8 de noviembre de 2021, 9:00 AM

Dr. Alexander López / Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica

La falsedad del proceso electoral nicaragüense de este domingo vino a confirmar el franco retroceso de la democracia en la región, vivimos una pérdida de las libertades individuales, y un agudo deterioro del pluralismo electoral, posiblemente el periodo más oscuro que haya tenido la región en tiempos de paz, siendo Nicaragua el mejor (peor) ejemplo de ello, seguido a muy corta distancia por El Salvador. Si la democracia es un sistema de gobierno basado en la decisión de la mayoría, la existencia de elecciones libres y justas, y la protección de la libertad y derechos humanos, lo que ha ocurrido en Nicaragua no es ni mas ni menos que la antítesis de eso.

Recientemente fue presentado el último informe de la Revista The Economist, sobre las democracias en el mundo. Este índice se publicó por primera vez en el 2007 (tomando como base el año 2006), y califica el desempeño democrático de 167 Estados independientes y dos territorios, cubriendo casi la totalidad de la población mundial y la mayoría de Estados (exceptuando los microestados).

Este índice se basa en una definición “amplia” e “inclusiva” de democracia y se compone de cinco categorías: proceso electoral y pluralismo político, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. Con base en la calificación que cada uno de los Estados reciba en todas las categorías se obtiene una calificación general, y dependiendo de esa calificación, el Estado se clasifica en alguna de las cuatro categorías existentes: “democracia plena”, “democracia defectuosa”, “régimen híbrido” o “régimen autoritario”.

Ahora bien, si se observa el comportamiento del índice desde el año 2006 hasta el 2020 en Centroamérica, se logran percibir algunos patrones importantes de la región. En primer lugar, la mayoría de los países centroamericanos mantienen una calificación bastante estable hasta el año 2016, pero posterior a este año, El Salvador, Guatemala, y Honduras comienzan a sufrir un deterioro en su calificación. Similarmente, la calificación de Nicaragua comienza a descender desde el 2009, pero es en el 2016 cuando inicia un descenso más pronunciado. En segundo lugar, los únicos países que permanecen estables y más bien registran mejoras en su calificación son Costa Rica y Panamá, siendo Costa Rica la única democracia plena de la región.

En Centroamérica después de Esquipulas II lo que tuvimos fue solo una competencia electoral, pero hoy desdichadamente en países como Nicaragua o El Salvador ni tan siquiera eso tenemos, todo esto no ha hecho más que llevar a Estados “cuasi” fallidos en donde el Estado de derecho se ha convertido en un sueño de Esquipulas II, pues las pocas instituciones y capacidades que tienen la mayoría de estos Estados de la región han sido secuestradas por políticos autoritarios y populistas, con ello, los Estados nacionales de derecho se encuentran en agonía, es imperativo por ello, detener cuanto antes la regresión autoritaria y populista que estamos viviendo en Centroamérica. Tal como señalaba Vargas Culle (2018), dos acciones son urgentes aquí: por una parte, en el ámbito de las instituciones del Estado de derecho, poner fin a la cooptación de los Poderes Judiciales por los Ejecutivos y reforzar la construcción de una justicia independiente; por otra parte, sanear los sistemas electorales, logrando la plena independencia de las cortes electorales y cortar el financiamiento ilegal de la política.

Parece que en el contexto del Bicentenario, la democracia no es una invitada de honor en la mayoría de los países de la región, así para algunos las democracias están muriendo por el rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas del juego, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos, la tolerancia o fomento de la violencia y la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación (“Cómo mueren las democracias”, Levitsky & Ziblatt, 2018). La COVID-19 ha reforzado aún más esta crisis, poniendo de manifiesto la fragilidad económica y la debilidad en la gestión de las instituciones de los Estados centroamericanas, lo que ha llevado también a una fragilidad social, los mecanismos de ascenso social se han transformado en estructuras de rápidos descensos sociales, lo cual igualmente pone en “jaque” el compromiso democrático que las sociedades centroamericanas impulsaron en el marco de Esquipulas II, y que ayer en Nicaragua y posiblemente “mañana” en El Salvador pasaran tristemente del “jaque” al “jaque mate”.

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