ha vuelto tradición y que, cada año, detiene a quienes pasan por la acera. Unos se toman una foto; otros leen en silencio; algunos sonríen al encontrar en los mensajes un reflejo de su propia esperanza. Con cada plato colgado, Guísele honra la memoria de su madre y recuerda, a toda la comunidad, que la Navidad también se escribe a mano y entre muchos.
Puede repasar el reportaje completo en el video que aparece en la portada del artículo.
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