Por Natalia Jiménez Segura |24 de diciembre de 2020, 12:11 PM

El 18 de marzo es una fecha que don José María Tijerino recordará por siempre. La pandemia le arrancó el trabajo y la manera en la que le llevaba el sustento a su esposa e hija. Han pasado nueve meses desde ese momento y la situación es cada vez más crítica.

Es posible que usted se acuerde de él: el programa 7 Días lo entrevistó el mismo día que le entregaron su carta de despido del hotel donde trabajaba en La Fortuna de San Carlos. (ver video adjunto).

Ese día, don José María experimentó angustia, tristeza y desesperación. Lamentablemente, esas emociones no han desaparecido.


Ha tenido que reinventarse y hacer actividades diferentes. Algunos días no ha tenido más que vegetales para comer y todavía no tiene trabajo.

“Fue algo irreal, algo que vino a cambiarnos la vida a mi familia y a todo el mundo. Teníamos unos planes familiares y por cosas de la vida tuvimos que cambiar todo totalmente. No esperábamos un cambio tan drástico, la pandemia nos agarró con las manos arriba”, contó.

Al principio pudo pagar su casa, comprar alimentos y cubrir otras necesidades con el dinero de la liquidación; sin embargo, no alcanzó por mucho tiempo.

Ha vendido ceviches, arroz con leche, lavado carros y otras actividades que hace un año no imaginaba realizar.

 “La necesidad nos hizo pensar en una solución, pero esa solución tenía que acompañarse con acción, entonces mi esposa y yo lo hablamos, hicimos arroz con leche, mermeladas, mi niña y yo íbamos a visitar lotes, apear guayabas, recogerlas y mi esposa hacía la mermelada para ir a vender, ceviche, trabajamos en construcción, fuimos a pintar casas, a recoger limones, y otras actividades que no había hecho en la vida”, comentó don José María.

A toda la situación se suma su edad, él tiene 60 años y no es fácil conseguir un trabajo. Su esposa tiene 47 años y su hija acaba de cumplir ocho.

Don José María, ¿ha habido días en los que usted no ha tenido comida en su mesa?

Sí, no me da pena decirlo porque gracias a Dios lo tuvimos, pero teníamos nada más yuca, tiquizque, chayote. Le hicimos un puré a la niña, ella se ha acostumbrado a comer de todo. Antes le podíamos comprar algunas cositas que a ella le gustan, pero nosotros le explicamos “mami hay chiquitos que no tienen ni esto que comer".

A veces solo tenemos vegetales en la mesa, pero de igual manera le damos a gracias a Dios por lo que tenemos, por lo que no tenemos y por lo que tendremos. Todo esto es una prueba que Dios nos pone.

¿Cuál ha sido el momento más duro para usted en estos nueve meses?

Hubo un momento en que me quebré por dentro, pero no podía demostrarlo para que mi hija no viera. Fue en el cumpleaños de mi niña. Ella pedía un queque porque en el vecindario, antes de la pandemia, los papás compraban queque, hacían piñatica y la invitaban a ella. Con siete años quería un queque y yo se lo prometí, ese era el sueño de ella.

No pude comprárselo, no pude, no tuve. Habíamos vendido algunas cosas de la casa y habíamos tenido que hacer algunas cosas y no pude.

Pasó el cumpleaños de ella, a la semana me llamaron para trabajar dos días, una alegría enorme para la casa. Fuimos a trabajar y en el transcurso que iba para el hotel, el chofer me preguntó lo mismo y le dije lo de mi hija. Pasaron los dos días y cuando ya el segundo día nos veníamos para la casa llegó el dueño del hotel y me regaló el queque para mi niña. Yo no sabía que el chofer le había contado de mi situación, yo cada vez que hablo de esto pues me conmueve y es algo que tengo grabado en mi mente. Me dieron el queque, no le debía nada y fue algo impactante para mí porque yo no lo esperaba.

Yo se lo llevé por sorpresa, hasta el nombre le pusieron, y se lo juro que solo verle la carita a mi hija de alegría, de felicidad con su quequito. Ese día lloramos los tres, de felicidad. A pesar de todo, Dios nos ha hecho el milagro que tenernos con vida, de tener comida a diario.

La familia Tijerino Montero tenía el sueño de comprar un lote después de Semana Santa y construir su casita ahí a finales de año, pero la pandemia lo cambió todo. Ahora luchan a diario por tener comida en su mesa, con la incertidumbre de qué pasará al día siguiente.

Don José María asegura que han recibido ayuda de algunas organizaciones de La Fortuna, como la Asociación de Desarrollo, la Iglesia de la comunidad y de la escuela de su hija. Aplicaron por el Bono Proteger, pero nunca llegó.

“Estamos conscientes, cada vez que nos sentamos en la mesa a comer lo que Dios nos provee, que hay personas que están comiendo menos que nosotros. Le damos gracias a Dios todos los días”, asegura el vecino de San Carlos.

¿Cuál es la enseñanza más grande que le ha dejado esta situación?

La enseñanza más grande que he tenido es que Dios no nos deja solos, que Dios existe, que Dios está vivo y que tenemos que pedirle con fe. Yo les digo a las personas que tengan fe en Dios. Yo he visto colegas de otros hoteles que se han suicidado este año y eso a mí me ha impactado mucho porque la gente se desespera. Hay que luchar, tener fuerza y fe en Dios.

He aprendido a buscar soluciones, a no preocuparse sino ocuparse. He aprendido que la necesidad es la madre de todas las soluciones. Si uno tiene necesidad, tiene que buscar una solución. Tal vez uno no ha hecho determinada actividad comercial y al arranque a uno le cuesta, pero ya después cuando uno lleva comidita a la casa tiene más seguridad. Hay que salir a buscar a la calle, aquí nadie lo va a venir a buscar a uno.

¿Qué le diría a ese José María que entrevistaron el pasado 18 de marzo?

A esa persona que usted entrevistó ese día, que estaba deprimido, que estaba caído anímicamente porque no sabía cómo explicarle a la esposa y cómo enfrentar la situación atípica, yo le diría que hay que ser valiente y aceptar las cosas que a uno le ponen en el camino. No hay ni una hoja que se mueva sin el deseo de Dios y que todos estamos aquí por alguna razón. Le diría que no se derrumbe, pero ese Jose María no sabía cómo hacerlo ni cómo lo iba a vivir. Ahora yo puedo contar eso. 

Don José María, su esposa Ana Rocío y su hija Amy son unas de las víctimas del COVID-19, no por su enfermedad, sino por todas las consecuencias económicas y sociales que trajo.