POR Johnny López | 9 de diciembre de 2025, 18:56 PM

A sus 80 años, don Eduardo Retana ha logrado algo que no todas las vidas permiten: conservar intacto el impulso de correr detrás de un balón. Lo hace con la misma energía con la que recorre, día tras día, las calles de Guadalupe en su taxi. Tres veces por semana cambia el volante por los tacos, se pone la camiseta de su equipo y se entrega a un ritual que le ha acompañado desde siempre: jugar la mejenga como si fuera la primera.

Quienes lo ven trabajar lo describen como un hombre sereno, atento y profundamente respetuoso. Pero esa imagen apenas es la mitad de la historia. Al final de cada jornada, cuando apaga el taxímetro, empieza otra ruta que él mismo se ha empeñado en mantener viva. Don Eduardo organiza los partidos, define horarios, carga balones y se asegura de que nadie falte. “Si no lo hago yo, no se arma”, dice con esa risa de quien ha aprendido a tomarse los años con buen humor. Porque en cada barrio hay un fiebre del fútbol, pero en el suyo ese “chiquillo” ya tiene ocho décadas de vida.

Comenzó a jugar desde muy joven y, aunque el tiempo ha avanzado sin tregua, su espíritu se mantiene firme. En la cancha se despoja de todo lo que pesa: el tráfico, el cansancio, las preocupaciones. Allí solo quedan el juego, las risas y los amigos. Sus compañeros lo reconocen como ejemplo, no solo por su condición física, sino por la disciplina que sostiene su rutina. “Es un ejemplo para todos —cuentan—, porque si él puede jugar tres veces por semana, nosotros no tenemos excusa”.

Él atribuye su fortaleza a mantenerse activo, a cuidar la salud y, sobre todo, a no perder la alegría. Los médicos lo han animado a seguir. “El movimiento es vida”, le repiten. Y él lo toma al pie de la letra. “Mientras el corazón aguante, seguiré en la cancha”, afirma mientras ajusta el espejo retrovisor antes de comenzar otro viaje.

Entre el trabajo y la pasión, don Eduardo ha demostrado que la edad no es una frontera, sino una invitación a disfrutar lo que se ama con más calma, pero con la misma intensidad. Cuando el cuerpo responde y el alma sonríe, no hay calendario que valga. Solo ganas. Y esas, a don Eduardo, todavía le sobran.

Para conocer la historia completa, puede repasar el reportaje en el video que aparece en la portada del artículo.

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