Por AFP Agencia |4 de abril de 2022, 5:25 AM

En las zonas del Donbás todavía controladas por Ucrania, la población huye de esta región del este del país temiendo la llegada de la aplanadora de los rusos y cientos de mujeres, niños, ancianos, esperaban este fin de semana un tren la estación de Kramatorsk.

"Desde este fin de semana, cerca de 2.000 personas embarcan a diario hacia el oeste, hacia Leópolis u otra" ciudad, relata Nasir, voluntario humanitario que llegó a ayudar en la operación.

En la pequeña y pulcra estación de trenes, cuya fachada acaba de ser pintada de rojo y blanco, habitualmente había dos tres por día, ahora hay cuatro.

"Los hombres nos quedamos, nuestras familias se van" dice Andréi, cuya esposa y dos hijos esperan, pacientes, con sus maletas posadas a sus pies.

 ¿El próximo Mariúpol?

Desde que Rusia anunció que quiere "concentrar sus esfuerzos en la liberación del Donbás", esta región del este, la histórica cuenca minera de Ucrania, vive con la angustia de que haya una gran ofensiva rusa.

Kiev teme que la situación empeore a medida que las fuerzas rusas intentan rodear al ejército ucraniano.

Las tropas ucranianas están desplegadas desde 2014 a lo largo del frente que bordea Donetsk, al sur, y Lugansk, al este - capitales de las dos "repúblicas" separatistas prorrusas autoproclamadas -, y que va hasta Izium, en el noroeste.

Kramatorsk, capital regional de facto desde octubre de 2014 del territorio aún bajo control de Kiev, está ubicada en el centro de esta peligrosa zona, y podría verse asediada por las tropas de Moscú.

"Según las últimas informaciones, Rusia está trayendo sus tropas al este, y pronto estaremos rodeados" se preocupa Viktoria, médico de "Asistencia Humanitaria", según la credencial que luce en su pecho.

Ella espera que el ejército ucraniano se repliegue.

"Aquí podría producirse el próximo Mariúpol" advierte, aludiendo al puerto asediado y bombardeado frente al mar de Azov.

Kramatorsk, situada en la cuenca del Don, antes de la guerra más de 150.000 habitantes. La guerra aún no ha llegado aquí, la situación es de tranquilidad pero las calles están desiertas, demasiado silenciosas, quizá temiendo la llegada de una tormenta.

"Los bombardeos pueden empezar en cualquier momento" asegura Andréi.

Por su parte Svetlana afirma en susurros: "Los rumores dicen que algo terrible va a ocurrir aquí".

 "Mi ciudad va a necesitarme"

En el andén, a la derecha, las familias con los niños pequeños. Del otro lado, las personas de más edad, mujeres solas, entre ellas otra mujer llamada Svetlana, con una bolsa llena a rebosar en una mano, en la otra su perra fox-terrier.

A Mika le tiemblan las patitas, "se da cuenta de que algo está ocurriendo" dice su dueña, que viaja a Rivne, 300 kms al oeste de Kiev, donde unos amigos le han conseguido un apartamento.

"Realmente, tenemos miedo. He esperado hasta el último momento, pero ya es hora de irnos" agrega.

Un poco más lejos, un militar abraza a su hija, con trenzas rubias y atuendo rosa. "Nuestros hijos son nuestros tesoros" susurra un padre.

La familia Ribalko, con sus dos abuelas ataviadas con gorros de lana, conversa en un banco con las manos posadas sobre sus bolsas. Un niño pequeño come un chocolate, la mayor corretea entre los adultos. Un gato siamés duerme en el paquete de un robot "Smart-dog", reconvertido en cesta para gatos.

"Hasta el último momento queríamos quedarnos, pero con los niños, es muy peligroso" dice Tamara, una de las matriarcas. "Se dice que el frente va a llegar hasta aquí. No quiero creerlo. Mi marido se queda, le gusta demasiado su casa, sus perros, su jardín".

Llega el tren, diez vagones azules en dirección a Jmelnitsky, 800 km al oeste, 14 horas de viaje. La muchedumbre se mueve, canalizada por los voluntarios.

"En tiempo normal, son cuatro personas por compartimento, pero ahora van ocho, es decir unos 700 viajeros", detalla el jefe del tren Serguéi Popatienko

En pocos minutos, todos están a bordo. Un abrazo, un beso fugaz, la mano de un niño pegada al cristal a modo de adiós.

"¿Por qué me quedo?", reflexiona Ivan, el marido de Tamara, con sus manos encallecidas de agricultor, sus pobladas cejas. "Mi ciudad va a necesitarme, sin duda. Yo nací aquí, he vivido aquí. Vamos a esperar que estos malos tiempos pasen".

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