1 de febrero de 2023, 19:49 PM

Dr. Alexander López/ Académico de la Universidad Nacional. 

En marzo próximo tendrá lugar la Cumbre Mundial del Agua de Naciones Unidas, coincidiendo con el Día Mundial del Agua. La misma estará articulada sobre cinco ejes: agua para la salud, agua para el desarrollo, agua para el clima, la resiliencia y el medio ambiente, agua para la cooperación. El evento pretender cambiar el curso de acción en la gestión del recurso hídrico a todo nivel y convertirla en catalizadora del resto de ODS.

El agua es un recurso finito e imprescindible para la vida en el planeta. En 1990, el Voyager 1 tomó la famosa fotografía de la tierra llamada Pale Blue Dot, nombre que se le otorgó porque la característica más llamativa de nuestro planeta es su color azul, debido a que está cubierto, en su mayoría, por agua (alrededor del 70% de la superficie planetaria).  La mayor cantidad corresponde a agua salada, que encuentra en los océanos, mientras que el agua dulce representa tan solo un 2,5 de ese porcentaje. Y, si se descarta la cantidad de agua que está congelada en glaciares o montañas, el agua disponible para el uso humano es un pequeño porcentaje del total, menos del 1%, localizada en lagos, ríos, y aguas subterráneas.

En las últimas décadas, la presión ejercida sobre ese 1% ha sido desproporcionada. El aumento de la población, el crecimiento económico (que genera cambios en los hábitos de consumo), la globalización, la urbanización, el desarrollo tecnológico, el cambio climático, entre otros factores, están generando una presión nunca experimentada por los sistemas de agua dulce en el mundo.

Las estimaciones varían, pero todas las proyecciones de la comunidad científica sobre el acceso y disponibilidad de agua apta para consumo son alarmantes. Según una publicación en The Economist del 2019, para el 2050, cerca del 52% de la población mundial vivirá en zonas con escasez hídrica, lo cual, sin duda, refleja la crisis global del agua dulce como uno de los principales desafíos de la humanidad en el siglo XXI. Sin embargo, se tiene claridad que la crisis del agua no es un asunto de mera escasez del recurso hídrico, sino, más bien, una problemática vinculada con su gobernanza.

Uno de los espacios donde más urgente es trabajar el tema de la gobernanza es en cuencas transfronterizas, aquellas que son compartidas entre dos o más Estados, la Cumbre Mundial de Gobierno deberá abordar este tema, particularmente en el eje ‘Agua para la Cooperación’. Los espacios de cuencas transfronterizas son una muestra clara de tensión entre fluidez del agua y la naturaleza estática de las fronteras estatales, donde la soberanía y el interés nacional son elementos qué inciden y pueden llegar a limitar una adecuada gestión de cuencas transfronterizas. Actualmente, en el mundo hay 150 países que comparten 310 cuencas transfronterizas, las cuales abarcan el 47.1% del área terrestre del planeta, un porcentaje para nada despreciable, y donde además habita el 52% de la población del mundo (McCracken y Wolf, 2019).

El problema de acción colectiva que deriva de las cuencas transfronterizas ha generado un intenso debate, principalmente en las últimas dos décadas, aunque ha sido un tópico de larga data. En la década de los sesenta, por ejemplo, el expresidente estadounidense, John F. Kennedy, afirmó el vínculo entre el agua, el conflicto y la paz global: “Quien fuere capaz de resolver los problemas del agua, será merecedor de dos premios Nobel, uno por la Paz y otro por la Ciencia”, igualmente, en 1988, el ministro de Relaciones Exteriores egipcio, Boutros Boutros-Ghali, manifestó que la siguiente guerra en el Medio Oriente sería a causa del agua, no de la política. Todas estas afirmaciones no hacen más que poner de realce la necesidad de construir instituciones de gobernabilidad en materia de recursos hídricos compartidos para con ello promover la paz y seguridad internacional, tal y como reza el principio de las Naciones Unidas.

En conclusión, al igual que la crisis climática, la crisis global de agua dulce es un fenómeno producido por la actividad humana, donde el problema de fondo es el mal manejo del recurso hídrico a nivel global. Esto se debe a que existe un desequilibrio entre el ciclo hidrológico del agua y la función económica que se le otorga desde la economía. Desde esa lógica, no es que el mundo transita hacia un agotamiento inevitable del recurso hídrico, sino que se pueden formular soluciones desde la perspectiva de la gobernanza y la gobernabilidad que busquen equilibrar las distintas dimensiones del desarrollo (ambiental, social, económica) con la dinámica natural del agua en el sistema planetario.

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