Por Juan José Herrera |17 de junio de 2018, 1:53 AM

La Selección Nacional materializó esta mañana ante Serbia todo el pesimismo con el que llegó a Rusia, cayendo ante un rival que, con muy poco, venció 0-1 a la Tricolor.

Fue darle forma a las dudas que se gestaron en la eliminatoria y que se anunciaron en los amistosos ante Inglaterra (2-0) y (Bélgica 4-1), alertas que dieron luces para no sorprenderse con lo de hoy, el gris debut de La Sele en el Mundial.

Serbia, el rival a vencer en un Grupo E donde los favoritos juegan más tarde Rostov, ofreció incluso menos de lo que se anticipaba: fue un equipo totalmente terrenal, escaso en propuesta y amigo del error, apoyado exclusivamente en el físico y potencia de Aleksandar Mitrović y en esa zurda privilegiada de Aleksandar Kolarov, el verdugo de turno para la Tricolor.

Sin embargo, todos esos favores no son suficientes para una Costa Rica tan escasa en fútbol, amarrada a ese planteamiento calculador que alcanzó para cumplir en el área pero se estrelló -y estrella- con las propuestas más elaboradas, más modernas, más bonitas…

La “sorpresa” de incluir a un Johan Venegas, de aporte nulo, fue todo lo que salió de la chistera de Óscar Ramírez, quien explicó en ese golazo de tiro libre de Kolarov todas las razones de la caída, como si la falta de ofensiva propia no fuera una, o el error de un desconectado David Guzmán otra.

Y de ahí en adelante se puede decir mucho: que Marco Ureña naufragó solo en punta de ataque, que el fútbol de Celso Borges sigue sin aparecer y que la defensa no sufrió porque Serbia ofreció poco, pero que cuando pudo Mitrović la desnudó.

Se puede decir también que el Machillo solo responde cuando siente alta la marea y que todavía así lo hace con temor: hasta el final se guardó los hombres de ofensiva, le abrió las puertas a un desenchufado Christian Bolaños y envió a Joel Campbell a relevar a un Ureña que todavía tenía cuerda.

Su mayor osadía fue meter a Daniel Colindres por Guzmán, la única permuta que llegó a cambiar el sistema.

Hubo cosas buenas, sí, pero fueron las menos, como la atinada titularidad de Francisco Calvo, el acostumbrado aplomo de Keylor Navas o el aporte eterno de Bryan Ruiz, pero nada más.

Aún con todo esto, lo más lamentable es que en el paladar queda la sensación de que el partido era ganable, que el rival no nos superó con la claridad inglesa o belga, que una necesaria victoria no estaba pegada al cielo.

Pero ahora el Mundial se queda con ese rostro más usual de La Sele, del equipo que apenas si se asomó al arco rival, que hizo un ridículo innecesario con Luis Marín y que gracias a él también originó otros más de Kendall Waston y el propio Colindres, candidatos a expulsiones que por alguna extraña razón no se dieron.

Y también queda con una certeza: hoy, apenas minutos después del debut mundialista, Costa Rica ya tiene pie y medio fuera de Rusia.