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Micronutrientes y salud emocional: una relación clave que suele pasarse por alto
Vitaminas y minerales esenciales pueden marcar una gran diferencia en la salud del cerebro, el manejo del estrés y el estado de ánimo, especialmente en épocas de mayor carga física y emocional.
Los micronutrientes son vitaminas y minerales que el cuerpo necesita en pequeñas cantidades, pero que cumplen funciones clave para que el cerebro, el sistema nervioso y las emociones funcionen de manera adecuada. Aunque son “micro” en cantidad, su impacto es “macro” en la salud integral.
Estos nutrientes son fundamentales para una correcta función neuronal, para tolerar mejor el estrés cotidiano y para prevenir síntomas como la fatiga mental, el cansancio generalizado, la ansiedad o incluso cuadros depresivos. En esta época del año, cuando el trabajo, la escuela, la familia y las responsabilidades se acumulan, el cuerpo suele resentirlo.
Diversos estudios científicos han demostrado que niveles bajos de ciertos micronutrientes, como las vitaminas del complejo B, especialmente B12 y B6, así como minerales como el Zinc, pueden manifestarse con síntomas asociados a depresión, ansiedad y fatiga. Muchas veces la persona se siente triste o agotada sin una causa clara, y el origen puede estar en una deficiencia nutricional.
Un ejemplo clave es la vitamina D. Niveles subóptimos, medidos mediante exámenes de sangre, se han relacionado estrechamente con alteraciones del estado de ánimo. Valores por debajo de 20 se asocian con síntomas depresivos, cuando lo ideal es mantener niveles superiores a 50. Contar con niveles adecuados de vitamina D favorece la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, además de ayudar a reducir la neuroinflamación, un factor poco visible pero relevante en la ansiedad y el estrés crónico.
Si bien una alimentación balanceada debería aportar buena parte de estos micronutrientes, no siempre ocurre así. Dietas altas en alimentos ultraprocesados, poco consumo de vegetales o estilos de vida acelerados pueden hacer necesaria la suplementación. Eso sí, los beneficios no son inmediatos: generalmente se recomienda un consumo continuo de al menos ocho semanas para empezar a notar resultados. En muchos casos, se trabaja por períodos de tres meses, se hace una pausa y se evalúan los cambios en energía, sueño y estado de ánimo.
La dosis depende del suplemento. Por ejemplo, el Omega puede consumirse de una a dos cápsulas al día, mientras que minerales como el Zinc requieren una indicación más específica. Este mineral, aunque a veces subestimado, ha sido vinculado, incluso en metanálisis científicos, con la prevención de depresión y otros trastornos cuando se mantienen niveles adecuados.
Otro aspecto clave es la salud intestinal. Hoy se habla del eje intestino–microbiota–cerebro, una relación bidireccional inseparable. Un intestino saludable favorece la producción y aprovechamiento de neurotransmisores, y una buena salud mental también impacta positivamente en la microbiota. Cuando existe disbiosis intestinal, pueden aparecer síntomas como tristeza, cambios de humor y fatiga, y en algunos casos los probióticos resultan de gran ayuda.
Por eso, siempre es recomendable consultar con un profesional de la salud para valorar la necesidad de suplementos, mejorar la alimentación y ajustar hábitos.
