Por Randall Corella |17 de diciembre de 2022, 9:56 AM

Había sido creada para ser el objeto de deseo de muchos hombres, hecha de plata, bañada en oro de 18 quilates y montada sobre un pedestal de piedras semipreciosas. A inicio de 1930, la diosa griega de la victoria sirvió de inspiración para que el escultor francés Abel Laffleur diera forma al trofeo que recibiría el campeón de la primera Copa del Mundo de Fútbol. El encargo había venido del entonces presidente de la FIFA, Jules Rimet, con cuyo nombre sería bautizado el galardón años después.

Laffleur creó una estatuilla con la figura de la diosa alada que sostenía sobre su cabeza un envase hexagonal. En total, medía 30 centímetros de alto, pesaba unos cuatro kilos y su valor fue estimado en 50.000 francos. Sin embargo, tanta perfección no la mantuvo alejada de los problemas. 

Uruguay la ganó en 1930, después viajó a Italia, su casa tras los siguientes dos Mundiales (1934 y 1938). Pero entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y cuenta la leyenda que la Copa estaba en la mira de los nazis, por lo que el médico Ottorino Barassi, vicepresidente de la Federación Italiana de Fútbol, la sacó de la bóveda de un banco romano, se la llevó a su casa y la tuvo escondida en una caja de zapatos… ¡Debajo de su cama!

Acabada la guerra, Barassi devolvió la Copa a la FIFA para que pudiera entregarla al ganador del próximo Mundial, Brasil 1950. Ahí regresó a Uruguay y en los próximos Mundiales se fue Alemania y Brasil, a la espera de que un país la ganara por tercera ocasión y la poseyera para siempre.

Sin embargo, antes de que eso sucediera, la aguardaba una nueva tragedia. El 20 de marzo de 1966, a pocas semanas para que arrancara el Mundial en Inglaterra, la Copa fue robada mientras era exhibida en el Methodist Central Hall de Westminster. 

El robo puso a correr a los mejores hombres de Scotland Yard, quienes pasaron días sin obtener una sola pista. Tuvo que salir al rescate un perro llamado Pickles que, en uno de sus paseos matutinos, halló el preciado trofeo en un jardín de Beulah Hill, semienterrado en hojas de periódico. 

Años después, una investigación del diario británico Daily Mirror, reveló que el autor del robo fue Sidney Cugullere, un delincuente común, quien sustrajo la Copa por puro placer, aprovechando que los guardias habían salido a tomar un café.

Finalmente, ese 1966 la Copa se quedó en Inglaterra, pero en las manos de la Selección tras conseguir su único título mundial. Cuatro años después, Brasil se coronó tricampeón del mundo y se ganó el derecho de dejarse la Jules Rimet para siempre. Sin embargo, lo que parecía un final feliz para la diosa Niké fue el principio de su peor tragedia.

El 19 de diciembre de 1983, la Copa fue robada de la sede de la Confederación Brasileña en Río de Janeiro, cortada en pedazos en la joyería del argentino Juan Carlos Hernández, fundida y vendida en lingotes por unos US$15.500 (una baratija) en el "mercado negro" carioca.

Años más tarde, la revista italiana Guerin Sportivo publicó que el robo había sido encargado por un coleccionista de arte italiano y que la copa estaba intacta y en oferta en el submundo del tráfico ilegal de obras de arte.

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