Por Teletica.com Redacción |28 de noviembre de 2018, 5:15 AM

En 1918 empezó la construcción de la escuela de Cipreses de Oreamuno, en un terreno que en aquellos días costó ₡20. Cien años después el centro educativo se engalana para celebrar un cumpleaños más.

En esta escuela 300 niños reciben su educación diariamente, porque el personal no se sumó a la huelga.

En los registros sobre sus orígenes se consigna que, ante la imperiosa necesidad de contar con una escuela, los vecinos de esta localidad se organizaron para buscar primeramente un terreno. Fue así que lograron que Nicolás Granados les vendiera un pequeño lote por la suma de ₡20.

Ese mismo año de 1918, Juan Brenes, el único carpintero del lugar, se encargó de la construcción de la primera aula. Era de madera, techo de zinc y piso de tierra y en vez de pupitres individuales, los primeros alumnos compartían largas bancas para recibir lecciones.

Años después, ante el crecimiento de la población estudiantil, la comunidad volvió a tomar cartas en el asunto para gestionar la construcción de dos nuevas aulas, que aún persisten en la actualidad.

En sus inicios se llamó Escuela Mixta de Cipreses y se dividía en turnos para hombres y para mujeres. A partir de un decreto ejecutivo, todas las escuelas públicas fueran mixtas y desde entonces se llama simplemente Escuela de Cipreses.

Pero las opciones entonces eran limitadas. Jorge Coto Vega, ex alumno, relata en uno de los documentos que conserva la escuela, que los estudiantes cursaban apenas hasta cuarto grado. “El que podía seguir estudiando para concluir la primaria debía ir a Pacayas, Cervantes o San Rafael, donde si daban quinto y sexto”, recuerda.

Testimonia que “los niños en ese entonces procedían en su mayoría de hogares muy humildes, casi todos eran descalzos, con la ropa remendada”. Recibían lecciones de 7 a. m. a 10 a. m, los de primero y segundo, y de 11 a. m. a 2 p. m. los de tercero y cuarto.

“Algunos alumnos apenas sabían poner el nombre, sumar y restar. Los padres sacaban a sus hijos de la escuela para que ayudaran en el trabajo ya que había mucha pobreza y para algunos estudiar era un lujo que no se podía permitir”, narra.

“Aprovechaban al máximo los cuadernos. Si a alguno se le acababa los maestros les pedían hojas a los que tenían más recursos. Vieras que en ese entonces los maestros eran muy estrictos en cuanto a la disciplina, pero eran muy buenos educadores”, agrega Coto en la entrevista que conserva la escuela.

La herencia de la Escuela de Cipreses se ha mantenido a lo largo de los años. La vocación, entrega y amor a la educación de sus 31 docentes aún sigue incólume.