14 de septiembre de 2021, 19:15 PM

Antonio Barrios / Analista Internacional y Profesor invitado de las Universidades del Kurdistán en Irak

De nuevo, un país en el mundo experimenta una crisis humanitaria por una guerra que no logró los objetivos y empeoró la situación. Ahí es cuando la geopolítica se antepone a la razón humanitaria. Asia se encamina hacia un nuevo orden de alianzas, mucho más complejas y operativas que las formadas en los años noventa cuando solo Rusia era parte del gran juego del dinero y el petróleo en Asia, descrito así por el escritor Ahmed Rashid. En ese entonces solo unos pocos países reconocerían al gobierno Talibán, venido de luchar contra lo que quedaba de un movimiento muyahidín en la etapa postsoviética y que trató de sobrevivir con la llamada Alianza del Norte, liderada por Ahmad Sha Masoud, luego mártir por un atentado que acabó con su vida. Pero también la situación en Oriente Medio podría tener nuevas complicaciones difíciles de controlar. Vale preguntarse si el nuevo Talibán hoy en el poder, podría de nuevo abanderar a grupos radicales, que matan a quienes no se amoldan a sus cánones religiosos, permitirles entrenarse con aquellos viejos apoyos como Pakistán y Arabia Saudita y su añejo wahabismo.  

Hoy el Talibán dispone de un nuevo mapa de alianzas, incluso están aquellos que ven en el Talibán una oportunidad de oro. Se sabía que desde que el Talibán ganaba territorios en Afganistán, toda la geopolítica en Asia cambiaría por completo en muy poco tiempo. Cuando la geopolítica cambia se desatan las crisis humanitarias, se podrían enumeran muchos conflictos cuyas consecuencias han sido catastróficas. Millones de personas tiene años de vivir en tiendas de campaña de la ONU en condición de refugiadas, no logran regresar nunca a sus lugares de origen.  

Oriente Medio agrega un nuevo rompecabezas al marasmo geopolítico regional por las posibles influencias del Talibán en la región, en particular con un aliado histórico como Arabia Saudita. Incluso, ya hay una “pugna” en Medio Oriente entre Irán y Arabia Saudita por ganar la influencia sobre el Talibán, sobre todo los iraníes, que en el pasado habían tenido cerca de una guerra con el Talibán. La pregunta es si habrá una mayor (in) estabilidad en estas dos regiones de Asia y Medio Oriente. O como suele decirse en geopolítica, si “los nuevos códigos geopolíticos” podrán ser descifrados a tiempo por la geopolítica tradicional para entender la ruta del Talibán en el poder.

Con el Talibán en el poder se abre una amplia variedad de opciones para muchos países. En Asia, para dos grandes potencias como son China y Rusia; más al sur, Pakistán y la India, y en Medio Oriente, Irán y Arabia Saudita. Desde acuerdos con China o Rusia hasta la acogida de refugiados por parte de la Unión Europea, son muchos los frentes abiertos tras la llegada del Talibán, y prácticamente todos los que quedan por cerrarse.

La toma de Kabul por el Talibán definió el curso de la guerra en Afganistán. Ya dos potencias: China y Rusia estaban posicionadas desde mucho antes que EE. UU., se percatara de ello, para el reconocimiento del nuevo gobierno afgano.  Moscú y Pekín dejaban claras sus posturas en un momento en el que Occidente estaba apresurado por la evacuación del personal diplomático de las embajadas. Por eso, China no tardó en mostrar su total apoyo al Talibán e incluso ofreció su ayuda para llevar a cabo la reconstrucción del país. La Nueva Ruta de la Seda es la fuente de poder de Pekín y el salto de Pakistán a Afganistán, ya estaba más que organizado y era solo cuestión de tiempo.

Los chinos no harán inversión alguna en un país en constante lucha y su prioridad será mantener seguras sus inversiones y todo eso dependerá del apoyo Talibán. A Pekín le preocupa que el país asiático se convierta en un refugio para los uigures musulmanes más radicales, etnia con la que se ha enfrentado en la provincia a Xinjiang. En el pasado, miembros del Movimiento Islámico Turkestán Oriental (ETIM por sus siglas en inglés) organizaron y planearon algunos atentados en el gigante asiático. El corredor de Wakhan, que hace frontera con Afganistán, supondría una importante amenaza para los intereses chinos.

China sabe del riesgo, pero ofrecer inversión a cambio de guerra como lo han hecho las potencias en el pasado, sirve a Pekín para calmar cualquier tempestad étnica y controlar el vacío militar dejado por EE. UU. El auge del extremismo ha aumentado las celebraciones en algunos países que ven en la derrota de EE. UU., una gran victoria. Desde mucho antes de las conversaciones de Doha, impulsadas por Trump en 2020, rusos y chinos ya se habían estado reuniendo con altos mandos del Talibán para definir un curso de acción con el retiro militar de EE. UU., de suelo afgano.

Con la salida de Estados Unidos de Afganistán, China ha visto consumados sus objetivos geopolíticos para reducir la influencia de un rival, en lo que considera su patio trasero. Incluso, una colaboración rusa y china, a través del Sharp Power (poder agudo) hiciera posible al Talibán retomar el poder es una hipótesis para considerar. Es decir, en geopolítica es mejor lidiar con algo menor y controlable (el Talibán) para que sea un futuro peón de la nueva potencia (China), que pretenderlo hacer con otra potencia presente (EE. UU.). En geopolítica nunca hay nada garantizado, los eventos dan giros inesperados, y solo el tiempo dirá cómo se manejará China en este nuevo escenario regional.

Todos quieren algo de Afganistán, y China no es la única. Otras potencias cercanas serán una base de fuerza a los ímpetus de Pekín. Rusia desea un acercamiento y restablecer relaciones de una forma muy distinta a un pasado militar errado y una derrota que aún resienten los conservadores rusos. Y EE. UU., a cuestas con una nueva derrota, no querrá saber de guerras en muchos años. Así el establishment militar estadounidense tendrá un largo ayuno de guerras, mientras revisa de nuevo su doctrina militar. Otra potencia clave es Pakistán, un ganador con el Talibán y frente a India. Es probable que Islamabad sea la ruta de comunicación de cualquier potencia con el Talibán. Islamabad y la ISI (Inter Services Intelligence) siempre ha apoyado y financiado al Talibán, conformado en su mayoría por la etnia Pastún. Y Pakistán para no perder esa influencia y conocimiento, fue varias veces el interlocutor entre el Talibán afgano (porque, además, existe el Talibán pakistaní) y la anterior administración Trump, originándose el acuerdo del retiro militar estadounidense de Afganistán. 

El papel de Pakistán respecto del terrorismo ha sido ambiguo y similar al saudí, de “tirar la piedra y esconder la mano”. Jugando un doble papel y así, Arabia Saudita provocó a las poblaciones musulmanas en el Cáucaso desatando varias guerras ruso-chechenas a inicios de los años noventa. El doble rasero de un EE. UU., que ha mantenido una estrecha alianza con Pakistán en la lucha contra el terrorismo, pero al mismo tiempo los paquistaníes ocultaban a Osama Bin Laden, en Abbotabad, a menos de un kilómetro de una base militar. Pakistán dentro de sus fronteras combate al Talibán paquistaní por cometer atentados en Pakistán, mientras que organiza y apoya al Talibán afgano.

Más allá de la variable ideológica y religiosa, la geopolítica paquistaní en la región y, particularmente en tierras afganas, le asegura un potente aliado en su conflicto con India. Es la profundidad estratégica de Pakistán en su lucha por Cachemira, sino por la influencia que estaba teniendo India con el gobierno de Ghani en Afganistán. Una influencia que le impedía a China saltar sobre Afganistán en una política de contención que la India había estado ejerciendo por el control de los linderos geográficos y marítimos. India trabajando para Washington y Pakistán para Washington y Pekín. La misma política de contención cuando en la segunda guerra anglo-afgana de 1878, Gran Bretaña buscaba frenar a Rusia en su conquista de los mares cálidos.

Y como es usual, las palabras que cautivan a cualquier nación necesitada: cooperación, inversión y reconstrucción, abren las puertas a quienes hagan realidad esas necesidades. Las riquezas minerales de Afganistán, poseedora de hierro, cobre, cromo, zinc, plomo, mármol, así como piedras preciosas y materiales claves para las nuevas tecnologías cero emisiones, litio, cobalto, coltán, son algunos de los más preciados recursos que guarda el suelo afgano y que otras potencias en el pasado no han podido obtener. China parece ser la llamada a lograr esa riqueza. En el pasado muchos grupos armados locales se hacían con el control de esas riquezas, como en muchos conflictos en África, para financiar sus propias guerras, a través del mercado negro, como lo hiciera el Estado Islámico con el petróleo de Siria e Irak.

Rusia en años recientes ha venido recuperando y fortaleciendo zonas estratégicas de la otrora influencia soviética como el oriente de Ucrania, el Cáucaso, Siria en el Puerto de Tartus, entre otras regiones. Pareciera ser que Moscú ahora está más cómodo con el Talibán en el poder que con el anterior gobierno. Ghani no tenía margen de acción en Afganistán, la entrada de China y Rusia no estaba permitida. Hoy todo es distinto: au revoir EE. UU., bienvenue China. Europa y EE. UU., podrán estar lejos, pero no tanto para el alcance de los refugiados afganos y tocarán a sus puertas con más fuerza, similar al fenómeno migratorio de África y Oriente Medio. Mientras que Occidente estuvo más apresurado en retirar al personal diplomático y cerrar embajadas en Afganistán, Pekín y Moscú han decidido un enfoque más práctico y prudente de mantener sus legaciones diplomáticas activas y dando seguimiento a los eventos en Afganistán. Estados Unidos cometió el error de alejarse de Asia luego de la caída de Saigón en 1975, sirviendo a China para su ascenso silencioso como potencia. Nuevamente EE. UU., se va de Asia con la caída de Kabul.

Las aspiraciones del presidente ruso en Afganistán son similares a las de China. Primero, contener potenciales conflictos con los 15 países con lo que tiene frontera, hasta el fortalecimiento de alianzas militares. De ahí la razón del rápido acercamiento de Moscú con el Talibán, y por los varios grupos radicales activos en los países de Asia Central, entre ellos Lashkar e Taibo, que opera en países frontera a Afganistán por la búsqueda del Gran Califato, misma misión del Estado Islámico; el grupo Jemmah Islamiya en el Sudeste Asiático, principalmente en Indonesia, el país más poblado de musulmanes (230 millones), y que busca la creación de estados islámicos del tipo radical. Reducir al mínimo la capacidad de EE. UU., en Asia Central y marcar una ruta geopolítica que le permita a Moscú una nueva presencia militar y de colaboración en Afganistán. Es decir, una batalla más de Pekín y Moscú para trazar en la región pivote un nuevo inicio de la geopolítica global por el dominio de la Isla Mundial, descrita así por Halford John Mackinder y Alfred Thayer Mahan.

Pero la geopolítica no acaba aquí. Irán comparte con Afganistán una frontera de 900 kilómetros. Enorme riesgo para un Irán mayoritariamente chiíta, mientras que el Talibán es sunita (radical). Y ambos países estuvieron cerca del enfrentamiento en los años noventa con el Talibán en el poder. Las relaciones aún no están del todo definidas. Con la intervención militar de EE. UU., a Irak en 2003, se profundizó el sectarismo. El Talibán podría, quizá no inducir el sectarismo, pero los movimientos radicales podrían sentirse identificados con la causa en Afganistán. A Irán le conviene una buena relación con el Talibán y podría empezar con un compartido sentimiento antioccidental, pese a las diferencias que los separan. La geopolítica iraní subyace en su arco de influencia chiíta en Oriente Medio. La presencia militar de EE. UU., de Afganistán suponía un peligro para los iraníes, ya que desde ahí se ejercían acciones de inteligencia contra Irán, aun cuando las tensiones reales se desarrollaban en el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz.

Además de las implicaciones geopolíticas, lo más delicado desde una razón humanitaria, son los refugiados afganos que habían empezado a huir de Afganistán en 2016, y creció con la reciente toma de Kabul por el Talibán. Similar destino tiene la Turquía de Erdogan, paso de refugiados a través de Irán. Turquía es un factor clave en la región de Asia Meridional y de Oriente Medio, matando a civiles kurdos aprovechando el conflicto en Siria. Ahora Erdogan teme que el nuevo Talibán en el poder sirva de apoyo a las acciones de los kurdos en contra de Turquía. En este ajedrez geopolítico, plétora de afganos que luchan por huir del arribo Talibán, no hay aún un panorama concluyente sobre la estabilidad y pacificación del país. Irán y Turquía cuentan con millones de refugiados de diversos países en conflicto, sean guerras promovidas, potencias en pugna en Oriente Medio u otras iniciadas por EE. UU., luego de los atentados del 11-S, ergo Irak y Afganistán. Turquía está terminando de construir una valla de contención en su frontera con Irán para frenar el paso de refugiados afganos, al igual que lo hizo en la frontera con Siria. Todos se preocupan por los refugiados como una estrategia de relaciones públicas y mostrar quizá, una falsa humanidad.

El Talibán en el poder supone un renacer o una reactivación de muchos otros grupos o facciones radicales que buscarán emular el logro en Kabul. Es por ello que, la presencia de facciones de Al Qaeda en la Península Arábiga, o las existentes palestinas y de Hezbolá, estas últimas activas en la guerra en Siria como parte del arco de influencia iraní, han puesto en alerta a Arabia Saudita. Esta potencia arábiga busca ser un referente para el mundo musulmán, en competencia con Irán que reclama el mismo papel en la región. Los saudíes ya han condicionado su relación con el Talibán mientras el país no sea una guarida de grupos que lleven a nuevas guerras en terceros países. Hay coincidencias en las potencias regionales sobre no ser complacientes con el Talibán, más allá de la riqueza que pueda tener Afganistán. En otras palabras, están anteponiendo la seguridad regional. Sin embargo, la preocupación es que células del Estado Islámico de Khorazán o ISIS-K, ya han emprendido atentados terroristas y han declarado al Talibán su enemigo; lo que implica una declaración de guerra y la posibilidad de una nueva guerra sectaria en Afganistán. Ante un potencial escenario, ¿cómo harían frente las potencias regionales a esas amenazas? ¿Podría decirse que el Estado Islámico tendría como aliado a Occidente para luchar contra el Talibán apoyado por China y Rusia? Un tipo de guerra que empezó con la Operación Ciclón cuando EE. UU., apoyó de forma encubierta los primeros pasos del movimiento muyahidín en 1979 hasta que con Reagan hubo un apoyo abierto. Los peligros en Afganistán son muchos, hay mucha geopolítica pesada en juego y un paso en falso, podría llevar al país a una guerra.

Desde el punto de vista geopolítico sería un craso error no reconocer al nuevo gobierno Talibán porque agitar las aguas con sanciones económicas y diplomáticas, podría desencadenar un ambiente de conflicto mayor. De ser lo contrario, los que deberían ser sus mayores apoyos, Rusia y China, podrían percibir una fuerte dosis de inestabilidad que no conviene a nadie y poner en peligro el plan económico diseñado desde Pekín. El nuevo juego de poder en Asia apenas empieza su nueva partida. Ahora será el turno del Talibán decidir a cuál proyecto geopolítico y humanitario se va a apuntar; si a una guerra inútil imponiendo un pensamiento religioso medieval, violando los derechos humanos, asesinando a personas, denigrando y apedreando mujeres; o aprovechar el desarrollo del país y sacarlo de la pobreza extrema como nadie lo ha hecho antes, de la mano de Occidente y los gigantes asiáticos y de Oriente Medio: al norte China y Rusia; al oeste Turquía; al sur Irán y Arabia Saudita. Rectificar se llama la nueva misión.   

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