Por Juan José Herrera |28 de enero de 2024, 9:16 AM

Durante 14 años, Luis Antonio Sobrado dirigió el destino y decisiones del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), la que fuera su casa por más de dos décadas y de la que se despidió en 2021 con un último acto de entereza, al renunciar al cargo para evitar suspicacias por la participación de una cuñada suya como candidata en la elección presidencial de 2022.

Él, encargado de anunciar los vencedores de tres comicios nacionales y otros tantos municipales, hoy pasa sus días como un pensionado más, beneficio al que se acogió hace apenas dos semanas tras poner fin a 38 años como docente universitario.

Desde su casa de habitación en Escazú, y lejos del saco y la corbata que lo retratan en el imaginario colectivo, Sobrado atendió a Teletica.com en una entrevista distendida en la que conversó del hombre detrás del árbitro, de su futuro político y de la compleja situación que, reconoce, enfrenta Costa Rica en el plano electoral.

¿Qué ha sido de Luis Antonio Sobrado luego de dos años lejos del Tribunal Supremo de Elecciones?

Este fue un cambio importante en mi vida, un cambio inesperado, un adelantamiento de mi salida por las circunstancias que se conocen, pero yo creo que no significó mi retiro de la función pública.

Yo soy profesor universitario, o lo era desde hace 38 años, y estos dos años han significado mantener la docencia, mantenerme como profesor activo en la Facultad de Derecho (Universidad de Costa Rica), pero eso ya finalmente también se acabó: El pasado 8 de enero finalmente adquirí el derecho a la pensión y ya soy exfuncionario público para todos los efectos, pero eso me permitió “transicionar” de manera menos violenta, después de trabajar más de 12 horas al día todos los días de la semana, y no caer directamente en una situación de pensionado.

Así que ha sido una experiencia muy bonita y se abre en estos días una nueva etapa en mi vida.

¿Extraña esa otra vida? ¿O la que fuera su casa durante 22 años?

Extraño mis amigos, ciertamente, porque no solo era mi lugar de trabajo, sino era mi segunda casa y con gente muy linda, con la cual compartía muchísimas cosas todos los días de la vida. Entiendo la difícil responsabilidad que el destino colocó en mis manos como líder de la organización electoral, la cara visible o el símbolo humano de una institución, pero no añoro esa intensidad con la que se vivía, esa adrenalina que envicia y ese sacrificio que suponía para mi familia.

Yo, si tuviera la oportunidad de volver al Tribunal, la rechazaría. Creo que fue un momento muy importante, que di un aporte significativo a la historia del Tribunal, pero ya terminó, y no añoro seguir estando ahí.

¿Esa cara visible la reconocen fuera del traje y el TSE?

Sí, pero cada día menos. A mí más bien me sorprende que ahora mucha gente me dice ‘usted me es conocido, pero no sé quién es’. Eso era impensable hace dos años. Sobre todo en gente muy joven, a diferencia de usted por su edad, donde toda su historia como votante me tuvo a mí como referente, pues ya hay gente que son primeros votantes que no saben quién es Luis Antonio Sobrado.

Pero sigo teniendo a gente que me reconoce y gente, en general, que me saluda con mucho cariño, con mucho, mucho cariño.

¿Y usted cómo vive eso? Porque las celebridades o las personas muy conocidas a veces llega un momento en el que adolecen cuando ya no lo son. ¿Extraña eso o más bien lo agradece?  

Dicen que en el Imperio Romano había un funcionario que se le pagaba para ir a la par de los generales victoriosos, cuando entraban en Roma, que le iba susurrando al oído ‘no eres Dios, no eres Dios’, porque es muy fácil envanecerse con cargos de poder, y el cargo de ser presidente de un supremo poder es uno muy importante y hay cierto aspecto de vanidad que está de por medio, pero figúrese que yo nunca perdí contacto a tierra, seguía la máxima de una exjefa mía que decía ‘Toño, en este tipo de cargos hay que tener la cajita cerca de uno para meter las fotos y los chunchitos, porque en cualquier momento se acaba’, y eso lo tuve siempre muy presente.

En mis fines de semana y mis vacaciones recobraba la normalidad de un ciudadano común y corriente y estaba plenamente preparado para volver al anonimato, más bien lo disfruto, más bien disfruto no estar pensando tanto en que alguien me oiga decir una mala palabra, que alguien me oiga hablar de política, ¡que ahora puedo hablar de política! Antes no, así que ya le digo, el reconocimiento y el poder son importantes y para algunos se les va la cabeza, pero ese no es mi caso realmente, yo estaba preparado para seguir siendo el que siempre fui.


¿El final que le tocó fue el que tenía pensado, fue como quería?

Yo pensaba quedarme uno o dos o hasta tres años más en el Tribunal, ya tenía cercano en el horizonte la pensión, que de hecho yo pude pensionarse a los 62 años y cinco meses y me aproveché del transitorio que entró en vigencia poco después, pero no fue así, tuve que hacerlo de manera más abrupta, adelantando uno o dos o tres años mi retiro.

Fue complicado, recuerdo que empecé a sacar poco a poco mis libros personales del Tribunal y tenía una valija y mis compañeros se encerraban en las oficinas cada vez que oían las rueditas de la valija por la por los pasillos del Tribunal, porque les daba mucha tristeza, porque más que compañeros éramos amigos, hermanos, y eso fue difícil de manejar, pero creo que mi gesto fue reconocido por la sociedad costarricense, fue reconocido como un ejemplo de honorabilidad, que es algo que me causa mucho orgullo, haber sido un alto funcionario, un personaje del país, y dar el ejemplo de que cuando hay un choque entre la moral y el interés personal, cuando hay un conflicto en los intereses de uno y el beneficio institucional, hay que hay que saber por quién escoger y hay que sacrificarse. Los que estamos arriba somos los primeros en que tenemos que dar el ejemplo.

¿Renunciar a ese cargo, incluso con el respaldo legal para quedarse, es el reflejo de lo que usted cree que fue como funcionario?

Totalmente, totalmente. Yo enfrentaba dos desenlaces muy negativos: uno que presentara mi excusa y me lo aceptaran, en cuyo caso hubiera ido medio año a ganar un jugoso salario sin hacer nada para ganármelo o, que me rechazaran de excusa y tener que arbitrar el proceso electoral con una hermana política de candidata a la vicepresidencia, haciendo dudar, en un caso de la honorabilidad, y en el otro caso de la imparcialidad del árbitro.

Eso hubiera sido un golpe para la credibilidad del Tribunal, y yo no estaba dispuesto a que por un interés personal resultara una afectación de ese tipo, y eso me retrata, me retrata a mí en mis luces, que también tengo mis sombras, pero también retrata mis luces.

¿Cuáles son esas sombras? ¿Cuáles son esas malas palabras que usted afirma ahora sí puede decir, esa otra cara de una figura que siempre lució tan pulcra en la silla más grande del TSE?

En el caso mío no es una persona tan diferente, pero obviamente hay cosas que yo públicamente no mostraba. Yo no fumaba en público, yo soy fumador y de eso no me enorgullezco, pero es una faceta mía que yo procuraba no mostrar en público. O yo tengo un humor muy negro, que hago reír mucho a la gente, pero es un humor negro y espeso, es otra cosa que yo no me podía dar el lujo de mostrar en público, y como todo ser humano, me enojo, pero el enojo tampoco se puede demostrar porque nuestro pueblo sigue creyendo que el que se enoja pierde, como reza el dicho popular.

Le repito, no muy diferente. Yo soy una persona amable, recta y honorable y lo heredo de mi papá, sin duda, pero hay cosas en que sí había que guardar un poco para la casa y para los amigos más íntimos.

¿Y es coincidencia que uno vea a otros funcionarios, como la propia Eugenia Zamora, que guardan maneras muy similares? ¿Para el TSE se nace o se hace?

Bueno, yo creo que hay un poco de las dos cosas, creo que para ser un árbitro, ya sea en fútbol o en política, hay que tener un cierto talante, sobre todo porque como le decía fuera de cámaras, y repitiendo un escritor argentino, ‘los partidos se pierden por el árbitro o se ganan a pesar del árbitro’. Hay una tendencia a achacar nuestras derrotas al árbitro que, aunque haya resuelto de manera correcta, le tendemos a echar las culpas.

Entonces, para ser el hombre de negro, hay que tener una cierta personalidad, talante y aspiración, pero también cuando uno llega al Tribunal entra en todo un microcosmos cultural, donde el tema de la neutralidad político - electoral es clave en esa cultura, donde el ejemplo que dan los magistrados más viejos de ser pausado, de desarrollar confianza pública, a partir de esa actitud, empieza uno también a aprenderla, a imitarla y finalmente se incorpora, digamos, de manera más intensa, la propia personalidad, así que se nace y se termina de hacer en el ejercicio del cargo.

¿Y alguna vez no logró mantener ese talante?

Bueno, yo creo que en todas las ocasiones importantes y sobre todo en todas las ocasiones públicas, logré mantener esa imagen de ecuanimidad que el cargo demanda. Obviamente las reuniones, los debates en el pleno, a veces son intensos y a veces hasta acalorados. Nunca la sangre llega al río, pero a veces, si tuviera una cámara filmando, quizás se hubieran sorprendido de que de repente se demostraba un poco de intensidad o incluso de enojo, pero nunca perdí esa batalla por mostrarme ecuánime, por mostrar tranquilidad y mesura en el manejo de las complicadas situaciones que se fueron presentando.

¿Y en esos momentos difíciles? Por ejemplo, la recordada elección de 2018.

Yo diría que los momentos más difíciles en todo mi paso por el Tribunal son tres: Primero, el desenlace de la elección (Óscar) Arias – (Ottón) Solís, que por la cercanía de los resultados tuvo una intensa etapa de escrutinio y donde se dijeron cosas que yo creo que los actores hoy se arrepienten de haberlas dicho. Eso fue un momento donde además el Tribunal, aunque yo no ejercía la presidencia, me encargó de ser vocero en ese momento y hubo que plantarse con firmeza, defendiendo la labor del tribunal, no el triunfo de ninguno, y sobre todo, que el asunto se iba a resolver por vía institucional. Esos fueron momentos duros y amargos.

Segundo, el referéndum. El referéndum se vivió desde la sospecha, desde su propio arranque, ya no en la etapa final, sino desde el propio inicio, porque dividió a la sociedad costarricense de una manera bastante irracional, porque el TLC no era tan bueno como decía el Gobierno, ni tan malo como pretendía la oposición; es más, solo en Costa Rica se manejó ese nivel de confrontación social alrededor del Tratado de Libre Comercio, que no lo tuvo el que firmamos luego con China, así que en un tema muy ideológico.

Y finalmente, cercano ya de las últimas elecciones (2018), cuando se estacionaron gentes entre el Tribunal y la Asamblea Legislativa, por espacio de unos 15 días, y un día sí y otro también gritaban consignas contra mí. Eso llega a mellar la autoestima de cualquier persona, pero no, yo dije ‘no, yo estoy aquí para cumplir con lo que me encarga la ley y lo voy a hacer hasta donde pueda’.

Sobre eso último, en las últimas semanas hemos visto manifestaciones similares contra el TSE en medio de una elección municipal, que tradicionalmente no eran las que despertaban esa clase de sentimientos. ¿Le preocupa la realidad que vive ahora el Tribunal?

Bueno, yo creo que Costa Rica está viviendo en un periodo donde ha recrudecido la violencia, la violencia que la vemos en ajusticiamientos en la calle, en homicidios, en cifras nunca vistas, en el trato entre las personas, en los conductores que sacan un revólver cuando se pelean con el conductor de enfrente, niveles de violencia detrás de los cuales hay mucha frustración y desengaño y una serie de sentimientos que si no se manejan madura e inteligentemente, son sentimientos peligrosos.

Esa violencia también se ha enquistado en el diálogo político, es un diálogo que tiende a ser cada día más desabrido, donde los protocolos políticos ya no existen, y por supuesto, también donde el tradicional respeto al Tribunal, que era la constante, se está convirtiendo en algo más del pasado, donde las personas, sin empacho, tienden a mentir cuando una decisión no les es favorable.

Yo le puedo decir a usted, que conozco y conozco muy bien a mis compañeros, que son gente tan honorable como yo, y que conducen el proceso electoral de una manera muy pulcra, y que si hay decisiones que no nos gustan son objeto de debate intelectual, pero no una conspiración contra nadie.

Sí, la elección municipal yo siempre decía que era tremendamente más compleja que la nacional, pero políticamente muy apagada, bueno, eso está empezando a cambiar. Quizás es que estos son los arranques de la elección del 2026, que va a ser una de las elecciones más difíciles de la segunda República en Costa Rica.

Sin duda, hay muchas cosas abiertas y un gran nivel de incertidumbre y yo creo que los actores también se están posicionando de cara a ese difícil proceso electoral nacional dentro de dos años.

¿Los discursos que parecen dictar la política electoral ahora, donde se cuida más la forma que el fondo, cambiarán para siempre la forma de hacer campaña en Costa Rica?  

Sin duda. Yo creo que el 2018 fue una primera alerta de que la política había que hacerla de manera diferente. Ya las familias políticas del pasado ya no pesan, porque hay un electorado nuevo, que ni siquiera sabe que fue la revolución del 48. Ya el tipo de discurso que puede cautivar o que puede rechazar el electorado ha cambiado, y a veces al político le cuesta entender que ese ese cambio le exige readecuar su manera de comunicarse con la gente, en la forma y en el fondo.

Yo creo que hay una gran tarea pendiente que como país tenemos que dar reconstrucción de los partidos políticos, estos u otros, no lo sé, eso dependerá del electorado, pero es una institución que cada vez es menos querida por el costarricense.

Y esos partidos tienen que reencontrarse con la ciudadanía costarricense y hacer entender a la gente que son sus canales de participación, no algo distante que hay que destruir, sino vehículos de participación colectiva para la competencia política. Pero ese reencuentro del ciudadano con los partidos hay que trabajarlo y ese es un gran desafío.

Todas las democracias del mundo han sufrido cuando los partidos o el sistema de partidos se descompone.

¿Y si los jugadores son menos queridos ahora, cómo cree usted que le va a ir al árbitro?

Sin duda tenemos un Tribunal Supremo de Elecciones de prestigio mundial dentro de la primera fila de organismos que son reconocidos por su capacidad técnica, por su independencia, por su buen hacer y, sin embargo, tienen que trabajar en un sistema de partido muy deteriorado, y eso obviamente termina pagando precio, y ese costo a veces es muy, muy elevado.

Yo siempre he dicho que el proceso electoral tiene tres patas, es como un banco: una, la más importante, es la ciudadanía, que es la que elige. Otra es los partidos, que son los que proponen esos candidatos para que la ciudadanía elija; y tercero, es la institución electoral, que es el árbitro de la contienda.

Bueno, yo creo que tenemos una ciudadanía sana, tenemos un Tribunal con grandes fortalezas, pero nos está fallando la tercera pata del banco, entonces el banco está tambaleándose y eso hay que trabajarlo y eso hay que mejorarlo, amén de que la penetración del narcotráfico y el crimen organizado en la política ya es algo más que un riesgo, como lo veía yo hace dos o cuatro años, es una realidad que hay que combatir y eso solo se puede combatir con una institucionalidad partidaria fuerte, permanente, democrática y transparente.

Y yo creo que todos, todos los partidos actuales, nos deben en ese camino que estoy señalando.

En medio de esa situación tan compleja y el debilitamiento de la institucionalidad, ¿se alegra de no estar al frente del Tribunal o más bien desearía estar ahí para el reto?

Viera cuando uno está del otro lado del mostrador, a veces hasta angustia sufre cuando ve los problemas que están enfrentando los actuales dirigentes de la institucionalidad electoral en este caso, pero yo me amarro las manos, yo prefiero no intervenir, salvo que me llamen y me pregunten mi opinión, porque mal haría a esta nueva dirigencia, con compañeros tan extraordinariamente bien preparados, tan honorables, tan rectos y tan capaces, ver la interferencia de aquel que fue la cara de la institucionalidad y que de alguna manera puede ser utilizada para cuestionar sus decisiones.

Obviamente, yo no comparto todas las decisiones que va tomando la institucionalidad electoral, pero creo que no me tengo que meter en ese debate porque más bien serviría para debilitarlos. Realmente vivir la institucionalidad electoral desde las fake news y las maniobras de desinformación, como ahora es y empezó a serlo de manera singular, a partir del 2018, viera que yo le voy a ser sincero y digo ‘qué dicha que ya no estoy ahí’.

Si todavía estuviera ahí, daría lo mejor de mí para manejarlo de la manera más sabia posible, pero no estoy ahí y creo que a mis 62 años es sabio no estar.

Estamos a dos semanas de la elección municipal. ¿Cómo se prepara usted? ¿Es un votante informado como siempre le insistió a las personas que fueran?

Sí, yo el discurso del votante informado no era una pose, yo creo en eso, yo creo que el votante puede ser un votante racional, capaz de indagar información, de recabar y de escoger a la figura más apta y al programa más inteligente, de eso se trata la política. La democracia es un sistema político en donde se confía en la gente y su capacidad de tomar buenas decisiones o de rectificar sus errores.

Esa es la gran apuesta de la democracia, pero también en su gran fragilidad. Yo creo que el Tribunal hizo y sigue haciendo un esfuerzo muy valioso en llevar esos elementos, la prensa también juega un papel complementario en ese terreno, aunque a veces no es fácil.

Creo que esta elección municipal, como todas las municipales, tiene esa gran cantidad de candidatos, es que no se juegan 60 cargos, se juegan 6.000 cargos y en cada cantón hay una elección diferenciada, entonces a veces no hay el cúmulo de información que uno podría desear, pero siempre hay, y siempre existe la capacidad de utilizar todos los recursos para tomar una decisión inteligente.

Yo creo que los problemas no se resuelven dejando de votar, siempre lo dije siendo presidente: ‘el día después de la elección va a haber gobierno, aunque solo voten dos personas’. El sistema está hecho para arrojar un nuevo gobierno, para no generar una situación de anarquía sin dirigencias políticas, y si dejamos esa elección en manos de una minoría, quizás no sea una buena una buena selección de gobernantes, así que todos nos debemos de involucrar.

Estas elecciones son más elecciones de barrio, no tanto en el Gran Área Metropolitana, que son varios anónimos y dormitorios, pero especialmente en los pueblos que tienen identidad propia y pautas culturales inclusive, la gente se conoce, conoce las trayectorias y yo invito a todos a que se interesen por esa dinámica, que agoten los recursos disponibles en el Tribunal, en la prensa, en sus propias comunidades y que se integren al proceso electoral.

Siempre ir a votar es emocionante. Es que la democracia nos da el poder de poner y quitar gobiernos cada dos años, a nivel nacional o a nivel local, y hay que saber aprovecharlo. La mayoría del mundo no tiene esa posibilidad.

¿Y valora la posibilidad de irse todavía más al otro lado e integrarse a un movimiento partidario?

Yo siempre pensé que uno cuando está en el Tribunal, máxime si es magistrado, y sobre todo si es presidente, no puede salirse e inmediatamente incorporarse a la política. Creo que eso da un pésimo mensaje.

Hay algunos ejemplos del pasado que no quiero recordar, en donde se produjo algo similar y yo creo que esa profilaxis es importante.

Ahora hablo de política y me siento liberado de poder hacerlo, pero de ahí a dar un brinco de involucrarme en movimientos políticos, creo que este no es el momento para nada. Es el momento, ni siquiera la próxima elección presidencial. Más adelante se verá, hay escenarios donde yo creo que resultaría inexcusable, para todos, involucrarse en momentos más delicados de la vida del país; pero le repito, no soy yo, por el momento, el que debo de ocupar ese lugar.


¿Qué será de Luis Antonio Sobrado ahora?

Buena pregunta. Hay pequeñas cosas, yo no tengo grandes proyectos, sino pequeñas cosas. Hay que ser realista: estoy en el último tramo de mi vida y el acento está más en el disfrute, más en la familia que en el trabajo. Por eso nos dan una pensión, porque ya no tenemos que ir a trabajar para ganarnos los frijoles que consumimos a diario. Hay que situarse en la edad que yo tengo.

El otro día, en un trámite bancario, hace pocos días, el guarda me dijo póngase en la fila y le digo yo ¿esa? Y me dijo ‘sí, ¿verdad que usted es adulto mayor? Y yo no, no soy adulto mayor, pero me morí de risa, tengo 62 años y dentro de tres años soy técnicamente ciudadano de oro.

Entonces hay que saber aprovecharlo y entender que esta fase de la vida está más situada en el lado del disfrute, de compartir con la familia, de pequeños retos y no de grandes responsabilidades.

Así que mire, he podido retomar cosas como hacer turismo nacional, cosas que no hacía con mi esposa, he retomado hacer un poco de ejercicio, cosa que antes no hacía. Nos hemos mantenido activos maquetando libros electrónicos: hemos hecho un esfuerzo importante por difundir la obra de quien fue mi suegra, doña Nini Chinchilla, y ya le hemos publicado electrónicamente una importante cantidad de los libros que ella dejó, también algunas obras de esposa y algún libro mío también.

Me mantengo también abierto a escribir de vez en cuando, no muchas cosas, pero por lo menos escribir una vez al año, y mantener cierto contacto con los temas electorales y con los temas del derecho constitucional, que es mi formación académica y donde ejercí docencia por 38 años.

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