Por Mariana Barboza |21 de noviembre de 2020, 19:54 PM

Primero fue Eta y luego Iota. Hoy la región clama por ayuda para levantarse.

EL martes 3 de noviembre, mientras Estados Unidos se enfrentaba a unas elecciones presidenciales históricas, nuestra región Centroamericana, una vez más, se enfrentaba a un duro golpe de la naturaleza:  el huracán Eta.

Con fuertes vientos y lluvias torrenciales Eta avanzaba lentamente por Centroamérica como huracán categoría 2.

Jerlin Díaz, del canal 11 de Honduras, informaba que en su país, en alerta roja, con el agua hasta el cuello y las calles convertidas en ríos, miles salían de sus casas inundadas.

Eta tocó Guatemala convertida en depresión tropical.

Desde Puerto Barrios, Luis Armando Lamadrid reportaba la muerte de al menos 4 personas.

Aquí en Costa Rica, Eta cobró la vida de una pareja que murió sepultada por un derrumbe en Coto Brus.

El ciclón provocó daños e inundaciones en el Pacífico Central y Sur, además de Guanacaste.

Nuestros vecinos panameños también sufrieron el impacto de Eta: 5 muertos, 12 desaparecidos y provincias incomunicadas. Las más afectadas Chiriquí y Bocas del Toro.

Eta desapareció, pero la naturaleza no dio tregua, las aguas no volvieron a su nivel y el suelo no se secó.

Menos de dos semanas después, el 16 de noviembre, apareció un nuevo huracán: Iota, más fuerte y más devastador.  

Impactó Nicaragua en categoría 4. La misma zona golpeada por la naturaleza a inicios de mes.

Esta vez Iota fue más allá, porque atacó y destruyó las vecinas islas colombianas: San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Ambos ciclones tropicales acabaron con la vida de más de 100 centroamericanos y dejaron pérdidas millonarias en infraestructura, cultivos y casas.

Hoy los afectados tratan de recuperarse, de levantar lo perdido. Claman por ayuda y esperan la acción rápida de sus gobiernos en la reconstrucción.

Noviembre del 2020 será recordado como un mes devastador para Centroamérica.