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Una mano justa y herida

La mano del juez, es la mano de la justicia estatal. Esa es la mano del juez.

1 de octubre de 2015, 5:06 AM

La mano del juez sostiene el mallete para condenar o absolver. La mano del juez trasmite el tremendo poder político para enviar cincuenta años a la cárcel a un asesino. La mano del juez escribe en el teclado de su computadora el fallo nacido en su mente. La mano del juez, es la mano de la justicia estatal. Esa es la mano del juez.

Cuando resulta herida la mano de un juez que participa en un debate desde hace muchos meses, donde los imputados están al borde del máximo de la prisión preventiva y el Poder Judicial ha invertido más de un centenar de millones de colones, pagado por los contribuyentes, hay un instante bisagra que abre –escandalosamente las puertas de la conciencia nacional. 

Esa justa mano incapacitada diez días provocó la nulidad del juicio, pues superó el tope de la suspensión máxima del proceso. El colapso del sistema fue pavoroso. La justicia estatal se desmoronó una vez más y la caja de fusibles que protegen los sagrados derechos de los derechos de los reos, se incendió de nuevo. La crónica de una fuga anunciada ya está escrita. La maltrecha justicia quedará echa añicos, una vez más. 

Si la incapacidad manual hubiese sido de nueve días, no se anula el juicio y ningún preso quedaría en libertad, el debate continuaría hasta finalizar y los tres juzgadores podrían absolver o condenar.

Si el dolor de mano mengua al día octavo o noveno y el juez llega a ocupar su sillón en el estrado, el proceso sigue y el pueblo costarricense no desperdicia cien millones de colones. Si el dolor manual vuelve, mientras suspendan otra vez por menos de diez días, el debate sigue y la justicia estatal no se derrumba.

Una mano judicial es un mano firme y pura. Es una mano fuerte. Es una mano que no tiembla. ¿Una mano judicial puede vencer el dolor con un analgésico? La mano de un juez cuando siente el corazón en su pecho, es una mano que representa a la justicia estatal y debe estar dispuesta a cumplir con su deber a rajatabla.

Aun consternado por la mano justa y herida, prefiero tararear una vez más al poeta Benedetti: “… tus manos trabajan por la justicia”.