10 de febrero de 2021, 9:00 AM

Antonio Barrios / Analista Internacional y Profesor invitado de las Universidades del Kurdistán en Irak​​

El recién asumido presidente de Estados Unidos (EE. UU.) Joe Biden tiene en sus manos una enorme cantidad de problemas de política interna y política exterior. Los desatinos dejados por su predecesor Donald Trump son de una dimensión, posiblemente similar a los retos que debió asumir EE. UU., luego de la Segunda Guerra Mundial o la fragmentación interna que dejó la guerra en Vietnam. Biden tiene dos grandes prioridades: una comercial, y por lo que representa China como desafío geopolítico para EE. UU.; y la otra es el acuerdo nuclear con Irán y la estabilidad en el Medio Oriente, más dos actores claves como Arabia Saudita e Israel que, en primera instancia son aliados de EE. UU. En el imperativo de la política internacional está lo que se conoce como el cronómetro de las potencias desde donde se miden las acciones tempranas o tardías que definen las ventajas en la toma de decisiones. Lo cierto es que Trump le dejó a Biden un camino muy complicado para restaurar un acuerdo nuclear con los ayatolás iraníes.

​Desde la llegada de la Revolución Islámica en Irán en 1979, la relación del país persa con EE. UU. e Irán siempre ha sido tensa, incluso con amagos militares en algunas partes del Medio Oriente, principalmente en el Estrecho de Ormuz, dinámica de confrontación que había cesado cuando la Administración Barack Obama firmó con Irán el primer acuerdo nuclear multilateral en 2015. Durante la presidencia Trump todo se vino abajo cuando éste desconoció y renunció al acuerdo nuclear, conocido como “Plan de Acción Integral Conjunto” (JCPOA por sus siglas en inglés). Hoy el presidente Joe Biden quiere regresar sin miramientos a los términos del JCPOA entre Irán, Estados Unidos y cinco países (Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia y China), con el auspicio de Naciones Unidas, principalmente la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA).

​El JCPOA estaba encausado a la limitación y el control internacional de la producción iraní de materia fisible (entiéndase uranio enriquecido) para uso militar. El acuerdo le impedía a Irán fabricar cualquier armamento nuclear de carácter ofensivo durante los siguientes quince años, a cambio habría un gradual levantamiento de las sanciones económicas internacionales que afectan a los iraníes. Dos años después, el entonces presidente Trump revocó ese acuerdo, para la alegría de los dirigentes israelíes y principalmente Benjamín Netanyahu luego de una intensa campaña mediática de mentiras diciendo que Irán seguía produciendo uranio a escala inimaginable. Pese a ello, la Unión Europea (UE) le demandó a Netanyahu las pruebas antes de proceder a otras acciones conforme a los términos del JCPOA. Las pruebas jamás fueron dadas. A Netanyahu le bastaba solo el apoyo de Trump de la mano de las monarquías del Golfo Pérsico, principalmente Arabia Saudita. Desde el retiro estadounidense del JCPOA, Irán ha experimentado las sanciones económicas más agresivas de su historia.

​Biden cree que ante un posible retorno de EE. UU. al acuerdo nuclear, Irán debe dar el primer paso. Empero, fue EE. UU. quien se retiró unilateralmente y reimpuso agresivas sanciones económicas. Una nueva negociación sería para la prolongación de las prohibiciones a la producción de uranio enriquecido y una limitación drástica de los misiles balísticos que disponen los iraníes, no contemplados en el acuerdo del 2015. Biden está sutilmente siguiendo la política de Trump. Le corresponde a EE. UU. restablecer la confianza deteriorada en la política exterior, y Biden lo sabe.

​Cierta diplomacia funciona mejor por la vía secreta cuando hay inevitablemente un cambio de mando en EE. UU., y sobre todo cuando hay una confrontación entre dos o más potencias. Así fue cuando los estrategas de Reagan, siendo éste candidato presidencial, habían negociado en secreto la liberación de los rehenes estadounidense en Irán previo a su juramentación como presidente. No hay duda que los funcionarios de Biden, previo a juramentación como presidente, ya tuvieron conversaciones secretas con las autoridades iraníes. No es posible consumar un acercamiento con Irán si EE. UU. no regresa al acuerdo del 2015, colapso propiciado por Israel que tiene a la Casa Blanca como un territorio ocupado. Irán considera necesario el levantamiento efectivo de las sanciones. Además, EE. UU. debe valorar que un mejoramiento de las relaciones con China y Rusia pasan primero por Teherán.

A Biden le corresponderá reparar el daño que dejó Trump en las relaciones EE. UU.-Irán y la profundidad de las alianzas malsanas con sus aliados históricos en el Medio Oriente, sobre todo con los saudíes responsables de crímenes de guerra en Yemen. Durante la administración Trump, Israel ha tenido libre albedrío para atacar a Irán con una impunidad similar al despojo que le hace a los palestinos. Un comando al parecer israelí había asesinado al científico Mohsen Fakhrizadeh, considerado como el arquitecto de la investigación nuclear iraní; similar a la forma en cómo Trump ordenó el asesinato del general Qasem Soleimani, número uno de la Guardia Revolucionaria, y que con éxito derrotó al Estado Islámico en Irak y Siria en alianza con fuerzas kurdas, iraquíes y con el apoyo militar aéreo de EE. UU.

El objetivo de Israel al asesinar recientemente al científico iraní Mohsen Fakhrizadeh no es solo retrasar el potencial nuclear de Irán, sino forzar a Irán a responder. La respuesta inteligente de Irán fue no caer a las provocaciones israelíes. Con el asesinato del científico Fakhrizadeh, Netanyahu le está demostrando a Biden que seguiría determinado en sabotear cualquier acercamiento o negociación de EE. UU. con Irán, utilizando cualquier estrategia de desprestigio en la que Israel es experta, a través de la Hasbará. Además, Netanyahu está dispuesto a demostrarle a Irán que es capaz de atacar a sus ediles más protegidos. Si Biden jamás condenó el asesinato de Fakhrizadeh es porque sabía de la responsabilidad de Israel. Tampoco se descarta que, ante tan estrecha alianza anti iraní entre Israel y Arabia Saudita, algunos ataques que sucedieron en el reino saudí y en Irak sobre instalaciones petroleras y bases militares hayan sido actos de falsa bandera con el objetivo de atribuírselos a Irán y provocar una mayor escalada militar de la Casa Blanca. Trump no cayó en la trampa de una confrontación bélica mayor a la ya provocada con el asesinato de Qasam Soleimani. También es claro que Israel y Arabia Saudita no se atreverían a una guerra con Irán sin el apoyo estadounidense, aunque sus bases militares tengan rodeado a los iraníes. Biden le teme a la Hasbará, entidad que no solo busca desprestigiar a quien se atreva a criticar a Israel, sino que lo diga Norman Filkenstein, gran intelectual judío de prestigiosas universidades en EE. UU. Barack Obama siendo presidente ya pasó por ese infierno de la crítica por parte de Israel al firmar un acuerdo nuclear con Irán en 2015.


La pregunta es si todavía es posible que Netanyahu logre contrarrestar el acercamiento de Biden a Irán. La realidad es que no depende de Israel, sino de la entereza en las decisiones de Biden y de saber sopesar las oportunidades para la estabilidad de la región del Medio Oriente. Biden al nombrar a Anthony Blinken como Secretario de Estado, otrora defensor del acuerdo nuclear en la era Obama, hoy su posición al respecto se mantiene, pero abiertamente a favor de Israel y a la derecha colonial, lo que deja duda si Blinken apoyará hoy un regreso de EE. UU. al acuerdo nuclear. Cuidado que a hurtadillas Blinken trabaje para Israel y no para EE. UU. como lo hacía Jareed Kushner, yerno de Trump, en eso que insisto de una Casa Blanca como territorio ocupado de Israel.

El regreso a una relación más pausada entre Estados Unidos e Irán sigue siendo incierta porque Biden tiene de frente a israelíes, saudíes más otros apoyos de poder que Trump tenía durante su presidencia; entre éstas una opinión pública estadounidense muy bien sazonada en mentiras y rechazos hacia Irán. Los iraníes también enfrentan a lo interno de la política, fragmentaciones entre conservadores y moderados dentro de la misma revolución por la forma en cómo se ha manejado el asunto nuclear; además de una oposición política que crece cada día.  Pese a este ambiente complicado, Biden tiene mayoría en el Congreso y en el Senado. Esto no garantiza nada porque dentro del partido demócrata hay un ala pro israelí muy fuerte y en contra de Irán, no en vano se dice que más republicana que demócrata. Hasta el mismo presidente iraní Hasán Rohaní, que durante cuatro años defendió la mesura ante el desquiciado de Washington, hoy está debilitado porque los conservadores iraníes exigían más agresividad contra EE. UU. Y Biden también estaría en dificultades ante su propia opinión pública, esa que fue muy bien sazonada.

Esa ansiada victoria de dos demócratas en las elecciones senatoriales de Georgia del 5 de enero, le da a Biden un mejor manejo de la política en el Senado. Esto aligerará su carga de trabajo en muchos temas. Cuatro años le bastaron a Trump para colocar a Irán y China como el “enemigo”; y así ha reaccionado la opinión pública estadounidense, plétora de prejuicios como antaño en la Guerra Fría. En cuanto a los iraníes, sus líderes empezaron a aumentar la presión sobre Biden cuando el líder religioso Ayatolá Alí Jamenei a inicios de enero, ordenó la reanudación de la producción de uranio enriquecido al 20 por ciento. Esta estrategia era con el fin de amalgamar a los iraníes en torno a un nacionalismo frente a un tema común porque el 18 de junio son las elecciones presidenciales en Irán.

Alí Jamenei, el líder espiritual de la revolución y poseedor del principal poder no tiene prisa en que EE. UU. regrese al acuerdo nuclear si no se levantan las sanciones, sobre todo porque Teherán no negociará nada de su potencial de defensa. El enriquecimiento de uranio es el quid, no otra cosa. Así que podría pensarse que hará ruta de colisión si Biden cree tener la autoridad moral para exigir, sobre todo la seguridad en el Estrecho de Ormuz y sobre las influencias geopolíticas de Irán en la región. Israel tampoco podrá con todo si no tiene a una administración estadounidense completamente de su lado como lo era Trump, una simbiosis nunca antes vista. Por eso es que Irán hábilmente insiste en un regreso al acuerdo del 2015, no uno nuevo porque éste aún sigue vigente para los demás países que lo suscribieron. Por cómo se han suscitado los eventos políticos en Irán es probable que vuelva a la presidencia de Irán un conservador que, aun cuando quisiera oponerse a la negociación, tampoco podría quebrar la voluntad del líder religioso Alí Jamenei para regresar a la mesa de negociación sobre el acuerdo del 2015. Solo dos países en el Medio Oriente pueden dar un giro radical a los eventos políticos: Israel e Irán, los demás circundan como satélites, esperando a cuál fuerza de gravedad asirse.

(En la segunda parte de este artículo analizaré los alcances de las teorías de la disuasión, las teorías del conflicto y las teorías geopolíticas en la región del Medio Oriente a partir del equilibrio de poder nuclear).