21 de septiembre de 2022, 8:00 AM

Dr. Alexander López/ Académico de la Universidad Nacional. 

Con el inicio esta semana del periodo 77 de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas y con la participación de 193 Estados miembros, la Organización de Naciones Unidas sigue siendo la máxima expresión del multilateralismo, manteniendo su propósito de preservar la paz y seguridad internacional y atender a la comunidad internacional a partir de principios básicos como el respeto a la soberanía de los Estados, la no intervención en los asuntos internos y la solución pacífica de controversias.

Han pasado ya 77 años desde su fundación y el mundo ha cambiado de manera sustantiva. Así, si bien es cierto, es la única institución que puede actuar con un enfo­que que incluya, de manera integral, a sociedades y gobiernos del mundo entero, es también verdadero que tiene algunas limitaciones funcionales como, por ejemplo, el carácter no vinculatorio de sus decisiones, el derecho a veto de solo cinco Estados, los problemas financieros nunca resueltos y la inercia de una burocracia compleja y frecuentemente ineficiente.

El problema central para las Naciones Unidas es que estamos en presencia de una nueva dinámica global que requiere una nueva arquitectura institucional que responda a esas nuevas demandas, así por ejemplo claramente las amenazas a la seguridad internacional no son las mismas que enfrentaban los Estados hace 76 años, en donde la seguridad era sobre todo conceptualizada como la amenaza proveniente de otro u otros Estados, hoy día las amenazas y los objetos de referencia han cambiado radicalmente, siendo la gran mayoría de ellos de carácter transnacional, como el cambio climático, el terrorismo, el narcotráfico, los delitos cibernéticos, etcétera.

Igualmente, las Naciones Unidas son el reflejo de las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial y del dominio de occidente, mientras que hoy día tenemos una tendencia hacia una transición global del centro de poder económico del Atlántico Norte (Estados Unidos y Europa) hacia el Estrecho de Malaca (vínculo geoestratégico entre el Océano Pacífico y el Índico). El siglo XXI, es sin duda el siglo de Asia, aspecto que se ve reflejado no solo por el poder económico, sino que igualmente, esto que se ha venido en denominar la afirmación asiática es también representado por lo que Josep Nye llama poder inteligente y el poder blando debido a la penetración de la cultura asiática.

Asimismo, el mantenimiento de la paz y seguridad internacional en lo que resta de este siglo posiblemente estará muy asociado a las disputas en el ciberespacio, es decir, las nuevas disputas ya no serán sobre todo por territorios o por posesión de colonias, sino que serán principalmente por controlar el ciberespacio.

Las disputas entre los Estados Unidos y la República Popular China son un buen ejemplo de ello. Así, la guerra comercial, con un fuerte trasfondo de rivalidad tecnológica, responde quien se posiciona mejor como proveedor de servicios de telecomunicaciones de redes 5G sobre las que se desplegarán las capacidades que aportarán la Inteligencia Artificial (IA), el Internet de las Cosas (IoT), la robótica y el cloud computing para generar nuevos modelos de negocio.

Durante el siglo XX, la disputa geopolítica fue llevada a cabo por el Estado y enfocado en el territorio (principalmente). Pero la irrupción de la economía digital plantea para el siglo XXI un cambio en los dos factores anteriores, primero porque el ámbito de las disputas es trasladado al ciberespacio y, en segundo lugar, porque intervienen actores no estatales.

Todos los elementos anteriores plantean serios retos para las Naciones Unidas, y, por ello, se puede afirmar que su estructura central ya no es adecuada para enfrentar los nue­vos desafíos, como los que se han señalado anteriormente. Claramente, las relaciones de poder han cambiado en el sistema internacional, y lo más importante, seguirán cambiando en los próximos años, pero no se refleja ni se recoge en la estructura institucional del sistema de la ONU. La institucionalidad general de Naciones Unidas ha cambiado poco. Desde el fin de la Guerra Fría, no han avanzado las reformas propuestas para adecuar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni las formas de dirección y la representación en otras organizaciones internacionales

En conclusión, lo que es claro es que los problemas globales deben ser resueltos globalmente, los desafíos, los riesgos y las amenazas transnacionales necesitan soluciones transnacionales. Como lo ha demostrado el cambio climático, no hay respues­tas nacionales efectivas que hagan frente a los desafíos internacionales. La gobernanza global del siglo XXI debe velar por la provisión de los bienes públicos globales y por el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y en ello las Naciones Unidas debe jugar un papel fundamental, pero es claro que su éxito funcional pasa por una adecuada readecuación de su arquitectura institucional.