14 de julio de 2021, 9:00 AM

Antonio Barrios / Analista Internacional y Profesor invitado de las Universidades del Kurdistán en Irak

Afganistán, aquel país rocoso y polvoriento, con un calor infernal que sobrepasa los 50 grados centígrados, donde parece que nadie podría vivir. Por el contrario, es una tierra de guerreros y guerreras, dispuestos a todo. Son pueblos que por siglos han luchado, su experiencia es extraordinaria. Quien no conozca, lo único que se le ocurriría decir, es que solo saben de guerra; pues sí, las circunstancias históricas ajenas a sus deseos, los ha obligado a vivir en guerra y defender su tierra. Pueblos montañeses acostumbrados a ver desde lo más alto a los imperios entrar y caer, y cuando están exhaustos, esos pueblos bajan para dar la estocada final.

Si bien, Napoleón y Hitler conocían del crudo invierno de 5 o 10 grados bajo cero en Rusia, y sabían a lo que se enfrentaban, así se lanzaron a su conquista, pero no lograron continuar. Es el clima haciendo el trabajo que correspondía al campo de batalla. En Afganistán el calor extremo también hace lo suyo. Cuenta la historia que, Alejandro Magno escribió una carta a su madre cuando estaba en Afganistán, hace más de 2.000 años: "Me encuentro en tierras de un pueblo bravo y feroz, donde cada paso es como un muro de acero al que se enfrentan mis soldados. Tú solo has traído un Alejandro al mundo, pero cada madre de esta tierra ha traído un Alejandro al mundo".

Afganistán es un cementerio de imperios. La historia lo confirma. Los talibanes también lo saben. Estados Unidos no la está pasando bien. Macedonios, persas, mongoles, británicos, soviéticos, estadounidenses y… ¿seguirán los chinos con su nueva Ruta de la Seda en medio de Asia? Grandes conquistas se enquistan en ese indomable país de las mil tribus. En veinte años de guerra, Estados Unidos no ha tenido ninguna conquista militar, tan solo para agregarse a la lista de derrotas de imperios pasados. Las incursiones extranjeras en este enclave asiático nunca han sido fáciles, el alto costo en vidas no la hace viable como para permanecer como conquistador. Es como la pírrica victoria del rey de Epiro que logró sobre los romanos con el costo de miles de sus hombres. Se dice que el general Pirro, al contemplar el resultado de la batalla, dijo: “Otra victoria como esta y volveré solo a casa”. Desde Alejandro Magno a Donald Trump, y más recientemente a Joe Biden, todos se han enfrentado a una feroz resistencia.

Desde George Bush, quien empezara esta invasión a Afganistán en 2002, luego de los atentados del 11-S, 2001, apuntando a ese país como el responsable de dar cobijo a Osama Bin Laden, ninguno ha logrado derrotar a los talibanes. Un pasado de castas tribales pashtún, mayoría en Afganistán, marcan la diferencia en las guerras del pasado y el presente. Ocupar militarmente un país y escuchar en aquel momento a Bush decir que han triunfado, como cuando lo hizo desde un portaviones para decir lo mismo sobre Irak, fue el preludio de todo lo contrario. Que son Afganistán e Irak hoy, países destruidos. No le veo a ello ninguna victoria, más que una perversión de lo que se entendería como “victoria”. Es como cuando Estados Unidos debió salir de Vietnam, no declarando una derrota, sino buscando dignificar su salida, después de arrojar cientos de toneladas de bombas, más de las que lanzó en la Segunda Guerra Mundial. A Charles de Gaulle le sucedió lo mismo en su guerra en Argelia entre 1954 y 1962, con la diferencia que esa fue una guerra de guerrillas y no una guerra convencional.  

Objetivos de entrada a una guerra jamás son iguales a los objetivos de salida. Al final, los talibanes fueron más estratégicos porque cuando Estados Unidos entró a Afganistán, estos (los talibanes) ya tenían preparada su salida hacia países vecinos para entremezclarse en las poblaciones autóctonas y, esperar con paciencia (la que hace al buen guerrero como Ho Chi Minh en Vietnam), y ver al imperio empantanarse, exhausto, sin objetivos claros porque perdió muy rápido a un adversario (los talibanes) que no quisieron enfrentarse a Estados Unidos y así guardar energía para el regreso. Hacer fácil el “triunfo” de Estados Unidos en Afganistán era la estrategia para dificultar su salida. Estados Unidos alega haber invadido Afganistán en 2022 para “matar terroristas” y acabar con el semillero construido por Bin Laden. Hoy en 2021, operan en Afganistán 30 grupos terroristas. O sea, se cuadruplicaron a lo que había previo a la invasión en 2002.

Hace ya bastantes años, cuando apenas empezaba la guerra contra el terrorismo, donde todos éramos y seguimos siendo sospechosos, Eduardo Galeano recordaba en su artículo "El teatro del Bien y del Mal" la relación en aquella época entre Washington y Bin Laden: “La CIA le había enseñado a Bin Laden todo lo que sabe en materia de terrorismo, amado y armado por el Gobierno de Estados Unidos; era uno de los principales "guerreros de la libertad" contra el comunismo en Afganistán. Bush padre ocupaba la vicepresidencia cuando el presidente Reagan dijo que estos héroes eran "el equivalente moral de los Padres Fundadores de América"”. “Hollywood estaba de acuerdo con la Casa Blanca”, añadía Galeano, “En esos tiempos se filmó Rambo III: los afganos musulmanes eran los buenos, ahora son malísimos, en tiempos de Bush hijo.

En todas las guerras ruedan cabezas de generales. En las guerras de Estados Unidos en el exterior, desde el General Patton hasta el General Stanley McChrystal han sido objeto de destitución, no tanto por derrotas en las batallas, sino porque cuestionan al presidente sobre decisiones políticas que llevan al fracaso una estrategia militar. Y la guerra en Afganistán no ha sido ajena a esa situación. No es nada habitual que un general le diga en público al presidente de Estados Unidos lo que tiene que hacer. El precedente de Douglas McArthur, que se enfrentó con Harry Truman por la guerra de Corea y acabó despedido, siempre plantea sobre los debates en torno a la sumisión del poder militar al poder político. Los militares son buenos haciendo la guerra, pero es la política quien la determina, aunque ambas sean un fin en sí mismo.

El general Stanley McChrystal, comandante de las tropas de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán, cruzó esa línea delicada que impide a un militar abogar ante las cámaras por una causa cuando debería ser en privado. Siempre en los corrillos del poder, según las circunstancias políticas, ha habido quienes abogan por el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán y otros por la permanencia, puede ser por temor o por razones geopolíticas.

Desde la segunda administración Bush se recomendaba un diálogo con los talibanes. Los halcones se oponían hablar con el enemigo. Donald Trump fue más allá, buscó promover negociaciones de paz con los talibanes, mismas que no prosperaron porque debían ir paralelas al retiro de las tropas estadounidenses. Washington se oponía hasta no ver avances sustanciales en las negociaciones y un gobierno multi tribal. Y los talibanes no tardaron en responder y jactarse de lo que Afganistán se ha ganado por la fuerza de la historia: “Si los estadounidenses no retiran sus fuerzas, Afganistán se convertirá en el cementerio del imperio estadounidense en el siglo XXI”.

Una salida lo más honrosa posible es lo deseable, por eso Washington sigue urgido de negociaciones de paz con los talibanes, quienes avanzan rápido en el control de territorios, con miras de llegar a Kabul, como lo hicieron en mediados de la década de los 90 del siglo pasado. Para lo deshonroso hay antecedentes y le sucedió a la Unión Soviética cuando en 1989 se tuvo que retirar, ante la fuerte resistencia armada tras 10 años encallado en el país. Una resistencia apoyada por Estados Unidos y dominada por muyahidines fundamentalistas. Las consecuencias de este episodio terminaron siendo devastadoras, convirtiendo a Afganistán en la semilla del extremismo radical internacional. Curiosamente, la lucha contra el terrorismo acabaría arrastrando de nuevo a EE. UU. hacia Afganistán para librar una nueva guerra sin salida.

Preocupa, especialmente, la regresión en materia de derechos humanos y en la situación de la mujer que podría volver a la “edad de piedra” como cuando los talibanes gobernaron con un rigor espeluznante hasta llevar a la mujer a una desvalorización total, desprovista de todos los derechos. A pesar de estos riesgos y de su promesa de velar por los derechos humanos en el mundo, la retirada de Biden es incondicional. El “America is back” es selectivo y depende en qué zona del mundo estemos desde el punto de vista geopolítico. Igual que su predecesor Trump, el demócrata está encadenado a la política doméstica y a la rivalidad con China que amenaza su hegemonía como primera potencia. Lo que parece no darse cuenta Biden, es que salir de Afganistán para centrarse en China, es permitir que la nueva Ruta de la Seda de China logre llegar a Afganistán y a los linderos de India, potencia aliada de Estados Unidos como muro de contención y también preocupada por el avance de Pekín. China ya está en la reconstrucción de Afganistán, por lo menos en zonas claves en el ámbito de la infraestructura, y ofrece una estrategia muy distinta a ese país, durante siglos castigado por las guerras. La pregunta es si China es la siguiente potencia en caer en 50, 100 o 200 años, o si la mística china le hará prudente en saber cómo actuar en Afganistán, en lugar de caer en la tentación de la conquista militar. Las potencias tienen tentaciones de poder implícitas, es un comportamiento propio que emite mensajes de dominio.

Años después Estados Unidos caería en su propia trampa. Así comenzaba una intervención militar que hoy continúa y cuyos resultados son más que cuestionables. Y lo que es más importante, 20 años después los talibanes controlan el 60 por ciento del territorio afgano. ¿Cuál ha sido el triunfo estadounidense? La estrategia de “libertad duradera” se convirtió en una guerra duradera. Aquella máxima de la guerra "ganar la mente y los corazones" del enemigo, más parece un mensaje de mal agüero para quienes han buscado por todos los medios, desde invadir y conquistar países, y salir derrotados por aquellos pueblos montañeses acostumbrados a ver desde lo más alto a los imperios entrar y caer.

Preguntas muy prematuras por contestar, aunque se teme lo peor, al menos para la población civil en el avance talibán. ¿Qué o quién llenará el vacío que deje la retirada estadounidense? ¿Qué deseo es más fuerte para los afganos con poder? ¿El deseo de paz o el deseo de retener el poder? La sensación es que si se firma la paz llegará una nueva guerra. O la misma, la que empezó con 1.800 tanques soviéticos cruzando la frontera con Afganistán el 27 de abril de 1978. Desde ese año dos generaciones de afganos han vivido solo guerra, el caldo de cultivo de los radicalismos, de los nuevos combatientes, cuyo único futuro es ese, hacer de la guerra un modus vivendi.

La ansiada paz de mañana no puede estar basada con el pensamiento perenne de la guerra. La paz exige la sustitución de la guerra, misma que se hace cada vez más destructiva, donde más vale la geopolítica que los derechos humanos, donde impera el genocidio que la protección de la población civil, donde vale más la impunidad que el castigo a los criminales de guerra.

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