POR Rubén McAdam | 12 de noviembre de 2025, 17:55 PM

En Belén, un cantón que a ratos parece detenido en la memoria urbana de Costa Rica, vive doña Antonia Arroyo. A sus 102 años, sostiene entre las manos una vida que abarca más de un siglo de transformaciones. Nació en agosto y, con una serenidad que desarma, recuerda el paso de una infancia austera, un país distinto y un tiempo donde estudiar no siempre era una posibilidad.

Tuvo nueve hijos, luego vinieron 18 nietos y, más tarde, siete bisnietos. La casa en la que vive está llena de esos pequeños rastros de familia: fotografías antiguas, tejidos, voces que entran y salen. Ella se mueve entre todo eso con la lucidez intacta de quien nunca dejó de observar el mundo.

No cursó más allá de segundo grado, pero en algún punto descubrió la fuerza de las palabras. Hoy recita poemas que aprendió en la niñez, y lo hace con una precisión que sorprende.

Sus tardes transcurren entre dos aprendizajes paralelos: el hilo que se enrosca en sus dedos y la pantalla de la tableta que ilumina su regazo. Desde ahí mira tutoriales de costura, pausa los videos, vuelve a verlos, intenta un punto, corrige otro. 

Se casó a los 28 años y nunca dejó Belén. La acompaña una familia que la protege sin restarle autonomía. En ella se reconoce a una generación que construyó sus certezas con esfuerzo, intuición y una ética de vida tan silenciosa como firme.

Hoy, aunque el tiempo haya trazado líneas en su rostro, doña Antonia conserva la sonrisa de quien nunca renunció a aprender. En su mirada aún hay algo que avanza hacia adelante.

Le invitamos a repasar la historia completa en el video disponible en la portada del artículo.

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