Por María Jesús Prada 10 de diciembre de 2025, 16:50 PM

En Islandia, las noches están llenas de expectativa. Mientras el frío se asienta sobre los campos de lava, comienza también la vigilancia de un fenómeno tan caprichoso como deslumbrante. Las auroras boreales, protagonistas silenciosas del invierno ártico, no aparecen por voluntad del viajero, sino por una combinación precisa de ciencia, clima y paciencia. En esta búsqueda, dos guías costarricenses se han convertido en intérpretes del cielo del norte.

Carlos Hidalgo, gerente de la empresa MD Tours, y Carlos Mondragón, guía tico residente en Islandia desde hace dos décadas, lideran expediciones nocturnas en las que cada decisión depende de una lectura minuciosa de datos. Antes de encender el motor, revisan el comportamiento global de la actividad solar, la dirección del viento proveniente del Sol y las condiciones de oscuridad que permiten distinguir cualquier destello.

“Nosotros analizamos primero cómo está la actividad global de la aurora boreal, por dónde viene y, sobre todo, si ya hay oscuridad en el cielo. Cuando el pronóstico global muestra que el fenómeno se proyectará sobre Islandia y que puede haber una apertura entre las nubes, entonces nos preparamos para salir”, explica Hidalgo, atento a los gráficos que se actualizan en tiempo real.

La contaminación lumínica de Reikiavik es el primer enemigo. No basta con mirar por la ventana del hotel: las luces urbanas anulan incluso una aurora activa. Así lo resume Hidalgo: “Hay varios factores que intervienen. Por ejemplo, la intensidad con la que llega la lluvia solar: en este momento viene a unos 700 kilómetros por segundo desde el Sol. Pero también necesitamos que el magnetismo de la Tierra esté negativo para que esas partículas queden atrapadas en la atmósfera. Si está positivo, no se forman las auroras visibles.”

Esa variación del magnetismo terrestre determina el ritmo de la noche. “Ahora mismo el índice está en -2, lo que significa que podríamos ver una réplica de actividad en unos 40 minutos o una hora”, añade. Es la señal que activa al grupo: el momento en que se llama a los viajeros y se emprende el desplazamiento hacia zonas rurales, lejos de cualquier destello artificial.

Las aplicaciones meteorológicas se revisan como si fueran monitores cardíacos. Muestran nubes altas, medias y bajas; trazan posibles aperturas en blanco; señalan cambios bruscos en cuestión de minutos. Con base en eso, deciden a qué parte de la isla moverse. 

"Aquí no se trata de poner una dirección en el GPS: hay que conocer el terreno, las rutas y cómo cambia el clima minuto a minuto”, explica Mondragón, habituado a adaptar la ruta sin previo aviso.

A esta lectura se suma el índice Kp, una escala que mide la actividad geomagnética. Si marca 4 o 5, las auroras se proyectan más arriba en el cielo y exigen espacios abiertos o montañas bajas que permitan un ángulo amplio de observación. El paisaje, en estos casos, se convierte en herramienta.

Cada salida es un ejercicio de espera calculada. El frío, las horas inmóviles y la oscuridad total forman parte del ritual. La recompensa no siempre llega; Islandia recuerda, con frecuencia, que la naturaleza no se ajusta a agendas ni pronósticos. Pero, cuando el cielo finalmente se abre y el verde emerge sobre la noche, la vigilia deja de pesar. Ese instante, breve e irrepetible, explica por qué miles de viajeros cruzan el Atlántico para ver cómo la atmósfera se ilumina desde adentro.

Este viaje forma parte de una serie especial realizada junto a MD Tours para mostrar los paisajes y experiencias que aguardan en Islandia. Muy pronto, durante el Festival de la Luz, dos personas podrán vivir esta misma aventura: se obsequiarán dos boletos para descubrir el país del fuego y el hielo.

Repase el reportaje completo en el video que aparece en portada. También puede encontrar todas las entregas de este especial de Islandia en nuestra lista de reproducción de Youtube: haga clic aquí para ingresar. 

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