Por AFP Agencia |13 de septiembre de 2016, 5:03 AM

Cojean, están sentados en sus sillas de ruedas esperando a ser empujados, parecen desvalidos. Hasta que los jinetes paralímpicos montan sus brillantes caballos y se transforman.

"Me da mi libertad, me la devuelve", afirmó la veterana competidora británica Anne Dunham, que en breve cumplirá 68 años y vive confinada en una silla desde los 30 a causa de la esclerosis múltiple.

Esa sensación de independencia era la descripción que se repetía entre todos los jinetes que participaron el lunes de la prueba de doma paralímpica en el centro ecuestre de Rio. 

Los competidores de la 1a categoría, la que agrupa a los atletas con las discapacidades más severas, aludían a dos realidades muy distintas.

La primera es la de la vida al nivel del suelo, atrapados en un cuerpo paralizado. La otra es la que experimentan cuando están sobre la silla de montar, disfrutando de toda la fuerza de este poderoso y bello animal.

"Soy igual que otras personas, pero cuando estoy sobre mi caballo soy mejor que muchas porque sé cabalgar", afirmó la cinco veces paralímpica Dunham, cuyo equino se llama Lucas Normark.

"Él es uno de mis mejores amigos y me lleva por todo un mundo enorme y abierto de par en par", contó.

Mientras, Gemma Rose Foo, una atleta de Singapur que con apenas 20 años no puede caminar sin ayuda debido a una parálisis cerebral de nacimiento, sonreía alegre al pedirle que explicara lo que siente cuando monta. 

"El caballo es como tus piernas", describió. 

Un largo camino.

Los atletas paralímpicos no compiten en las arriesgadas pruebas de salto que se disputan en los Juegos Olímpicos. La doma premia la armonía y el control perfecto del jinete sobre su caballo mientras realizan una secuencia de movimientos memorizada.

Por seguridad, el llamado "equino tranquilo" se sitúa al borde del circuito para tranquilizar al caballo de competición. Los jinetes con poca visión o problemas de concentración tienen a su disposición señales sonoras para indicar instrucciones.

Pero cualquier manera de montar un animal de estas características entraña un grado de peligro potencial, especialmente para deportistas que no pueden protegerse durante las caídas.

Una realidad que conoce bien Foo, quien durante durante un entrenamiento en Alemania el pasado marzo se cayó de su caballo después de que el animal se asustara por un fuerte ruido. La amazona se rompió el bazo con el impacto, lo que le obligó a someterse a terapia intensiva para poder llegar a Rio.

Aunque el mero hecho de aprender a cabalgar ya puede ser el desafío más complicado de todos.

Robyn Andrews, de 33 años, era una talentosa patinadora artística durante su infancia en Canadá, hasta que le descubrieron un tumor cerebral. En la operación para disminuir la presión sobre el órgano, los cirujanos le tocaron la arteria principal y la joven sufrió un derrame masivo.

Quedó totalmente paralizada.

"No podría ni parpadear", recordó Diana, la madre de Robyn.

Con 17 años, Andrews comenzó un curso de equitación terapéutica, no tanto para aprender a montar como para mejorar sus condiciones de vida. Los progresos eran lentos y agotadores: fueron necesarios ocho años antes de que pudiera mantenerse en el caballo sin que nadie la sostuviera.

Ahora, sin embargo, es una atleta paralímpica y la doma le ha devuelto incluso un poco de aquella emoción que sentía de niña en la pista de patinaje.

"Hay una semejanza", afirmó. "Están los movimientos y tienes que recordarlos".

Una puerta hacia un pasado feliz que la finlandesa Katja Karjalainen también consigue abrir a lomos de su caballo.

Esta amazona de 54 años sufre una grave discapacidad, originada por una dolencia neurológica severa que se manifestó a los 26 años. Perdió la coordinación de las piernas y ahora apenas mantiene la visión reducida de un ojo.

Antes de que su cuerpo se derrumbara, Katja era una mujer ágil y en forma.  

"Cuando estaba sana, corría en las pruebas de vallas, así que correr es algo importante para mí, siempre lo ha sido", rememoró.

Entonces cierra sus ojos dañados y sonríe.

"Cuando estoy a caballo, recuerdo mi vida antes de la enfermedad", asegura.