Maricruz Leiva: "Tuve el 40% del cuerpo quemado y no morí"
En 2018 y tras una intervención estética, la periodista estuvo hospitalizada tres meses y enfrentó tres bacterias. Dice que su vida "es un milagro de Dios".
Hace siete años, la reconocida periodista Maricruz Leiva vivió uno de los momentos más complejos de su vida, cuando accedió a una cirugía plástica láser y le realizaron una mala praxis. La comunicadora josefina, quien ahora tiene 58 años, enfrentó quemaduras en el 40% de su cuerpo y tres bacterias. Para ella, estar viva "es un milagro de Dios".
En una entrevista con Teletica.com, la expresentadora de televisión contó la historia de fe que le permitió salir adelante, luego de años de terapia y tres meses internada "esperando la muerte".
¿Hace cuánto fue que pasó la malapraxis? Y ¿cómo fue que llegó a esta situación?
“Todo pasó a finales de agosto de 2018. Imagínate, ya van a ser siete años. Bueno, básicamente es porque yo tengo esa pequeña agencia de relaciones públicas y una amiga mía me había dicho que se había quitado la papada. Yo siempre he odiado la mía, y en ese momento estaba pensando en repetir el procedimiento. Venía Navidad y yo pensaba: "Ay, qué ganas de quitarme la papada porque se ve tan feo". Ella me dijo: "Vaya aquí, vaya tal".
"Fui por la papada, pero ella (la doctora) me dijo: "Es que yo sé que vos tenés la agencia de relaciones públicas, yo quiero que hagamos un cambio". Al final decidí hacer el cambio por servicios profesionales. Trabajé con ella como por ocho meses, haciéndole cosas, y ella quería hacerme un montón de procedimientos, pero yo solo quería quitarme la papada. Ella insistía en hacerme una 360, como decía ella, pero yo no quería. Solo le pedí que me quitara los gorditos de aquí y de allá. Al final, ella hizo lo que quiso estando yo anestesiada, aunque yo le dije que no quería anestesia y que no iba a pagar un anestesista, porque solo era sacar un poco de grasa. Ella insistió en que necesitaba un anestesista y lo pagó.
"Todo salió mal: me quemó el 40% del cuerpo. Estuve muy grave, porque una persona con quemaduras en el veinte por ciento del cuerpo ya no sobrevive debido al shock séptico. Pero aquí estoy, Dios hizo un milagro en mi vida, aunque con graves consecuencias.
"Sigo con cicatrices en el cuarenta por ciento de mi cuerpo, incluyendo las piernas, porque me tuvieron que hacer injertos de piel. Me infecté con tres bacterias: dos seudomonas y un estafilococo. Gente que se murió por una, yo tuve tres. Tuve el cuarenta por ciento del cuerpo quemado y no me morí. Creo que hay un propósito para todo esto y un testimonio cristiano que no cuento, pero si alguien lo quiere oír, se lo cuento. Dios fue misericordioso conmigo, y aquí estoy”.
A usted le gusta ser vanidosa, muchas veces lo ha confesado, ¿en algún punto se cuestionó si el ser vanidosa es un pecado?
“Yo sé que mucha gente decía: "Eso le pasa por vanidosa". Y yo pensaba: "Ok, déjenme reflexionar sobre eso de ser vanidosa". Un día dije: "Sí, a mí me gusta ser vanidosa. ¿Cuál es el problema? ¿Es malo? A mí me gusta verme con el pelo bonito, siempre andar peinada, cuando voy a una fiesta me gusta maquillarme, arreglarme, como vos lo sabes. En la tele me gusta producirme. No siempre ando así, pero cuando voy a un lugar, me gusta. Sí, soy vanidosa, ¿y cuál es el problema? No entiendo por qué ahora resulta que ser vanidoso es malo. ¿Será que hay grados de vanidad? Porque entonces no nos podemos peinar, ni arreglar el pelo, porque eso es vanidad.
"Si usted se hace unas cosas, eso no es malo, pero si se hace algo malo, ah, eso sí es malo y hay que señalarlo. Nada que ver. Yo no entiendo. Me he dado cuenta de que cuando la gente te juzga, ese juicio es más por un desahogo de basura, de situaciones que tiene en el corazón, que por lo que están hablando. Porque si ves a toda la gente que te juzga, se les derriten por las Kardashian, por ejemplo, que están operadas de arriba abajo. Ahora todo el mundo quiere ser como Lindsay Lohan, que se ha hecho de todo y está divina. Las clínicas están abarrotadas. Solo basta meterte a Facebook y ver cómo alguien publica algo de algún médico, y todos comentan: 'Yo quiero, yo quiero'. Pero todo callado. Dios guarde que alguien se dé cuenta de que te operaste o te arreglaste, porque al parecer eso es malo, es pecado. ¿Y por qué es malo? ¿Por qué es pecado? Nadie juzga a las personas cuando las cirugías les quedan bien, pero conmigo eran groseros y sé que con mucha gente que ha sufrido malapraxis la gente es cruel. No es justo”.
¿Usted sintió culpa por entrar al quirófano por algo estético?
“No, no, a ver, yo sentí culpa de estar con esa doctora. Ahí me sentí tonta, porque dije: “Dios mío, yo soy periodista, ¿cómo le creí? ¿Cómo vi ese montón de títulos que tenía? Y todo era mentira. ¿Cómo me decía cosas y yo le creí?". Le creí, y me sentí tonta. Claro que había una gran culpa en mí, no por el deseo de querer arreglarme algo, ¿vieras que no? No, eso no tiene nada que ver, porque yo no hice nada malo. La que hizo mal fue ella. De hecho, un día estaba hablando con unas amigas y vacilándolas, porque una me decía: "Ay, no ve cómo tengo". Y yo, vacilando, le decía: "Mira, si yo me hago esto y aquello". Y ella me dijo: "Ay, con todo lo que usted pasó". Y le respondí: "¿Es que acaso yo hice algo malo?” O sea, yo no hice nada malo, la que hizo mal fue ella.
¿Cómo manejó todos esos comentarios negativos que las personas le enviaban?
“La mejor manera de manejarlo fue no leyendo nada. Usted no lee nada y es feliz. El que no sabe es como el que no ve. Yo sabía, obviamente, porque miles de personas me escribían mensajes de apoyo, pero también había otros que me escribían cosas horribles. Entonces, yo no leía. Cuando veía un mensaje que decía algo negativo, simplemente no lo leía. Lo veía y ya. Pero en el hospital, esto se ignoraba.
“En el hospital, pasé por la mala suerte de que coincidió con la huelga de todos los servicios de salud. Los médicos no, pero las enfermeras, farmacia y otros servicios estaban en huelga. Fue muy duro para mí, muy difícil. Recuerdo que una vez hice una publicación porque no había comida. Hubo un día que casi me muero de dolor y me tuvieron que mandar a traer morfina. Esperé desde la mañana hasta las diez de la noche, hasta que un enfermero que estaba trabajando pudo ir a recogerla. De nada servía que el médico firmara la morfina si no había quien la trajera o la despachara. Cosas así.
“Pero vieras que yo no leía. Incluso ahora que leo, tengo muchos años de estar en el ojo público. De mí han dicho de todo: que soy loca, fea, gorda. La gente cree que soy gorda por alguna razón, tal vez porque tengo cara redonda. Cuando me ven, me dicen: "Yo pensé que usted era gorda". Pero no importa, que piensen lo que sea. En general, será que me quiero mucho y me importa lo que yo pienso de mí misma, lo que mi esposo, mis hijos, mi familia y mis amigos piensan de mí. Para mí eso es suficiente.
"Cuando una persona señala a otra por una malapraxis de cirugía plástica, "por vanidosa", ese es el mismo argumento del violador o el agresor. A usted la violaron por verse bonita o por andar de buscona, no, no es así. El femicidio, lo justifican porque "le dio vuelta al marido". La gente no se fija en el verdadero culpable. Quien hizo algo malo no fui yo, no fue la mujer violada ni la que lamentablemente falleció. Siempre buscamos culpables, pero no tildamos a lo verdaderos responsables. Eso es revictimización, como sociedad debemos cambiar eso".

¿Cuánto tiempo estuvo hospitalizada y cuánto duró el proceso de recuperación?
"Sí, estuve tres meses hospitalizada, una semana en cuidados intensivos. Mis heridas tardaron aproximadamente un año en cerrarse; las últimas en sanar tomaron ese mismo tiempo. Fueron muy graves, y hasta hoy sigo viviendo con las secuelas. De hecho, hoy me dieron una cita en el Hospital Medicine para el 17 de marzo, en la conjunta médica, para evaluar si hay algo que se pueda hacer. Porque las secuelas son para toda la vida.
“El dolor y el ardor son constantes, 24 horas al día. Ahora mismo, siento un ardor como si la quemadura siguiera viva. Pero he aprendido a vivir con eso. ¿Y qué voy a hacer? No puedo hacer nada, así que seguiré siendo feliz. Eso es algo que me gusta de mí: que, a pesar de todo, sigo sonriendo. No estoy amargada, no guardo rencor en mi corazón. La perdoné, a pesar de que sigue dañando a otras personas. Ha hecho cosas terribles, ha mandado gente al hospital, y lo que más me duele es que no recibe ninguna sanción porque nadie la demanda. Ella y muchos otros médicos que actúan de la misma manera siguen impunes. ¿Por qué? Por miedo al escándalo público, porque implica aceptar que se sometieron a una cirugía plástica. ¿Pero por qué han hecho creer que hacerse una cirugía plástica significa que no te aceptas? ¿Por qué tendría que ser algo malo? Ese cuento de 'acéptese' no tiene sentido
“Un día una amiga me llama y me dice: 'Me quiero hacer esto'. A mí todo el mundo me llama, gente que ni siquiera conozco. Te puedo enseñar mensajes, todo el mundo me pide consejos. Y mi respuesta siempre es: 'Si vas a hacerte algo, no te voy a juzgar. Solo tú sabes tu historia, tu contexto'. Yo no sé si una persona ha vivido toda su vida acomplejada por el tamaño de su busto y quiere reducirlo, o si nunca ha tenido y quiere aumentarlo. ¡Qué felicidad los que dicen: 'Yo me acepto tal como soy'! Pues qué dicha. Pero qué fácil es criticar. Porque si te vieras al espejo y notaras lo fea que eres, no por fuera, sino por dentro, por la forma en que hablas de otras mujeres, de otras personas… pues putica, no podrías aceptarte.
“Así que cuando me escriben, yo les digo: 'Vayan donde alguien que sepa, busquen un cirujano plástico certificado'. Incluso tengo una lista de cirujanos que recomiendo: este, este y este. Cada uno decidirá qué hacerse, pero yo no voy a decirle a nadie: 'No, acéptese'. ¿Qué le pasa a la gente? ¿Por qué le voy a decir eso a alguien si no sé lo que lleva por dentro? Además, la aceptación no tiene que ver solo con el cuerpo, sino con la mente. Después de salir del hospital, pasé por un proceso muy fuerte con una psiquiatra. Decidí ser buena paciente y fui dos años a terapia. Después de todo lo que viví, era necesario. También estuve con la psicóloga Maricruz Quezada, quien me ayudó a entender muchas cosas de mí, incluso por qué no aceptaba partes de mi cuerpo. Eso fue lo más difícil: entenderlo. Pero el hecho de comprenderlo no significa que ahora diga: 'Ay sí, qué duro, bueno, ya, acepto todo lo feo'. ¿Por qué tendría que aceptar todo lo feo? Hay cosas que sí puedo cambiar en mi vida: mental, espiritual y físicamente. Y si esos cambios me hacen sentir más feliz, ¿qué tiene de malo? Yo no veo nada de malo en eso."
Usted dice que detrás de toda esta experiencia hay un testimonio de fe, ¿qué fue lo que pasó?
"Dios no me puso ahí, fui yo, pero Él me permitió vivir. Creo tanto en Dios que soy cristiana evangélica, y estoy convencida de que Él me da una segunda oportunidad porque hay algo que debo cumplir en esta vida. Todavía no he descubierto completamente el propósito, pero creo que son pequeños propósitos, mini propósitos, que poco a poco se van revelando: cosas diarias, aparentemente insignificantes. Pero hay momentos en los que pienso: tal vez Dios me puso aquí este día para poder decirle a alguien: 'Usted no se va a morir, míreme a mí. Yo pasé por esto, esto, esto y esto, y salí adelante'. Puede ser que esa sea mi misión: dar testimonio y que la persona se llene de fe. Al final, la única manera en que yo gané esta batalla fue con fe. Ese es un testimonio claro, grande y diferente. Cuando yo me estaba mal, Dios me anunció la muerte. Me dijo: 'Te vas a morir'. Cada quien escucha la voz de Dios a su manera, y yo la escuché. Dios me dijo que me iba a morir. Sentí la presencia de la muerte a la par de mi cama"

¿Qué sentía usted y qué pensaba usted cuando sentía que Dios le estaba diciendo “vas a morir”?
"Lo que me dio fue una tristeza, no miedo, sino una tristeza profunda, una tristeza que nunca había sentido en mi vida. Pensaba en mis hijos: Erick tenía solo dieciocho años y Maricler veintidós. Pensaba que mi hija algún día se casaría y no podría estar allí para ayudarla, para llevarla al altar, para planificar su boda. Y mi hijo, tal vez se olvidaría de mí, porque tenía solo dieciocho años. Eso me rompía el corazón.
“Dios me dijo que me iba a morir. Sentí la presencia de la muerte a la par de mi cama, pero no la vi. Sabía que estaba allí. Me sentí como si estuviera en un búnker, orando, pero mis oraciones rebotaban. Era el silencio de Dios, esa sensación de abandono total. Nunca lo había experimentado antes. Era un vacío tan profundo, tan desolador. Oraba, pero no sentía nada, no sentía Su presencia. Fue entonces cuando recordé un versículo de la Biblia, de Segunda de Reyes 20:21: 'Ordena tu casa, porque hoy te piden el alma'. Y entendí que era mi momento, que debía poner mi vida en orden.
“Tuve que enfrentar una dura verdad: estaba muy grave, conectada a todos los aparatos posibles. Recuerdo que cuando me operaron por primera vez, lloré, porque sabía que no iba a despertar. Pensaba que no iba a sobrevivir. Pero salí de cuidados intensivos, aunque seguía gravísima. Los médicos y enfermeras me decían que estaba en el área de los desahuciados, esperando que muriera, porque las probabilidades de sobrevivencia eran casi nulas. Una amiga me invitó a leer la Biblia y a clamar por promesas de sanación. Cada vez que encontraba una promesa, la gritaba a Dios: 'Yo tengo fe, Señor, como un grano de mostaza. Yo no me voy a morir'. Me aferré a esas promesas con toda mi alma, y poco a poco, la muerte empezó a alejarse, ya no la sentía en el lazo izquierdo de la cama. Fue como si la muerte me dejara ir, como si la fe me hubiera dado el poder para seguir luchando.
“Recuerdo hablar con un amigo pastor que me dijo que Dios no se arrepiente. Yo le respondí, 'Eso está en la Biblia, y yo lo creo'. Fue como la historia del rey Ezequías, cuando le pidió a Dios más vida con fe, y Dios le concedió quince años más. Así fue como, a pesar de todo, sigo aquí. No sé cuánto tiempo más viviré, pero sé que Dios me ha dado una segunda oportunidad. He salido adelante, paso a paso, con mucho dolor y muchas dificultades, pero aquí estoy. Me duele, aún tengo dolores intensos, especialmente a nivel neurológico, pero sigo viva y estoy feliz”.
¿Cómo cambió la percepción de la vida desde que tuvo tan cerca la muerte? Tanto a nivel personal con sus hijos, con su esposo, a nivel de fe y también a nivel profesional
“Bueno, lo que te puedo decir es que la relación de mis hijos conmigo y de mi esposo conmigo siempre ha sido una relación muy linda. Yo soy profamilia. A mí me interesa lo que piense mi familia de mí, mi esposo, mis hijos, mi mamá, mis hermanas, mis amigos cercanos. Siempre he tenido una relación de primera categoría con mi esposo y con mis hijos, gracias a Dios. Son chiquillos buenísimos, son chiquillos educados, son chiquillos trabajadores. Yo tengo 33 años de casada y imagínate, voy a cumplir 34 ahora en mayo, Dios primero, y eso es lo más importante, todo esto me reconfirma que cuando vos pasás por momentos duros, vos solo tenés a tu familia, de verdad, a tu familia y a tus verdaderos amigos. Pero sobre todo tu familia que es la que te apoya, la que te levanta, la que te da ánimo, la que te cuida, porque cuando yo salí del hospital, salí sumamente mal, muy mal, ¿y quién me tuvo que cuidar? Mi esposo. Mi esposo fue el que me tuvo, y un médico amigo mío, Pedro, que venía a mi casa a hacerme curaciones, o sea, ahí donde vos te das cuenta de los que son tus verdaderos amigos, los amigos más cercanos que siempre estaban atentos a mí.
“Entonces, ¿cómo cambió mi vida? Mi vida cambió para, pienso que, para bien, en el sentido de que he aprendido a no juzgar a la gente, a no juzgar a las mujeres allá cada quién, allá la otra, la otra. O sea, yo a veces veo mujeres que están sumamente operadas y se ven horribles y digo, "Sí, allá ellas." O sea, pues no me gusta a mí, pero probablemente hay algo, no sé qué tendrá por dentro de ella, pero la cosa es no juzgarnos ni nada. Y además he aprendido a vivir la vida cada momento de mi vida. Ya no creo en el ahorro, creo en trabajar fuerte para vivir la vida. A ver, no es que yo sea irresponsable. Yo gasto lo que puedo. Pero no hago planes a largo plazo, yo hago planes a corto y mediano plazo. Y trato de ejecutarlos.
"Son como cosas que yo hago y que aprendí por todo lo que pasé, o sea, usted tiene que vivir el hoy, el ahora, no puede dejar los sueños para después. Y obviamente sí, muy tomada de la mano, o sea, yo hoy en día trato de ser una verdadera cristiana. Aunque se burlen de mí, me digan, me digan mojigata, pandereta, me critiquen. Digan lo que quieran. Yo en el fondo de mi corazón trato de tener una buena relación con Dios. Trato de ser lo mejor posible como ser humano, de ayudar a todo el que yo pueda, de verdad que lo hago de todo corazón y sin que se den cuenta, no me interesa que se den cuenta. Darle un consejo a todo el que pueda y orar por todo el que pueda que está pasando por momentos difíciles. Yo creo que es una labor diaria tratar de ser un buen ser humano todos los días. Eso es", finalizó.

Leiva actualmente enfrenta una disputa legal como la doctora que le realizó la intervención y el caso será elevado a juicio en los próximos meses. Pese al resultado de este caso, Maricruz dice que ella ya encontró paz y seguirá disfrutando de esa segunda oportunidad de vida que Dios le dio.