Por Randall Corella |24 de noviembre de 2022, 7:05 AM

Dos décadas se hicieron de rogar los “inventores del fútbol” para llegar a jugar en la Copa del Mundo. Después del plantón que le hizo a FIFA porque eligieron a Uruguay y no a ellos como la sede del primer Mundial, la Selección de Inglaterra decidió estrenarse en la máxima justa futbolera hasta Brasil 1950.

Ganaron caminando la eliminatoria. Dejaron tendidos a Gales, la Isla de Irlanda y Escocia, con tres victorias y 14 goles anotados, cifras que les hicieron llegar confiados al torneo planetario, seguros de pisotear a sus rivales de la mano de figuras como Tom Finney, Wilf Mannion y Stanley Mathews.

Y aunque las cosas empezaron como esperaban, con una cómoda victoria ante Chile (2-0) en el recién inaugurado estadio Maracaná, el destino les tenía preparado a los ingleses un golpe de realidad que aplastaría su arrogancia.

El 29 de junio viajaron al estadio Independencia de Belo Horizonte, para enfrentar a un amateur equipo de Estados Unidos, compuesto por hijos de inmigrantes y jugadores semiprofesionales que habían perdido sus últimos siete juegos, incluido el debut en el Mundial ante España (3-1).

Pavoneándose de que los norteamericanos no serían obstáculo, el entrenador Walter Winterbotton dejó en el banco a Matthews para tenerlo a punto en el duelo decisivo ante los españoles. Las apuestas pagaban el triunfo de EE.UU. por 500 a 1, y un periódico británico planteó la posibilidad de darles a los débiles estadounidenses “tres goles de ventaja”.

Sin embargo, la vapuleada que esperaban ver los 10.000 espectadores de aquel juego fue en realidad una de las grandes sorpresas en la historia de la Copa del Mundo. Luego de 38 minutos de embestida inglesa, con ocasiones claras de gol y remates a los postes, el mediocampista Walter Bahr (maestro de escuela en Philladelphia), envió un pase largo que parecía fácil de atrapar para el portero Bert Williams.

Sin embargo, el delantero Joe Gaetjens, un haitiano que aún no se había nacionalizado estadounidense y que se ganaba la vida lavando platos en Brooklyn, se lanzó en plancha para desviar el balón con la cabeza y dejar sin reacción al arquero inglés.

Inglaterra se lanzó a por el empate, pero la defensa rival tuvo la gallardía (y un poco de suerte) para conseguir el batacazo mundialista. El pitazo final fue recibido con una mezcla de conmoción y alegría por parte de los norteamericanos y hasta del mismo réferi italiano Generoso Dattilo. "Si no lo hubiera arbitrado yo, jamás lo habría creído", confesó el silbatero.

La sorpresa no quedó ahí. La agencia Reuters envió el télex con el resultado del partido a los periódicos británicos; unos, incrédulos, solicitaron la confirmación de la victoria estadounidense, otros, con la hora de cierre encima y asumiendo que se trataba de un error tipográfico, decidieron titular “Estados Unidos 1 – Inglaterra 10”.

El inesperado golpe del “David” norteamericano hizo que el poderoso Goliat europeo se tambaleara y terminara cayendo en su tercer partido, esta vez por 1-0 ante España. Así, con el rabo entre las piernas, los “inventores del fútbol” tuvieron que emprender el viaje de regreso a casa, cargando una de las mayores decepciones de su historia.

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