14 de febrero de 2022, 17:18 PM

Dr. Alexander López/ Académico de la Universidad Nacional. 

En esta misma columna hace dos semanas analizaba los temas que marcarán la agenda global en este 2022, es así como en esa línea, quiero presentar en este artículo, los desafíos que enfrenta el Estado costarricense ante esa nueva dinámica global desde el punto de vista de la formulación de la política exterior. Para países como Costa Rica cuyo desarrollo en gran parte depende de tener una inserción inteligente en el escenario internacional, es importante entender que cada día con más fuerza, los desafíos serán transnacionales por naturaleza y, por tanto, no pueden ser abordados por solo un Estado. Por ello, es esencial entender que la política exterior como instrumento de desarrollo debe ser más innovativa, más interdisciplinaria, más abierta y sobre todo con una capacidad de respuesta más rápida.

Costa Rica puede afirmar que el ejercicio de la política exterior costarricense inicia institucionalmente en el año 1844 con la creación del Ministerio de Relaciones Exteriores, siendo su primer titular el doctor José María Castro. En ese mismo año, 1848, firmó sus primeros tratados con países europeos y envió su primera misión diplomática a Europa, y en 1851, ya tenía relaciones con los Estados Unidos de América.

En el siglo XIX, la política exterior costarricense se centró en el reconocimiento de su soberanía y la definición de los límites. Sin embargo, para el siglo XX, la política exterior costarricense se amplía al ámbito multilateral, en donde destaca su participación, como Estado fundador de la OEA y las Naciones Unidas, siendo un tema recurrente en su participación internacional, la defensa de los derechos humanos, principalmente en un contexto de constante violación de estos, por parte de las dictaduras existentes en la región.

Un paso importante en la consolidación institucional de la política exterior se da en 1965 cuando se emite la ley para establecer la carrera diplomática, el Estatuto de Servicio Exte­rior, a pesar de que, no es sino hasta dos décadas después que, en realidad se trata de operativizar la mencionada carrera diplomática. Pese a este desarrollo institucional todavía permanecen debilidades importantes que requieren ser abordadas de manera innovativa y rápida.

Parte de los problemas, es que el actual servicio exterior no está entrenado para realizar el análisis y el diseño de política que requieren los temas emergentes y más relevantes, tales como las nuevas amenazas trasnacionales: seguridad biológica, seguridad digital, seguridad económica y financiera, crimen transnacional, seguridad ambiental.

En ese sentido, la constante formación profesional es fundamental en un contexto de cambios de la dinámica geoestratégica y geoeconómica internacional, de cambios tecnológicos agudos, de nuevos liderazgos globales, y de una comunidad internacional mucho más diversa en cuanto a actores e intereses.

Dos preguntas resaltan en esta discusión:

  1. ¿Cuál es el cuerpo de conocimientos que un diplomático necesita?
  2. ¿Puede este conocimiento ser adquirido en el trabajo?

Nuestros diplomáticos deberían al menos gozar de conocimientos básicos en prospectiva estratégica como instrumento metodológico para construir escenarios, y de esta forma, ir paulatinamente transformando nuestra política exterior de ser una de carácter reactivo a una propositiva e innovadora. La capacidad del diplomático como tomador de decisiones no se basa en la posibilidad de “contar” los hechos porque están in situ en un país, sino en la posibilidad de proyectar futuros plausibles frente a los cuales el país puede tomar una decisión más racional.

Igualmente, el sistema de comunicación sigue siendo bastante deficiente, ello tiene varios frentes, en primer lugar, la comunicación entre jefes de misión es bastante limitada, incluso para aquellos que comparten una región. Se deben entender que los cambios abruptos en las tecnologías de la información han roto los parámetros tradicionales de la diplomacia. Tales cambios han incrementado la velocidad y el volumen de los flujos de información y con ello han diluido la distinción entre los temas domésticos e internacionales, desafiando la práctica tradicional de la diplomacia. En segundo lugar, siendo particular el caso costarricense, en los destinos donde el país cuenta con dos funcionarios representando el país (Relaciones Exteriores y Comercio Exterior) el manejo de la información y la toma de decisiones que la debe acompañar es a menudo fragmentada con lo cual se limita seriamente el potencial del país.

Interesante hacer notar en términos generales, cómo los diplomáticos están acostumbrados a manejar los asuntos de Estado por medio de una especie de monopolio de los intercambios con personeros de gobiernos extranjeros, sin embargo, hoy día, organizaciones y entidades, ciudadanos que no pertenecen a la estructura burocrática del Estado han demostrado una enorme habilidad para relacionarse con gobiernos extranjeros e incluso en algunos casos moldear eventos internacionales como lo demostró el caso de Wikileaks.

Finalmente, si la política exterior costarricense aspira a ser más innovativa y ser un verdadero instrumento de desarrollo, debe romper con la alta tendencia a la burocratización que la acompaña desde hace tiempo y que se ha incrementado en los últimos años. La actual estructura de relación del servicio exterior con la administración interna es a todas luces disfuncional y hace que la primera, viva en función de los requerimientos administrativos del servicio interno. No se puede esperar resultados importantes cuando el cumplir con el requerimiento administrativo es más importante que el resultado mismo. Por ello, el tener una política exterior más innovativa, más interdisciplinaria, más abierta y sobre todo con una capacidad de respuesta más rápida, depende también de poder superar esta limitante.