Por Sebastián Durango 26 de noviembre de 2025, 17:55 PM

En Barva de Heredia, donde las mañanas siempre huelen a tierra húmeda y café recién hecho, un hombre acaba de cumplir cien años. Se llama Efraín Alfaro, y su edad no entra primero por los ojos, sino por la forma en que camina: con calma, con firmeza, como si el mundo todavía tuviera mucho por mostrarle.

Su día comienza temprano. Antes de que el sol termine de abrir los ojos, don Efraín ya está en el jardín, recogiendo hojas, moviendo macetas, revisando cada rincón como quien cuida un pequeño universo propio. Ese jardín, silencioso y vivo, es una extensión de su manera de estar en el mundo.

Más tarde llega la misa. Él entra despacio, se sienta siempre en el mismo lugar y guarda una quietud que parece venida de otra época. Allí encuentra la paz que después lo acompaña en su caminata diaria: tres horas de pasos lentos, seguros, que lo llevan por las calles de Barva como si fueran viejas amigas que siempre lo esperan.

La tarde la dedica a una de sus pasiones: la pintura. Frente a un lienzo, don Efraín parece olvidar el tiempo. Sus manos, ya marcadas por el trabajo y los años, trazan colores que hablan de recuerdos, de paisajes y de una vida que ha sabido mirar con paciencia.

Y siempre hay un cierre cálido, casi sagrado: sentarse a la mesa con su familia. Ese momento sencillo —una comida servida con cariño, una conversación tranquila, una risa que se queda rondando— es la verdadera celebración de su centenario.

A sus cien años, Efraín Alfaro es un retrato luminoso de optimismo, disciplina y gratitud. En Barva, su cumpleaños no es solo un número redondo: es una invitación a mirar la vida con la serenidad de quien ha aprendido a valorar cada gesto, cada amanecer y cada compañía.

Le invitamos a repasar el reportaje completo en el video disponible en la portada de este artículo.

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