Huellas en el barro de la humanidad: El liderazgo que no temió ensuciarse las manos
En un mundo desgarrado por la polarización, la indiferencia y el vértigo de la prisa, donde el ruido del ego a menudo ahoga el susurro del dolor ajeno, nos asalta una pregunta urgente: ¿qué tipo de liderazgo necesitamos cuando la brújula ética parece extraviada?
Dra. Johanna Alvarado/ ICF Young Leader Award.
“La verdadera revolución nace de la ternura, no de las armas; se construye con las manos en la tierra, no desde los tronos”, reflexiones del papa Francisco.
En un mundo desgarrado por la polarización, la indiferencia y el vértigo de la prisa, donde el ruido del ego a menudo ahoga el susurro del dolor ajeno, nos asalta una pregunta urgente: ¿qué tipo de liderazgo necesitamos cuando la brújula ética parece extraviada?
En medio de esa turbulencia, surgió la figura del papa Francisco, un líder espiritual cuya sola presencia parecía un acto de rebeldía. No fue un reformador de escritorio, sino un sembrador de cercanía. No prefirió los mármoles, sino las veredas. Su mirada no se posó en las alturas del poder, sino en las periferias del abandono.
El día que lavó los pies de mujeres musulmanas, personas privadas de libertad y migrantes, Francisco no solo rompió protocolos: reescribió el mapa simbólico del poder. Ese gesto —tan sencillo y tan subversivo— nos plantea una interrogante vital: ¿es la vulnerabilidad una debilidad o la forma más poderosa de influencia humana?
Él nos enseñó que el amor no se proclama, se practica. Y que hay gestos que dicen más que mil sermones. En un mundo donde muchos líderes construyen distancia, él eligió tocar el dolor ajeno… sin los guantes del poder. Francisco no temía sentarse con quienes pensaban distinto. Dialogó con ateos, abrazó a ortodoxos, lloró con migrantes en Lampedusa. No predicó certezas absolutas, sino preguntas abiertas. No buscó imponer, sino encontrarse.
¿Qué pasa cuando un líder escucha más de lo que habla? Surge algo que escasea: humanidad. Su humildad fue audaz, su audacia fue compasiva. Su liderazgo no fue de púlpito, sino de presencia.
Con la encíclica Laudato Si’, vinculó el grito de los pobres con el clamor de la Tierra. Denunció la cultura del descarte y el capitalismo salvaje con una claridad que incomodó a muchos. Pero no buscaba ser popular, sino coherente. ¿Cuidar el planeta es un deber ambiental o un acto de amor profundo por quienes vendrán después? La respuesta, quizás, esté en esa conexión invisible que él supo ver: no hay justicia si no es para todos, ni paz si no es también con la creación.
Eligió vivir en una residencia modesta, usar zapatos gastados y hablar en lenguaje llano. Renunció a símbolos, pero no a su mensaje. En un tiempo donde la ostentación parece sinónimo de éxito, su austeridad fue revolucionaria. ¿Qué comunica un líder que se despoja de los adornos del poder? Francisco respondió sin palabras: comunica verdad. Su coherencia fue su evangelio más contundente.
Jorge Mario Bergoglio no fue perfecto ni pretendió serlo. Su legado no está hecho de bronce, sino de barro. Barro que no inmoviliza, sino que deja rastro. Su paso entre nosotros no fue el de un héroe distante, sino el de un hermano que se animó a ensuciarse las manos por los demás.
Y usted, ¿qué está dejando en el camino?
¿Su liderazgo eleva muros o extiende mantas?
¿Su voz amplifica egos o abriga silencios?
Que mi legado no sea una estatua impecable, sino un sendero marcado por pasos sinceros. Que no quede intacto, sino vivido.
Si este desafío le resuena, si quiere explorar un liderazgo con raíces humanas y manos valientes, escríbame al WhatsApp 7007-1250 o al correo [email protected].
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