9 de febrero de 2021, 9:00 AM

Leonardo Garnier /  economista y ex ministro de la cartera de Educación, así como de Planificación Nacional y Política Económica. 

Aunque la analogía no sea perfecta, podemos utilizar “la tragedia de los comunes” para entender el extraño debate de los últimos días sobre la conveniencia o no de un convenio con el Fondo Monetario Internacional que implique tanto un recorte del gasto público, como un aumento de los impuestos.

Aunque es un argumento que puede aplicarse en muchos campos, los ejemplos típicos de “la tragedia de los comunes” se asocian al manejo de los recursos naturales: pescadores que al tratar de pescar cada uno la mayor cantidad de peces, terminan agotando los mares en que pescan; pastores que sobreexplotan el pasto común para engordar su ganado, hasta llegar al punto en que no hay pasto para nadie, y todos terminan perdiendo.

La tragedia de los comunes es una variante del cuento de “matar la gallina de los huevos de oro”, solo que, en este caso, la tragedia ocurre porque, al querer maximizar las ganancias de cada uno, actuando por su cuenta y sin regulación o coordinación alguna, los individuos terminan sobreexplotando y destruyendo un recurso limitado que compartían con los demás y del que dependían sus ganancias. Al final, al agotar el recurso común – su gallina de los huevos de oro – todos terminan perdiendo.

Volvamos a la negociación con el FMI. El punto de partida es que arrastramos desde hace años, un creciente déficit fiscal: los gastos del gobierno han venido creciendo más rápido que sus ingresos y, la diferencia, la venimos pagando con una deuda que – lógicamente – también es creciente. Muchos se benefician de este gasto público, desde los funcionarios que reciben sus remuneraciones hasta todos los sectores que, de muy diversas formas, reciben servicios o bienes públicos: son atendidos en los EBAIS o en las clínicas y hospitales públicos; sus hijos reciben educación en escuelas, colegios y universidades públicas; son protegidos por la policía o acuden al sistema de justicia; transitan por infraestructura pública; etc. Otros se benefician de una forma distinta: gracias a una estructura tributaria incompleta y frágil, están pagando menos de lo que sería necesario pagar para que el país cuente con esos servicios públicos. De ahí surge el “hueco fiscal”: se paga menos de lo que se gasta (o se gasta más de lo que se paga). Además, no todo lo que se gasta, se gasta bien; y no todos los impuestos ni sus controles están bien diseñados. El hueco se llena con deuda y la deuda crece y crece... hasta que, igual que ocurre con los mares y los terrenos de pastoreo, el espacio fiscal común, se agota.

Frente a la tragedia de los comunes toca tomar medidas para recuperar el equilibrio y la sostenibilidad de los mares, de los campos de pastoreo o, en nuestro caso, toca tomar medidas para recuperar el equilibrio y la sostenibilidad fiscal. No hacerlo, creyendo que nada va a pasar, terminará efectivamente en una tragedia. En los ejemplos tradicionales, hablamos de pescadores sin peces o de campesinos sin pastos. Cuando el recurso común es el espacio fiscal, la tragedia tomaría la forma de una crisis dramática en las finanzas públicas: un Estado que no podría seguir brindando los servicios públicos que son su razón de ser – y de los que depende mucha gente y la vida económica y social del país – y una espiral inflacionaria que sería mucho más brutal que cualquier impuesto en destruir el poder adquisitivo de las personas y las empresas.

El desbalance que enfrentamos es tan grande que la recuperación del equilibrio exigirá que actuemos en los dos frentes: por un lado, tenemos que reducir el gasto y, sobre todo, tenemos que bajar el ritmo al que crecen esos gastos. Pero, por otro lado, también vamos a tener que pagar un poco más de impuestos. De eso trata el convenio con el FMI: es una propuesta para recuperar nuestro espacio fiscal por ambas vías: recortando gastos y aumentando los ingresos fiscales.

Pero justo como ocurre en la tragedia de los comunes, los actores individuales lo que nos proponen es “patear la bola” y seguir sobreexplotando nuestro espacio fiscal, como si eso fuera posible. Es lo que hemos visto esta semana tanto por parte de los sindicatos de empleados públicos – típicamente representados por la ANEP – como por parte de UCCAEP, el sindicato de las empresas privadas, los que, a pesar de sus obvias contradicciones, creen haber encontrado algo así como un mar en común: la ilusión de que podemos evitar el recorte del gasto y el aumento de los impuestos, sin ninguna consecuencia. Ambos quieren seguir pescando en un océano que, sin embargo, cada vez tiene menos peces, cada vez está más seco.

La propuesta de lo que en redes sociales se ha llamado #UCCANEP, no es de recibo y no lo es porque parte de una ilusión, la ilusión de que el ganado puede seguir alimentándose del pasto agotado, o de que podemos seguir pescando en un mar muerto. Pero no, no se puede. Por eso la discusión legítima de las próximas semanas no puede ser “no a los impuestos” y “no a los recortes” sino una discusión más compleja pero más realista y responsable: debemos decidir cuáles son los recortes y los impuestos más eficaces, más razonables, y más justos. Pero ambos se necesitan.

Algunos parecen creer que “en río revuelto, ganancia de pescadores”. El problema, como en la tragedia de los comunes, es que todos creen que ellos serán los pescadores que ganan en ese río revuelto, sin darse cuenta de que, sin las acciones que debemos tomar, el río no solo estará revuelto, sino vacío. Todos seremos perdedores. Es la tragedia que tenemos que evitar y, para eso, en vez de frenar, tenemos que acelerar la negociación de las alternativas propuestas, acordarlas y ponerlas en práctica.