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Otros nombres que destacan en lo que muchos ya catalogan como "el concierto más importante de la década" son The Rolling Stones, Paul McCartney y Taylor Swift.
El eco del rock retumba más suave esta semana. Dos figuras del género se bajan del escenario, dejando tras de sí una estela de distorsiones, aplausos y memorias: Matt Cameron se despide de Pearl Jam tras casi tres décadas en la batería, mientras Ozzy Osbourne y Black Sabbath sellan su legado en Birmingham con una misa metálica irrepetible y bajan el telón, para siempre.
“Después de 27 años fantásticos, he dado mis últimos pasos en la tarima de batería para la poderosa Pearl Jam”, escribió Cameron.
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Sus palabras, simples y sinceras, calaron profundo en una comunidad que lo vio construir, ritmo tras ritmo, una identidad sonora inconfundible.
La banda respondió con cariño y respeto.
“Matt Cameron ha sido un músico singular y auténtico. Lo extrañaremos mucho y será por siempre nuestro amigo en el arte y la música”.
Así, se cierra un capítulo fundamental para la banda de Seattle, ese que comenzó con Binaural y que resistió las mareas del tiempo, del grunge al presente.
No hay detalles claros sobre las razones de su salida, pero sí una certeza: su legado no se mide solo en compases, sino en la pulsación emocional que mantuvo vivo el corazón de Pearl Jam.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en su natal Birmingham, Ozzy Osbourne encendía por última vez la llama del heavy metal acompañado de su banda madre: Black Sabbath.
Con 76 años, temblores visibles por el Parkinson y una voluntad de acero, el “Príncipe de las Tinieblas” ofreció una última misa eléctrica que reunió a decenas de miles de almas en el estadio Villa Park.
Sentado en un trono tan teatral como merecido, Osbourne cantó Paranoid con la energía de quien sabe que no hay mañana en el escenario. A su lado, la formación original de Black Sabbath —Iommi, Butler y Ward— selló un reencuentro que no ocurría desde hace dos décadas.
Y como si la ocasión no fuera ya legendaria, músicos de Metallica, Guns N’ Roses, Rage Against The Machine, Aerosmith y hasta los Rolling Stones sumaron su homenaje.
Fue un ritual poderoso, emotivo y profundamente humano. Un acto de vulnerabilidad y resistencia. La multitud, entre lágrimas y cabeceos, reconoció en Ozzy no solo al rockero transgresor, sino al símbolo cultural que atravesó generaciones.
Las entradas se agotaron en apenas 16 minutos. Parte de los fondos fueron destinados a organizaciones benéficas, incluyendo Cure Parkinson’s y el Hospital Infantil de Birmingham. Así se va Ozzy: haciendo ruido, pero también dejando huella donde más importa.
La salida de Cameron y el adiós escénico de Osbourne no significan silencio. Son pausas en la sinfonía interminable del rock, donde las leyendas no se retiran: simplemente se transforman.
En la memoria colectiva, seguirán latiendo las baquetas de Cameron y los gritos rasgados de Ozzy, como himnos eternos para los que una vez creyeron que la música podía cambiarlo todo.