Por Natalia Suárez |9 de diciembre de 2016, 1:21 AM

Una pequeña familia de dos es la protagonista de un nuevo Sueño de Navidad; doña Flora y su hijo Wárner -quien tiene una discapacidad- viven en una casa que prácticamente se está cayendo.

Flores, santos, muñecas, peluches, relojes, adhesivos, carros, vasos de colección… la cantidad de adornos delatan el amor que doña Flora tiene por su casita.

Y es que cómo no, si aquí nació, vivió con sus papás, tuvo a sus hijos. Es el mismo techo en el Colorado de Sarchí que la ha cubierto desde que tiene memoria.

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Los años y las décadas han pasado, todos se han ido excepto ella y su hijo especial Warner. Aquí sobreviven con 78 mil colones mensuales de una pensión y lo que Warner ajuste reparando electrodomésticos viejos.

Hace algunos años Warner aportaba un poco más trabajando fuera de la casa, pero una enfermedad lo ha ido debilitando y no lo deja estar mucho tiempo de pie.

Doña Flora tampoco está muy sana, tiene enfermedades propias de la edad, una mala alimentación y también sufre con una úlcera que desde tiempo le carcome el pie.

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Flora y su hijo procuran tener el piso de tierra bien barrido, las ollas impecables, los muebles acomodados lo mejor que se pueda y las camas bien tendidas, pero es evidente que la casita lleva años y años de pie. El techo tiene huecos en unas partes y en otras está remendado. Igual las paredes.

Si ni siquiera logran ajustar la comida, planear reparar la casa no puede ni pensarse.

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Los pies gastados casi más que los zapatos, las miradas cansadas y la soledad que envuelve a esta pequeña familia nos hace pensar en cómo las necesidades de quienes tenemos cerca no son lujos ni comodidades. Son necesidades básicas, atención en salud, comida, un techo donde no pase la lluvia.

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