8 de febrero de 2021, 9:00 AM

Carlos Aguirre / Consultor Desarrollo Humano Estratégico

Comprender que las diferencias personales no son un factor que reste sino uno que suma no es tarea fácil, pero sí posible. Ciertamente, cada persona es diferente y eso la hace especial. En concordancia con lo anterior, nuestro paso por la vida del otro no es obra de la casualidad. Ahora bien, eso es un asunto de doble vía, pues, en la misma medida que impactamos a los demás, recibimos su impacto y su influencia de regreso. Eso es lo que se conoce como realimentación o “feedback”.

Esa doble vía de la vida nos coloca ante un reto: descubrir cuál es nuestra misión, nuestro propósito −o nuestros propósitos− mientras la recorremos. No hacerlo sería análogo a transitar por un camino sin rumbo alguno. En cambio, cuando clarificamos quiénes somos y qué estamos haciendo en un tiempo y espacio dados, podremos dilucidar también los porqués y los “para qués” de las circunstancias que vivimos, es en esos momentos cuando todo cobra sentido. Todas las circunstancias de la vida son un medio para construirnos, nunca un fin.


Entonces, descubrirnos en nuestra unicidad también pasa por aceptar nuestras diferencias y las de los demás, las cuales lejos de ser un factor que resta potencia deben convertirse en uno que la sume: en las diferencias radica la riqueza. Los equipos que triunfan saben aprovechar el potencial de cada miembro para lograrlo.


Los equipos que triunfan saben aprovechar el potencial de cada miembro para lograrlo


La magia de quienes lideran un equipo deportivo consiste, precisamente, en valerse de las diferencias de sus integrantes para armar un conjunto potente, al que −pese a tener metas individuales distintas− le entregan sus talentos en pro de la consecución de un objetivo común. En lugar de dividirlas o restarlas, las conjugan estratégicamente, es así como logran ser más fuertes.


Ahora, no es raro que a nuestro paso nos encontremos con personas con expectativas de que todos actuemos igual, eso sucede porque temen equivocarse: “Si otros también lo hacen, no seré solo yo”, razonan. 


Es por eso que debemos aprender a discriminar entre lo que se espera de nosotros, lo que podemos dar y lo que hacemos para darlo; cuando eso no se logra, nos conformamos con poco y los resultados  no son los esperados por quienes nos confiaron una tarea, ni los ofrecidos por nosotros cuando la asumimos. 


Con frecuencia, cuando alguien no tiene un puesto, desea estar en él; no obstante, cuando lo consigue, tiende a olvidar cuánto le costó llegar ahí, y cuánto lo anhelaba; actitudes así, influyen en el esfuerzo por lograr un equipo de alto rendimiento.


Cada persona es diferente y especial


Como producto de eso, en la convivencia diaria, el resultado de los otros y la presión de la competencia generan estados de ánimo cambiantes, pues existe un temor latente a ser cambiado. Eso sucede porque, de alguna manera, se es consciente de lo que se ha dejado de aportar al equipo, pero no se asume. Asumirlo implica reconocerlo y cambiar, eso demanda esfuerzo y voluntad.


Será por ello que los equipos ejecutivos o deportivos también fracasan, pues quienes deben trabajar en la potenciación de esas diferencias para aunar fuerzas y generar sinergia, no lo hacen. No se percatan de que la vida es como una cadena donde ningún eslabón sobra. Entonces, en los equipos ejecutivos y deportivos − muchas veces− el fracaso no deviene de la falta de recursos materiales, sino de la ausencia de voluntad y de la incapacidad de generar acciones que fomenten la noción de grupo, de equipo. Consecuentemente, el panorama es que surgen grupos, subgrupos y rivalidades debilitantes: aquello que debió unirlos, se transforma en una verdadera y desgastante zona de competencia.


El desafío mayor será, entonces, aprender a ver al otro −cualquiera que este sea− como el trampolín para mejorar individualmente, y colocar esa mejora en pro de la meta común. Al final, lo que nos hace celebrar un triunfo −la sensación de éxito que experimentamos− no proviene del resultado de un torneo en sí mismo, también −y sobre todo− de saber que lo conseguimos juntos; no a pesar de las diferencias, sino gracias a ellas.