25 de enero de 2021, 8:38 AM

Carlos Aguirre / Consultor Desarrollo Humano Estratégico


Tomar decisiones es un arte, es un acto inherente a la vida, las personas siempre deberemos escoger entre dos o más caminos. Dos personas siempre van a observar una misma situación desde distintas posiciones. Pero eso no es negativo, todo lo contrario, somos tan diversos que el arte consiste precisamente en eso, en poder convergir a pesar de las divergencias.


Tomar decisiones no es tan complicado, lo complejo estriba en aceptar las consecuencias de estas y, en muchos casos, vivir con ellas. Cuando se toman decisiones, la persona les imprime parte de su personalidad. Es posible que algunos, debido a esta, les den mucha importancia a aspectos como el control, el orden, la calidad, las reglas. Ellos tomarán las decisiones a partir de eso que les resulta relevante −y eso no está mal−, incluso, les puede generar la satisfacción de vivir apegados a sus principios. No obstante, también deberán ser conscientes de que, al hacerlo, existe la posibilidad de renunciar a algunas oportunidades.


Otros, por su parte, movidos por una personalidad rígida, dominante, se apresuran y toman decisiones sin temor a equivocarse, eso está bien, no pocas veces es vital que alguien tome la batuta y actúe con premura. Sin embargo, el impacto de una decisión no pensada, debido al exceso de confianza en sí mismo, puede dejar resentidos y resentimientos a su paso. Eso ocurre porque no estamos solos y, casi siempre, nuestras acciones no pasan desapercibidas para quienes nos rodean.


Queda claro que ningún extremo es positivo. Algunos, con tal de no quedar mal con ningún grupo, prefieren el consenso. Entonces, es la complacencia la que se podría estar traslapando detrás de un proceder en apariencia conciliador, porque lo que está detrás de ese consentimiento, a veces, es no quedar mal. Eso tampoco conduce a la consecución de lo que se está buscando y, por el contrario, trae consigo la anulación de la propia persona, con todo el malestar emocional que eso conlleva.


Tomar decisiones no es tan complicado, lo complejo estriba en aceptar las consecuencias de estas y, en muchos casos, vivir con ellas.


Finalmente, la toma de decisiones basada en la emoción que nos embarga en determinado momento nos coloca ante la zozobra por no saber discernir lo positivo de lo negativo, lo cual muchas veces solo se averigua a partir de los resultados, un poco tarde, quizás.


Lo cierto es que siempre habrá una parte subjetiva en la toma de decisiones, ya que en ellas proyectamos la persona que somos, las circunstancias que nos circundan. Por eso, tal vez, debiéramos comenzar por definir cuidadosamente qué es eso que vamos a decidir, que consecuencias nos traerá. Ahora bien, lo que decidimos siempre estará influenciado por algún factor externo o interno: personal, económico, político, jurídico…no estamos blindados contra el impacto de nuestras decisiones, pero sí somos los dueños de la “decisión” de tomarlas o no.