Gatilla es el vendedor que convirtió la rutina de Dota en un acto de magia
Con su carrito de copos y sus boleros, Rafael Navarro transformó la plaza de Santa María en un refugio de historias, gestos dulces y pequeñas ceremonias de afecto que el pueblo se niega a olvidar.
En Santa María de Dota hay nombres que no necesitan placas ni certificados. Circulan de boca en boca, se vuelven hábito, se vuelven paisaje. Pregunte por Rafael Navarro y quizá nadie responda. Pero diga “Gatilla” y el gesto cambia: aparecen sonrisas, miradas cómplices, dedos que apuntan hacia el parque central, donde un carrito de copos marca, cada día, una ceremonia breve y dulce.
A sus 75 años, Gatilla —apodado así por esos ojos claros que parecen iluminar cualquier conversación— es más que un vendedor. Es un hombre cuya simple presencia ablanda el ritmo del pueblo y le recuerda a todos que la alegría, a veces, se ofrece en porciones pequeñas: un copo, una palabra amable, una pausa luminosa a mitad de la tarde.
A su lado camina Fabiana Navarro, su hija, una mujer de 30 años que mira a su padre con una mezcla de orgullo y gratitud. Ha visto cómo cientos de infancias pasaron frente al carrito de copos, cómo las meriendas se volvieron ritual, cómo una sonrisa suya alcanzó para mejorar el día de cualquiera. Tiene claro que, cuando él ya no pueda seguir, será ella quien sostenga ese legado. Porque no se trata solo de vender. Se trata de custodiar una tradición que ha tejido generaciones entre sí, de mantener vivo un gesto dulce que el pueblo ha adoptado como propio.
Pero Gatilla también es música. Sus manos, que preparan copos con la delicadeza de quien conoce el oficio desde siempre, son las mismas que deslizan boleros en una guitarra vieja y fiel. Allí encuentra refugio, en esas canciones que parecen detener el tiempo, en esas melodías que regala sin pedir nada a cambio. Entre azúcar, notas y risas, ha logrado convertirse en un recordatorio vivo de que la felicidad, en ocasiones, es apenas esto: una buena actitud, un oficio humilde, una manera luminosa de estar en el mundo.
En Santa María de Dota, Gatilla no solo refresca las tardes. Refresca los corazones. Y mientras Fabiana lo observa y aprende, sabe que ese legado —hecho de música, trabajo y amor— seguirá brillando en el pueblo con la misma luz clara de los ojos de su padre.
Puede repasar la historia completa en el video disponible en la portada del artículo.

