4 de agosto de 2014, 5:29 AM

Si estar en la cárcel es una pesadilla, estar preso con VIH en un infierno. María, como le llamaremos en este reportaje, es un exrecluso que estuvo en prisión durante casi tres años y pidió traslado del centro La Leticia, en Guápiles, al querer huir de los abusos.

Sin embargo, se encontró con los mismos maltratos en la cárcel de San Rafael de Alajuela. Ahora es uno de los cinco privados de libertad que denuncian los maltratos que sufren quienes sufren esta enfermedad dentro de prisión.

Según datos oficiales del Ministerio de Justicia, hay 91 privados de libertad de conviven con VIH, 53 de ellos con tratamiento retroviral.

Las autoridades son conscientes de la discriminación que muchos de ellos viven por otros privados, aunque aseguran que ha bajado gracias al trabajo de varias organizaciones no gubernamentales.

Dixiana Alfaro, jefa de Salud de Centros Penales, recuerda que en el pasado esta población incluso era expulsada de los cuartos, por los mitos acerca del contagio, incluso con un simple contacto.

Pero Bitransg, la asociación que lidera esta denuncia, señala que los abusos son de otro calibre.

Así lo afirma Carlos Alfaro, el presidente del grupo, quien narra cómo en ocasiones los privados de libertad son bañados en orina, basura y hasta violados mientras duermen. A los abusadores no les importa que tengan Sida.

María asegura que los mismos enfermeros que le atendían divulgaron su padecimiento, y así llegó a conocimiento de los demás reclusos.

Al tiempo que Alfaro niega que desde el personal de salud se haya filtrado un diagnóstico. Más bien, sostiene que los mismos reos divulgan su condición.  

La denuncia llegó a manos de la Defensoría de los Habitantes. Aún falta la resolución, pero una inspección de campo al centro penitenciario San Rafael le ofrece al ente un panorama de lo que ocurre.

Álvaro Paniagua, funcionario de la Defensoría, sostiene que los reos con VIH, incluso, llegan a ser marginados y marginados de los servicios básicos; además de ser explotados sexualmente.

Y aquí es donde el tema sube de tono. Si son violados y explotados sexualmente, ¿pueden los centros penales convertirse en un foco de contagio?