Por Randall Corella |15 de diciembre de 2022, 15:53 PM

Ser designado como el árbitro de la final de la Copa del Mundo es hoy un honor que muchos silbateros desean. El prestigio profesional, social y económico que representa impartir justicia entre las dos mejores selecciones del planeta es un premio que les acompañará toda la vida.

Y toda esa fama comenzó con un singular personaje, un burgués belga de casi dos metros de estatura, amante de la política y el deporte, que 90 años atrás se jugó la vida en la primera final de un Mundial, vestido de traje y con la maleta lista.

Nacido en las afueras de Amberes, John Langenus comenzó su andar como árbitro internacional en 1923, y llegó al Mundial de Uruguay 30 en el pico de su carrera. Antes de ser asignado como el juez de la final, fue asistente en dos partidos del torneo (Rumanía-Perú y Chile-México) y central en otros tres (Uruguay-Perú, Argentina-Chile y la semifinal Argentina-Estados Unidos).

Fue el árbitro que más partidos dirigió durante aquella primera Copa del Mundo, pero había viajado a Uruguay con un doble propósito: ser silbatero y periodista. Cuando no estaba sobre el campo impartiendo justicia, Langenus dictaba las crónicas de los partidos para el semanario alemán Kicker.

Elogiado desde siempre por su compostura, su léxico privilegiado y su porte elegante con camisa, pantalones bombachos y zapatillas, había arbitrado en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. Aunque no estuvo en la final de ese torneo, sabía la pasión que desbordaba un Argentina-Uruguay. Lo había conocido en los Países Bajos y lo corroboró dos años después, viendo el comportamiento de las hinchadas a ambos lados del Río de la Plata.

Así que, para arbitrar la final entre uruguayos y argentinos, pidió a los organizadores un seguro de vida, por temor a que ocurriera una tragedia dentro del estadio, y solicitó que el barco que lo llevaría de regreso a Bélgica estuviera disponible para zarpar apenas sonara el pitazo final.

Y lo hizo bien sobre la cancha. Más allá de zanjar la disputa sobre cuál balón usar y de enfrentar algunos cuestionamientos por una posición prohibida en un gol argentino, el encuentro fluyó sin grandes polémicas ni enfrentamientos entre fanáticos (en buena parte gracias a la victoria 4-2 de los uruguayos). Eso sí, apenas hizo sonar el último silbatazo, agarró la maleta y salió disparado hacia el puerto. 

A Langenus y al otro árbitro belga en la Copa del Mundo, Henry Christophe, les prepararon un par de sidecars conducidos por policías, y se instruyó a los oficiales de tránsito de Montevideo que mantuvieran despejada la ruta por donde pasaría el convoy. A pesar de los cuellos de botella tras el partido y las celebraciones de la victoria de Uruguay, ambos llegaron a tiempo.

Langenus volvería a pitar en las Copas del Mundo de 1934 y 1938. Su despedida mundialista fue en Italia, durante el partido por el tercer lugar entre Brasil y Suecia. El estallido de la Segunda Guerra Mundial puso fin a su carrera como árbitro internacional y, en su retiro, sacó provecho a su talento para la escritura, publicando unas memorias y dos libros relacionados con fútbol, por supuesto.

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