4 de julio de 2017, 7:05 AM
Dan Johnson
Getty Images
Dan Johnson jugó con Miami entre 1982 y 1988.

Dan Johnson nunca olvidará lo que sintió en ese momento.

Fue sobre el final del primer cuarto del Super Bowl XIX que enfrentó a los Miami Dolphins contra los San Francisco 49ers con dos de las mayores leyendas del fútbol americano en el campo: Dan Marino y Joe Montana.

Con Miami abajó en el marcador y faltando poco más de un minuto, Johnson se abrió a un costado para recibir el pase de Marino y quedar a sólo dos yardas de la línea de touchdown .

En la siguiente acción, con apenas segundos en el reloj, el ala cerrada número 87 de los Dolphins completó la remontada con una anotación que puso por delante a su equipo.

Ese terminó siendo el único touchdown del partido para Miami, que perdió contundentemente 38-16, pero para Johnson fue un momento que le dio sentido al calvario que ha tenido que pasar en su vida.

Todo por un puesto

Johnson jugó en los Dolphins entre 1982 y 1988 tras haber sido escogido en el puesto 170 del draft .

Su figura no es de las que se suelen recordar. Nunca destacó por su habilidad y tuvo una carrera relativamente corta, siempre a la sombra de compañeros de mayor cartel como Marino.

Ni su página en Wikipedia, disponible sólo en inglés, muestra una fotografía ni el texto, de unas meras tres líneas, menciona el momento más glorioso de su carrera.

Super Bowl XIX
Getty Images
San Francisco le ganó a Miami en el Super Bowl XIX.

Pero de lo que sí habla es de por qué, casi 30 años después de su retiro, todavía no ha sido olvidado.

Johnson confesó en 2011 en una entrevista con ESPN que durante sus años como jugador era capaz de consumir unos 1.000 analgésicos por mes , práctica por la que llegó a ser conocido como el "rey del dolor".

"En la época en la que jugaba recibí una enorme cantidad de inyecciones para poder entrar al campo", comentó Johnson, quien en entrevista con el programa Sportshour de la BBC aclaró: "No había nadie que me forzara, se trataba de algo del momento".

"Quería jugar, ellos sabían que quería jugar y nunca quise abrir la puerta para que alguien entrara en mi puesto", reconoció.

"El entrenador me decía, ¿juegas el domingo? Yo decía, seguro".

Consciente de sus limitaciones, Johnson se dejó llevar por el temor de perder su puesto, de no poder regresar al equipo titular y estar al lado de jugadores como Marino.

"Dan fue uno que se acercó y me dijo que no tenía que hacerlo, pero él estaba en una situación muy sólida y yo lo tomé como las palabras de un amigo", contó.

"Fue algo que yo hice como jugador. Yo solía lesionarme, romperme un par de cosas aquí y allá ", recordó.

"Me fracturé un dedo de mi pie derecho, mi costillas. Llegué a tener una inyección en mi nuca para asegurarme que podía jugar. Era pensar que serías el que no iba a salir herido. Una postura bastante tonta".

"Fue brutal"

A Johnson le tocó vivir una de las mejores épocas de los Dolphins, guiados por Marino, si bien nunca pudieron igualar lo que hizo el equipo de Miami a comienzos de los años 70, cuando ganaron dos Super Bowl, incluyendo la temporada perfecta en 1972.

Dan Marino
Getty Images
Marino no pudo vencer a Joe Montana.

Sin embargo, vestir ese uniforme fue motivo suficiente para soportar el dolor, en especial una vez que los analgésicos dejaban de surtir efecto.

"Era brutal", recordaba. "Hubo veces que pensaba no llegaría al día siguiente o poder ir a ver el doctor".

"También podía pasar la semana en muletas y las dejaba en el precalentamiento, corría al campo y jugaba".

Pero tomar esa cantidad de analgésicos, de cubrir el constante castigo que sometía a su cuerpo, tuvo un efecto tan negativo en Johnson que durante años se vio limitado a pasar días pegado a la cama , adicto a los medicamentos.

Hubo momentos en los que pensó en el suicido, sumergido en la depresión tras sufrir la ruptura de su familia.

Tras sobrevivir a esa época, Johnson logró superar la adicción y reconstruir su vida.

Ahora, a sus 57 años, retirado en la tranquilidad de su hogar en St. Michael, Minnesota, el "rey del dolor" se toma su tiempo para responder a la pregunta que lo ha acompañado en las última tres décadas.

¿Valió la pena?

"Claro que sí", dice convencido.