28 de julio de 2021, 11:13 AM

Bernal Fonseca / Empresario, comunicador y productor de televisión 

El primer centro de estudios universitarios en Costa Rica se creó en 1843 bajo el nombre de Universidad Santo Tomás de Aquino. Desde entonces, hemos esperado que estas “casas de conocimiento” sean protagonistas de la transformación social, al punto de que hoy hemos normalizada la presión por llegar a esta etapa educativa, e inclusive sostenemos el mito de que quien pasa por esos pasillos tiene una ruta más cercana al “éxito”.

Expectativa versus realidad. Según el último informe del Estado de la Educación Costarricense (2019) elaborado por el Estado de la Nación, en nuestro país existen 54 universidades privadas y 5 públicas con una oferta académica de 1.534 programas, de los cuales el 83% (1.277 programas) no tienen una actualización en los últimos 5 años y el 60% (920 programas) no la reciben en 10 años.

¿Se imagina estar invirtiendo tiempo o dinero en una formación profesional incapaz de responder a las exigencias actuales? Pues esto es lo que sucede; de hecho, un dato interesante es que a esta generación de la humanidad se le ha denominado como la “sociedad del conocimiento” pero con el escenario planteado, las universidades lo que están haciendo es todo lo contrario, y se han convertido en casas del desconocimiento.

Las causas. Burocracia, intereses políticos, docentes desactualizados o mal pagados, con una experiencia reducida o nula en las “grandes ligas” del mercado laboral, una mínima cantidad de presupuesto destinada a la investigación, desarticulación entre las mismas universidades, fomentada por la competencia de ver quién vende más, comunicar discursos incoherentes con la experiencia en las aulas y entes reguladores adormecidos, defensores de sus intereses donde ninguno asume la responsabilidad de este desastre. Una más, programas académicos que condenan a las personas a estar en las aulas más de 6 años sin tener experiencias laborales previas por su “oferta de horarios”.

Recuerdo una frase de mi madre: “no importa a qué centro educativo vaya, la diferencia la hace usted”; no la pongo en duda porque sé lo que es crearse las oportunidades propias y que otras personas abran puertas, pero quizás mi madre no había leído un dato más del informe citado anteriormente donde señala que el 23% de los programas (352) no recibe una actualización desde hace dos décadas o más. El centro educativo sí importa y es un vehículo para que cada persona construya sus oportunidades.

Volver a la esencia necesita una revolución. Como la misma ciencia de la complejidad lo plantea, frente a este sistema complejo, debemos ganar perspectiva e identificar los patrones que gobiernan la interacción y comportamiento de las partes para conseguir un resultado.

Ese resultado debe pasar por el bien colectivo, insistiré en ello, porque estamos inmersos en una sociedad que prefiere traicionar su “glorioso propósito”, antes que atreverse a lo diferente, lo desconocido o inexplorado. Quienes hayan visto Loki de Marvel podrán entender mejor esta analogía.

Cierro con esto, según el mismo informe del Estado de la Nación, solo el 50% de la población que ingresa al sistema universitario se gradúa y ante el aumento de la tendencia hacia el desempleo y subempleo juvenil, ¿no será momento de ofrecer conocimiento para poder competir y alcanzar el mitológico “éxito”?

Volvamos a ver a las sociedades con los niveles educativos más relevantes: Corea del Sur, Japón o Finlandia, por citar algunos, donde los docentes son personas con una reputación social, la innovación y la exploración son parte del proceso y las personas estudiantes se caracterizan por su nivel en ciencias y matemáticas, las carreras que marcan el ritmo del progreso.

El próximo mes de agosto se espera una nueva edición del informe del Estado de la Educación Costarricense con lo acontecido en 2020-2021. 

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