Por Juan José Herrera |22 de junio de 2018, 3:23 AM

Brasil destruyó la ilusión tica en el último suspiro, apoyado en dos goles agónicos y en su ley de verdugo tricolor, una vieja norma que hoy por primera vez estuvo cerca de romperse.

Fueron dos dardos en tiempo de reposición, dos anotaciones que en el corazón tico ya se sentían imposibles pero que llegaron porque ninguna muralla es para siempre, porque Brasil las buscó con ahínco, porque toda gallardía tiene límite.

¡Qué difícil despedirse así!, porque cuando el reloj llegó al minuto 90 con ese 0-0 enorme los primeros cálculos del tercer partido llegaron, las críticas de siempre se fueron y la esperanza afloraba en una afición que olvidó el pesimismo del escenario negro y la previa gris: La Sele, por un momento, sostuvo de nuevo el corazón de los ticos.

Pero el fútbol es de méritos y de resultados, y hoy la 'Canarinha' tuvo los dos.

El partido en San Petersburgo fue un monólogo brasileño de empuje y una exhibición tica de aguante, una fórmula que terminó como debería terminar siempre: con la celebración del que más lo buscó, arriesgó y quiso.

Porque el partido fue bueno para Costa Rica bajo esa dura realidad de que somos un equipo construido para defender, nunca para atacar, jamás para proponer.

El remate desviado de Celso Borges al minuto 12 fue la primera opción de peligro en todo el partido y la única de Costa Rica a la postre. La Sele no remató ni una sola vez a la portería de Alisson, ni una.

Brasil, en cambio, intercambió disparos en todo su frente de ataque: Neymar, Coutinho, Gabriel Jesús, William, Marcelo… Todos probaron los guantes de Keylor Navas, por mucho el único tico a la altura del compromiso, la seguridad cuando todo lo demás falló.

Y así transcurrió un primer tiempo donde la Tricolor al menos sí tuvo piernas para avanzar en campo brasileño, con un gran trabajo de Cristian Gamboa y Bryan Oviedo por las bandas, con la dirección de un Bryan Ruiz intermitente y la velocidad de Marco Ureña arriba.

Pero también con el peso en contra de un Johan Venegas inexistente, el disparo al pie de un Óscar Ramírez obstinado en la titularidad de un hombre que no aportó nada ante Serbia y repitió atestados ante Brasil. Inexplicable.

Tampoco se pudo ver al mejor Celso Borges y repitió el irregular David Guzmán, otra vez errático en su juego y tembloroso en sus decisiones.

La segunda parte fue un barrido de la 'Verdeamarela'. 

Brasil salió del descanso con la consciencia de su mal resultado, del cartel de su rival y también del propio. Fue un conjunto volcado al ataque.

Y aun así se aguantó. Lo suficiente para desesperar a la pentacampeona, para obligarla a llevarse las manos a la cabeza, para desquiciar a Neymar.

También hubo ayuda del VAR, que por primera vez en su historia mundialista echó atrás en la decisión de un penal, una falta de Giancarlo González sobre la luminaria del PSG que existió pero que se perdonó por su levedad, para castigar tal vez el teatro incansable de un Neymar desenfocado.

Superado el susto, llegó también el candado de Ramírez: con un desenfocado Yeltsin Tejeda en relevo de Guzmán y Francisco Calvo por un agotado Gamboa. En su libreto no hay espacio para riesgos, menos cuando se puede aruñar un punto.

Pero faltaba el buscado gol de Coutinho 90’+1 y el desahogo de Neymar (90’+7), los dolorosos clavos de la tumba tricolor, el castigo al cálculo y premio al empuje, la despedida merecida en el momento inmerecido, el adiós a la trágica aventura rusa.