Por Luis Ortiz |3 de marzo de 2015, 5:04 AM

Imágenes de archivo del lunes 23 de mayo de 1988 reflejan la magnitud del desastre del vuelo 628 de Lacsa con destino a Managua, Nicaragua y Miami en Florida. Pese a que el avión Boeing 727-100 quedó completamente destruido y quemado parcialmente, los ocho tripulantes de cabina y los 16 pasajeros sobrevivieron a este accidente.

¿Qué fue lo que ocurrió esa tarde?

Una animación en tercera dimensión muestra la ruta que siguió el Boeing en la ruta de despegue hasta que se detiene a un costado de la pista de aterrizaje.

Durante la carrera en pista para alcanzar la velocidad del despegue, el Capitán Armando D’Ambrosio decidió abortar el despegue.

Armando Rojas, copiloto del vuelo 628, narró cómo aquel día el avión llegó a lo que llaman “velocidad de decisión, el piloto sabe que si aborta tiene pista suficiente para frenar, y si acelera es suficiente para volar; y Armando decidió abortar y yo me avoqué a hacer lo que él quería en ese momento”.

En la cabina de pasajeros un despegue normal se convirtió en momentos de desesperación.

“Fue el carreteo normal, pero después como que no tenía el empuje que tiene normalmente y se vino el estruendo y fue una cuestión de segundos”, dijo la ahora paisajista Shirley Herrera, quien trabajó como aeromoza.

El vuelo 628 nunca despegó, en pocos segundos las llamas y el humo inundaban el avión construido en 1965.

Ese día Herrera realizaba uno de sus primeros vuelos como aeromoza de Lacsa

“En el momento en que ocurre el accidente todo el servicio de comidas y licores se vino contra la puerta de salida, si yo hubiera estado sentada no estaría aquí, gracias a Dios y gracias al ángel que fue Eduardo”, recordó.

Eduardo Paredes, tripulante de cabina, contó como las personas “se aglutinaron en la parte delantera porque en la trasera no se podía porque había mucho humo, solo podíamos salir por adelante, fue bien difícil, los asientos se arrancaron del piso”.

Mientras en un sector pasajeros y tripulantes luchaban para abrir la puerta y evacuar, en la cabina de los pilotos las ventanas se convirtieron en la ruta de escape.

“Yo brinqué, Héctor Araya se había llevado un golpe y bajó sosteniéndose de las ventanas”, relató Armando Rojas.

Luego de soltarse el arnés y caer sobre el panel de control, Héctor Araya fue el último en salir.

“No recuerdo más hasta que los capitanes me dijeron que me saliera porque el avión se estaba quemando, después logré incorporarme, me fui hacia la puerta de la cabina, la toqué, estaba muy caliente. Entonces Armando Rojas me gritaba, ¡por la ventanilla, por la ventanilla! y me tiré por la ventanilla, me llevaron al hospital de Alajuela”, afirmó Araya, ingeniero de vuelo.

Pese a que el fuego fue inmediato y la evacuación complicada, los 24 ocupantes sobrevivieron con heridas menores.

“Abajo lo que veías era feo, era un avión en llamas y no veíamos a la gente salir, se demoró unos segundos, hubo un lapso de preocupación”, agregó Rojas.

A Eduardo Paredes le correspondía la labor de contar los pasajeros. “Me faltaba uno, por suerte minutos después llegó personal del aeropuerto con el pasajero que había corrido hasta la terminal y se había sentado en la rampa del aeropuerto”, dijo.

Además de los tripulantes costarricenses, en el avión Boeing 727-100 viajaban ocho estadounidenses, dos nicaragüenses, dos cubanos, un alemán, un ciudadano checo y dos nacionales.

Héctor Araya recuerda lo ocurrido y en sus gestos se nota algo de asombro. “Cuando logré alejarme del avión con los bomberos, eran conocidos, me acostaron y volví a ver la cola, para nosotros era un orgullo llevar la bandera de Costa Rica en la cola del avión, pero ahora estaba quemándose, me llamó la atención tanta gente alrededor, si el avión hubiera explotado hubiera sido una catástrofe”.