5 de julio de 2013, 6:49 AM

La Congregación para la Causa de los Santos -grupo de cardenales y obispos encargados de examinar los candidatos a santos- reconoció un segundo milagro de Juan Pablo II a principios de esta semana.

Éste habría tenido lugar el mismo día en que Juan Pablo II fue beatificado en la Plaza de San Pedro el 1 de mayo de 2011, y fue la curación de una mujer de Costa Rica.

Aquel regalo, fue recibido por Floribeth Mora, vecina de dulce nombre de la Unión, quien fue sanada por la intercesión, por su fe en el papá viajero.

De su historia, hay que contar que en abril del 2011, Floribeth fue diagnosticada con un aneurisma en su cerebro.

Desde ese día, no dejó de orar, de pedirle al Papa la intercesión por su salud. Confiada en que en ella ocurrirá un milagro y lograría ver por más años a sus cinco hijos. Los diagnósticos parecían no tener marcha atrás. Su condición era delicada.

Después de aquella angustia, de aquel dolor, de aquella Misericordia, el 1 de mayo del 2011, mientras en la Plaza de San Pedro, se beatificaba al papa Juan Pablo II.

Ella, junto a su esposo, fueron a una procesión, y sintió un escalofrío, y con él, la garantía de su sanidad.

En octubre del 2011, ella contó su milagro en la página web www.karolwojtila.com

Inquieta con lo que había vivido, buscó al presbítero Donald Solano, cura Párroco de Paraíso de Cartago, donde reposa una reliquia del entonces beato Juan Pablo Segundo. Una gota de sangre.

Ese día, un monseñor de Roma estaba en nuestro país, justamente dejando la reliquia. Y aprovecharon el espacio para relatar su milagro.

A finales de octubre, monseñor Slawomir Oder, viaja desde Roma y le solicita al monseñor Hugo Barrantes que instruya el proceso sobre el presunto milagro.

El 20 de noviembre del 2012, se inició el proceso sobre el presunto milagro atribuido a Juan Pablo II.

El 4 de diciembre de ese año, se cerró el proceso de investigación, que contaba con los estudios médicos y el historial clínico de Floribeth.

El expediente fue enviado en enero de este año a la Congregación para los Santos, en Roma.

Y hoy, con la firma del Papa Francisco, aquel misterio clínico, toma una forma distinta y se convierte en el testimonio de fe más maravilloso para los creyentes: un milagro.