12 de enero de 2021, 9:00 AM

Leonardo Garnier /  economista y ex ministro de la cartera de Educación, así como de Planificación Nacional y Política Económica. 

El pasado 8 de enero, Twitter suspendió la cuenta personal y la cuenta oficial de Donald Trump; y mientras que algunos que detestan a Trump están felices por ello, otros más bien se están lamentando de que una empresa privada esté coartando la libertad de expresión y discriminando contra Trump al impedirle seguir utilizando la plataforma de la red social, que se había convertido en el principal canal por el que, a lo largo de muchos años, él se comunicaba con sus seguidores y con todo el mundo. Creo que ambos se equivocan.

Se equivocan, en primer lugar, quienes se han sentido ingenuamente felices por la censura porque discrepaban de Trump o porque les parecía un personaje espernible y dañino para su país y para la humanidad. Puede haber razones más que entendibles para discrepar y despreciar a Trump, y, sin embargo, eso no sería una justificación válida para coartar su libertad de expresión. Censurar a alguien por ser quien es, o porque quien administra una red social discrepa de él o encuentra repulsivas sus participaciones mediáticas, sería inaceptable desde el punto de vista de la libertad de expresión.

Dicho esto, creo que también se equivocan quienes han visto en el cierre de las cuentas de Twitter de Trump un ataque discriminatorio a la libertad de expresión. Veamos por qué.

Las reglas de Twitter ¿son discriminatorias o censuran la libertad de expresión?

Twitter, como todo medio de comunicación – en este caso un medio privado – tiene políticas y reglas explícitas que regulan la participación de los usuarios de la red social y que, de no cumplirse, les exponen a sanciones por parte de los administradores de la red, sanciones que pueden llegar incluso a excluir definitivamente a una persona de la red. Son reglas generales que aplican a todos los usuarios y, por tanto, no son per se discriminatorias.

En particular, Twitter estableció la siguiente regla sobre la comunicación violenta: “No puedes hacer amenazas violentas contra una persona o un grupo de personas. También prohibimos la glorificación de la violencia. Por este motivo, tenemos una política contra el contenido que glorifica los actos de violencia de una manera que pueda inspirar a otros a replicar dichos actos violentos y provocar daños reales fuera de Internet, o los eventos donde los principales objetivos o las víctimas sean los miembros de un grupo protegido. Además, en forma explícita se indica a cada usuario de Twitter que “no puedes utilizar los servicios de Twitter con el fin de manipular o interferir en elecciones u otros procesos cívicos. Esto incluye publicar o compartir contenido que pueda suprimir la participación o engañar a las personas sobre cuándo, dónde o cómo participar en un proceso cívico”.

Estas son reglas generales que aplican por igual a todos los usuarios de Twitter y que la limitación que imponen para el uso de la red, es, básicamente, la de no utilizarla para dañar a otros, para hacer amenazas violentas, para glorificar o incentivar la violencia; tampoco para engañar a las personas con respecto a procesos cívicos o electorales”.

¿Por qué expulsaron a Trump?

El viernes 8 de enero, los administradores de Twitter publicaron un mensaje en el que señalaban lo siguiente: “Después de una revisión detallada de los Tweets recientes de la cuenta @realDonaldTrump y el contexto que los rodea, específicamente cómo son recibidos e interpretados dentro y fuera de Twitter, hemos suspendido permanentemente la cuenta debido al riesgo de una mayor incitación a la violencia”.

De acuerdo con los administradores de Twitter, los tuits de Donald Trump caían claramente en la categoría de “glorificación de la violencia” que sus reglas consideran inaceptable. En particular, ellos consideran que la declaración del presidente Trump de que no asistirá a la toma de posesión está siendo recibida por varios de sus partidarios como una confirmación más de que la elección no fue legítima.

Esta interpretación se vería reforzada con otros tuits en los que Trump parece apoyar y glorificar a los manifestantes que invadieron el Capitolio, como cuando, refiriéndose a esos hechos, tuiteó lo siguiente: “Estas son las cosas que pasan cuando a los grandes patriotas que han sido maltratados injustamente por tanto tiempo, les despojan de manera brutal y poco ceremoniosa de una victoria electoral aplastante y sagrada. Vayan a casa con amor y en paz. Recuerden este día para siempre”.

Lo que Trump afirma viola claramente las reglas de Twitter, pero eso es mucho más evidente cuando estos tuits se ubican en su contexto: ya desde antes de las elecciones Trump venía repitiendo en todas partes – en sus rallies y en sus redes sociales – que si él perdía la elección es porque Biden y los demócratas habían hecho fraude. Detalló incluso que la votación por correo – que se hacía indispensable en el contexto de la pandemia – sería la herramienta para ejecutar ese fraude. Y repetía sin cesar su estribillo de que solo les podían ganar con una elección arreglada, una “rigged election”.

Pasadas las elecciones y confirmada su derrota, Trump utilizaba la plataforma de Twitter para decir cosas como esta: “Creemos que estas personas son ladrones. Las maquinarias de la gran ciudad están corruptas. Esta fue una elección robada. El mejor encuestador de Gran Bretaña escribió esta mañana que esta fue claramente una elección robada, que es imposible imaginar que Biden superó a Obama en algunos de estos estados”. 

O como ésta:

“Fantástico. Por mucho la elección más corrupta de la historia. ¡Nosotros ganamos!”

Pero no fueron solo tuits sobre la elección los que evidenciaban la violación constante de las normas de Twitter por parte de Trump. Fueron muchos y reiterados los tuits que pueden ser justamente interpretados como incitadores a la violencia, o como afirmaciones engañosas que ponen en peligro a otras personas.

Uno de los temas en que la irresponsabilidad de Trump ha sido más evidente es el que tiene que ver con el manejo de la pandemia, y muchas de sus manifestaciones pueden ser vistas como teniendo un impacto en aumentar el riesgo que las personas pueden correr ante el riesgo del contagio. Esto es más que evidente con su tuit al salir del hospital luego de su propio contagio: “Hoy a las 6:30 p.m., saldré del gran Centro Médico Walter Reed. ¡Me siento realmente bien! No le tengan miedo al COVID. No dejen que domine sus vidas. Bajo la administración Trump hemos desarrollado algunos medicamentos y conocimientos realmente excelentes. ¡Me siento mejor que hace 20 años!”

Y lo mismo podemos encontrar en temas que ya no suponen un riesgo interno, sino una amenaza internacional, como cuando escribió lo siguiente en Twitter: “Acabo de escuchar al Ministro de Relaciones Exteriores de Corea del Norte hablar en la ONU. Si se hace eco de los pensamientos de Little Rocket Man, ¡no estará en este mundo por mucho más tiempo!”

Estos, y muchos otros tuits emitidos por Trump a lo largo de su presidencia evidentemente violaban las reglas de Twitter contra las amenazas violentas y provocaba riesgos nacionales e internacionales justamente por venir no de un usuario cualquiera y sin poder, sino del propio presidente de los Estados Unidos. Eso debió haber bastado para que los administradores de Twitter actuaran aplicando las sanciones correspondientes, eliminando los tuits y, de haber reincidencia, cerrando las cuentas de Trump. No lo hicieron. En casos como el tuit contra Nor-Corea, argumentaron que no procedieron a eliminar el tuit porque tenía un valor periodístico que justificaba mantenerlo en la red social. Igual dejaron pasar muchos otros. ¿Por qué?

Por lo general, Twitter ha mantenido una política laxa de tolerancia a los tuits de autoridades de gobierno, aunque estos tuits violenten las políticas que Twitter aplica al resto de sus usuarios, y esto lo habían justificado de esta forma: “Nuestro marco de interés público existe para permitir que el público escuche directamente a los funcionarios electos y líderes mundiales. Se basa en el principio de que las personas tienen derecho a tener el poder para rendir cuentas abiertamente”. Por eso – y tal vez por cierto temor a las reacciones y represalias de las autoridades políticas de distintos países, y de Trump en particular, se abstuvieron de censurar tuits y cuentas que claramente habrían sido inaceptables y habrían sido sancionados de venir de un usuario “común y corriente”.

¿Por qué, entonces, ahora sí sancionan y clausuran las cuentas de Trump?

Si vemos los últimos dos tuits de Trump que detonaron el cierre de su cuenta, tendríamos que entenderlos como las gotas que derramaron el vaso. Es evidente que, si solo vemos esos últimos dos tuits en forma aislada, casi podríamos decir que no dan para tanto. Fuera de contexto, la decisión de Twitter puede verse como desproporcionada, pero en política tanto como en comunicación, pocas cosas importan más que el contexto, y el contexto en este caso claramente justifica la decisión de la plataforma.

Como argumentó Gilad Edelman en Wired, “lo que cambió, entonces, no fue el comportamiento de Trump en las plataformas, sino los hechos sobre el terreno: con el Capitolio saqueado y la sangre derramada, la hipótesis de que el lenguaje de Trump podía incitar a la violencia había sido reemplazada por el simple hecho de que sí”. Los hechos de la semana pasada hicieron evidente algo que por cinco años casi nadie parecía haberse tomado en serio: las bravuconadas de Trump, tenían consecuencias.

A mi juicio, Twitter más bien se tardó muchísimo, casi diría que tuvo miedo por muchos meses, de hacer lo que ahora está haciendo, ya que por mucho tiempo Trump se aprovechó de esa laxitud de las autoridades de Twitter para promover las mentiras, las amenazas, las conductas antidemocráticas y, sobre todo, para ir creando las condiciones de lo que finalmente ocurrió: el estallido de la violencia contra sus opositores. La historia está llena de ejemplos del mismo guion: incitar a las turbas para subvertir la institucionalidad democrática y legitimar por la violencia el poder ilegítimo del líder.

Pero no se trata solo de Trump. Por eso, Twitter ha dado pasos adicionales prohibiendo las cuentas que se basaran únicamente en compartir los contenidos conspiratorios de extrema derecha de QAnon, cuyos miembros se encontraban entre los que atacaron Capitol Hill. También eliminó otras cuentas de personas que están participando en actividades coordinadas de sedición, como la de Michael Flynn, quien fuera asesor de seguridad nacional de Trump, condenado y luego indultado por el propio Trump.

Y no, no se trata de un ataque a la libertad de expresión, se trata de una defensa legítima de una plataforma social contra quienes quieren utilizarla aún en contra de las reglas previamente establecidas. A Trump no se le excluye de Twitter por ser quien es, ni porque a los administradores no les gusten sus opiniones. Se le excluye por haber violentado las reglas previamente establecidas por la plataforma, que claramente indicaban que era ilegítimo usar Twitter para promover y glorificar la violencia, para poner en peligro a otras personas con información falsa, o para deslegitimar procesos cívicos democráticos. Bien hecho.