POR Juan Diego Castro | 17 de septiembre de 2015, 5:38 AM

Conozco fiscales: damas y caballeros de los estrados. Recuerdo a Carmen Aguilar, Carlos Rechnitzer, Rodrigo Castro, Carlos Arias, Fernando Cruz, Eduardo Araya, Jorge Chavarría y muchos más, de ayer y de hoy. Funcionarios y funcionarias de gran capacidad técnica, de impecable trayectoria ética y sobre todo gentiles, amables y respetuosos.  Representantes del Ministerio Público filosos en la dialéctica tribunalicia, fuertes en la retórica forense, implacables con los delincuentes, respetuosos con las víctimas y sobre todo humanitarios con las partes.

Hoy esos fiscales cultos y educados no son la mayoría. El maltrato a las víctimas es pan que se sirve a diario en los escritorios y en los mostradores de las fiscalías de todo el país.  La patanería y el desprecio por las reglas de urbanidad es moneda de curso ordinario entre las nuevas generaciones fiscales, engendradas en la nefasta época de la prepotencia abanderada de hace algunos años.  

En el Ministerio Público, de 1975 a 1997, había otro estilo, otra cortesía, otro espíritu organizacional. Las señoras y los señores fiscales vestían con elegancia, escribían con pulcritud y hablaban con prestancia. No decían expresiones ridículas como “el suscrito dice” o “esta representación”. Atendían a los abogados de las víctimas con cortesía y seriedad. Los fiscales generales actuaban en los juicios importantes, eran verdaderos fiscales, no simples burócratas lectores de reportes estadísticos. No existía ningún fiscal adjunto al que sus colegas lo conocieran con el mote de “el señor de los cielos”. Ni ninguna fiscal que llegara media hora tarde a una audiencia de apelación y le dijera al tribunal que se atrasó por un asunto de género y que no daría más explicaciones.

Hay dos fiscalías que son patéticas. La de Fraudes y la de Pavas.  Si revisaran, en los jardines de la mansión de Barrio Luján, los resultados de las investigaciones de los grandes fraudes, el tiempo que tardan en resolver los expedientes, la incapacidad y la falta de conocimientos de algunos fiscales especializados, caerían sentados.  Pero la fiscalía que es surrealista, desde su asqueroso lavatorio para el público hasta el trato insolente de algunos escribientes y fiscales hacia los abogados y  las víctimas, es la de Pavas.  A veces no sabemos si esa caótica oficina está delante o detrás de la malla del hospital que existe en ese distrito. La pereza y la falta de interés en las investigaciones la he documentado a lo largo de muchos años. Los criterios aberrantes que utilizan para desestimar y sobreseer causas por delitos graves son delirantes.

La patanería que caracteriza a varios de sus funcionarios, hasta con nombres de profeta, contrasta con la seriedad y la gentileza de sus jefes, que probablemente no reciben el apoyo necesario de sus superiores, para exigir que su personal al menos lea el Carreño.