POR Rubén McAdam | 19 de noviembre de 2025, 17:55 PM

En Montes de Oca, detrás de una casa sencilla, hay un jardín que respira como un pequeño mundo propio. Es el de don José Ángel Ulate, un hombre de 72 años que aprendió a vivir acompañado por más de cien plantas. Entre hojas, colores y macetas, pasa sus días conversando con lo que siente suyo desde hace años: un silencio amable que solo interrumpen sus flores.

Don José trabajó toda su vida como empleado público. Tenía la jubilación planeada, casi escrita, junto a su esposa. Pero un mes antes de pensionarse, ella murió. “Se me vino el mundo abajo… todos mis planes se borraron”, recuerda con la voz hecha un hilo. La vida se le partió en dos sin previo aviso.

El duelo duró lo que duran los duelos: más de lo esperado, menos de lo necesario. Y ahí apareció su madre, doña Lety, con una propuesta sencilla: ayudarla a cuidar las plantas. Un gesto doméstico que en realidad era una invitación a volver a caminar. 

“Mi mamá me dijo que las flores le enseñan a uno a esperar… y tenía razón”, cuenta ahora, con una sonrisa que se abre como una ventana.

Desde entonces, el jardín se convirtió en refugio y memoria. Entre orquídeas, rosales y begonias, don José encontró un ritmo distinto, más lento y más suyo. Cuidar lo vivo fue su manera de abrazar lo perdido. Cada flor es una historia, cada tallo un recordatorio de que la vida no siempre vuelve, pero sí florece de otras maneras.

“Cuando uno cuida algo con amor, la vida siempre le devuelve flores”, dice, mientras acomoda una maceta y mira hacia el cielo, como reconociendo una compañía que nunca se fue.

Para conocer más de esta historia y ver el reportaje completo, lo invitamos a repasar el video en la portada del artículo.

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