Por Rubén McAdam 25 de noviembre de 2025, 17:55 PM

En el Centro del Adulto Mayor de Tirrases vive Jorge Valverde, un hombre de 70 años cuya vida parece contarse mejor en capas de color que en capítulos. Durante casi una década caminó por América Latina sin mapa ni prisa, moviéndose entre Brasil, Panamá y otros rincones donde el trabajo aparecía como aparecían los días: inesperadamente. No tuvo hijos; la vida, que a veces escribe sin tinta, lo fue llevando de vuelta a Costa Rica como quien vuelve a un lugar sin darse cuenta de que nunca lo dejó del todo.

Hoy convive con la diabetes, una condición que lo llevó a internarse en el centro donde recibe cuido y compañía. Y fue allí, justo cuando la rutina amenazaba con volverse un silencio largo, donde regresó algo que creía perdido: la pintura, ese gesto íntimo que había dejado abandonado en otra vida.

Jorge pinta hasta cuatro cuadros diarios. Acuarelas que nacen sin boceto, desde la memoria, desde algún rincón que parece seguir intacto por dentro. Cuerpos, perfiles, paisajes que conoció o imaginó; todos aparecen en sus hojas como si la mano supiera el camino sin consultarle.

“Cuando pinto, siento que vuelvo a caminar por los lugares donde he estado”, dice, sosteniendo un pincel con la delicadeza de quien sostiene un recuerdo.

Los pasillos del centro parecen una galería involuntaria: paredes enteras convertidas en ventanas a un mundo interior que se despliega sin pudor. Lo que empezó como una terapia para ocupar el tiempo se volvió un acto de resistencia, un motor que lo mantiene despierto, activo, latiendo.

Entre tonos suaves y trazos seguros, Jorge encontró un lugar en el que no solo vive: florece. Y su historia —hecha de viajes, silencios y renacimientos— demuestra que nunca es tarde para volver a empezar, para regresar a lo que un día nos sostuvo y para recordar que, a veces, el arte cura lo que la medicina apenas acompaña.

Repase el reportaje completo en el video que aparece en la portada de este artículo.

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