15 de febrero de 2023, 9:57 AM
Dr. Alexander López/ Académico de la Universidad Nacional. 

Hace algunos meses fue anunciada la noticia de una alianza entre Rusia y Nicaragua para el uso de energía atómica con fines pacíficos. La falta de información oficial en Nicaragua y el hecho de que el país no cuenta con los recursos para comprar esos medios y equipos genera interrogantes. 

Los anteriores acontecimientos, aunque muy poco valorados por los tomadores de decisiones costarricenses, a todas luces pueden representar un riesgo para la seguridad nacional y regional. Tal y como lo señaló recientemente el expresidente Luis Guillermo Solís, debería ser de gran preocupación el establecimiento, en pleno corazón de Centroamérica, de una verdadera base militar rusa con amplia capacidad operativa en una zona de alta sensibilidad estratégica. Este es un tema que no se debe tomar a la ligera, y uno esperaría que la política exterior costarricense lo esté analizando con el rigor que exige.

Nuestra historia con el país vecino ha sido, es, y posiblemente será, una historia compleja y difícil. Nuestros tomadores de decisiones en el ámbito de cancillería y comercio exterior, entre otros, deben entender que nuestra relación con Nicaragua debe responder a una estrategia no solo reactiva y de corto plazo, sino también centrada en un planeamiento estratégico de mediano y largo plazo, apoyado en herramientas como la prospectiva estratégica para la construcción de escenarios. Solo así nos podremos ayudar a enfrentar las futuras acciones del Gobierno de Nicaragua.

Hay un imperativo geográfico que dicta que Nicaragua siempre va a estar ahí, es decir, será nuestro vecino para siempre, por eso se le atribuye al expresidente Ricardo Jiménez decir que Costa Rica tiene tres estaciones: verano, invierno y ‘de disputas con Nicaragua’. 

Frente a este imperativo geográfico, no queda más entonces que actuar inteligentemente, teniendo una política exterior centrada en el análisis estratégico prospectivo de la relación con el país vecino, de ahí que para Costa Rica, a todas luces, esto deba ser una prioridad.

Lo anterior se basa en que la relación compleja con Nicaragua no es un asunto coyuntural, es decir, de que ahora Nicaragua tenga la dictadura de Daniel Ortega y su esposa gobernando, sino que la situación de vecino incómodo ha existido siempre, aun con gobiernos de otro signo ideológico. 

Por ejemplo, bien se recuerda en la época del presidente José Arnoldo Alemán cuando el mandatario no tuvo reparo en señalar en 1998, después de haber impedido unilateralmente la navegación por el Río San Juan, que “si es necesario hacer uso de la institución de las fuerzas armadas que tiene Nicaragua, vamos a hacer uso de ellas… La soberanía de un pueblo no se discute, se defiende con las armas en mano.”

Tal como señala el excanciller Bruno Stagno en su libro “Los Caminos Menos Transitados”, históricamente esta ha sido la constante con Nicaragua, basta recordar la Anexión del Partido de Nicoya, la cual, aunque ratificada por el Congreso Federal de Centroamérica el 9 de diciembre de 1825, fue desconocida por la Constitución de Nicaragua de 1826. 

Así había sido con el Tratado Cañas-Jerez de 1858, el cual Nicaragua pretendió invalidar tres décadas después argumentando que no había sido ratificado en dos legislaturas. También con la sentencia de la Corte de Justicia Centroamericana del 13 de septiembre de 1916, y así posiblemente habrá de ser en muchas otras ocasiones.

Esta situación es peor aún hoy, ya que, actualmente, sabemos que Nicaragua no suele respetar ni su propio ordenamiento jurídico, ni qué decir los tratados o cualquier acuerdo que pueda tenerse con ese país. En esta dirección apunta acertadamente el excanciller Bruno Stagno en sus memorias, que para Nicaragua la constante ha sido el incumplimiento o el desconocimiento de la palabra pactada; "firmar me harás, cumplir jamás" parece ser la frase nicaragüense sin límites temporales, señala Stagno.

Pareciera que a los gobernantes nicaragüenses no los mueven las necesidades de su población, sino la necesidad de crear un enemigo, este como se diría en prospectiva estratégica, es el principal driver y eso hay que entenderlo a la hora de diseñar la política pública hacia Nicaragua. Lamentablemente, las administraciones costarricenses recientes no lo han entendido y por eso fuimos testigos del funesto episodio en la administración de la expresidenta Laura Chinchilla con el caso de la Isla Calero, y así contra todas las evidencias históricas, algunas de las cuales hemos señalado acá, al inicio de su periodo, la administración Chinchilla creyó ingenuamente en la posibilidad de cambiar lo que hasta ahora ha sido la constante.

En conclusión, la alianza de Nicaragua con Rusia y las posibles implicaciones de esto para Costa Rica no debe pasar desapercibido, deben nuestros tomadores de decisiones entender que, para Nicaragua, tal y como señalará el padre del realismo, Hans Morgenthau, “el error yace en no visualizar que las sucesivas demandas de la otra parte, lejos de ser aisladas y estar derivadas de reclamos específicos, forman parte de una cadena.”

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