Por Luanna Orjuela Murcia |26 de diciembre de 2020, 14:30 PM

Decirle a una madre que su hijo tiene leucemia es, sin duda, una de las noticias más impactantes que podría recibir. Nadie quisiera pasar por esta situación, pero lamentablemente fue el caso de Geoconda Molina, una madre amorosa, quien siempre ha velado por su hija Mariela.

Todo empezó el 30 de enero de 2018. Geoconda, en ese entonces, tenía 41 semanas de embarazo. Notó que su hija mayor, Mariela de dos años, estaba muy pálida. Como ella se realizaba chequeos constantes, aprovechó y llevó a la pequeña a unos exámenes de sangre.

Su corazón le decía que algo no estaba bien. Cuando salieron los resultados, no la llamaron a ella, sino a su esposo. Le pidieron que llevara a la niña de urgencia al Hospital de Upala porque sus exámenes salieron alterados.

Todo ese tiempo intentaron ocultarle la situación a Geoconda para que no la afectara en su embarazo. Su esposo llegó a hablarle con una cara llena de miedo. 

"Mi amor, tenemos que hablar", dijo su esposo. "¿Qué pasa?", preguntó. "Pasa algo, pero quiero que te lo tomés con calma, tenemos que llevar a Mariela al hospital porque sus exámenes están alterados", expresó el marido.

Geoconda, desconsolada, abrazó a su hija y no paraba de llorar. Desde Upala, viajaron al Hospital Nacional de Niños (HNN) y ahí le tomaron unas pruebas de médula a su pequeña hija.

Finalmente, se acercó una doctora con un psicólogo a darle la peor noticia de su vida: "mamita no vamos a estar más con rodeos, su hija lo que tiene es leucemia". 

"Este fue el día más duro de mi vida. Cuando ella me dijo eso, quedé como en shock, yo no la podía escuchar, solo podía ver sus labios moviéndose. Lo único que hice fue ponerme a llorar y llorar", aseguró Geoconda.

Mariela quedó internada en el HNN para iniciar con su tratamiento de quimioterapia. En ese momento, la mamá estaba en licencia de maternidad (trabaja como secretaria en la Fuerza Pública) y su esposo laboraba en ese entonces en una carnicería. 

Necesitaban un lugar donde quedarse cerca del hospital para no dejar a su pequeña sola. No tenían dinero, pero empezaron a conseguirlo vendiendo tamales, vigorones, picadillos. Además, contaron con la ayuda de muchos "ángeles", quienes les dieron donaciones para alquilar el apartamento. En momentos donde no tenían ni mil colones, vecinos y amigos les regalaban 50 mil colones para poder pagar dicha vivienda.

"Estuvimos un tiempo en un albergue, pero me dijeron que si yo tenía un lugar que cumpliera con todos los requisitos que exige Trabajo Social, me la podía llevar; pero si no, la tenía que dejar en el hospital. No somos personas adineradas, mi esposo acababa de renunciar y yo estaba con una licencia de maternidad, no teníamos dinero, yo dije Dios mío ayúdanos y gracias al esfuerzo de mi familia y de muchos ángeles que tuvimos, pudimos alquilar un apartamento pequeño que cumple con los requisitos en Barrio Cuba", comentó Geoconda.

Por su embarazo, se le complicaba la situación. Primero estaba retrasada, por tanto estrés no podía dar a luz. Cuando finalmente pudo, fue muy difícil porque no podía estar cerca de Mariela: ella estaba muy débil después del parto y la radiación que recibía su hija provocaba que se descompensara. 

"Todos los días había que llevarla a que se pusiera quimioterapia, pero yo no la podía ver, exponerme a la radiación que ella recibía era muy fuerte. Una vez fui la cambié y las heces eran tan fuertes que me descompensé", contó.

Después de siete duros meses de no poder recibir visitas y estar aislados, por fin en agosto la niña empezó a evolucionar y se encontraba mucho mejor de salud.

"Mariela estaba sin defensas, no podíamos recibir visitas. Si yo quería que mi mamá viniera, no podía porque si traía algún virus era peligroso. Mariela era inmunosuprimida. Así pasó siete meses, en casa encerrada con cubrebocas. Y yo era la mamá más extremista para protegerla a ella", señaló.

En junio de 2020, después de dos años de quimioterapia, finalmente terminó con todos los tratamientos y ahora solo tiene que ir a revisión cada cuatro meses.

"La quimioterapia fue suficiente para que ella se mejorara. Estuvimos a tiempo con la detección de la enfermedad. La doctora me decía, aunque sonara feo, que a los dos años era una edad perfecta para esa enfermedad porque se maneja muy bien en niñas. En junio cumplió los dos años de tratamiento y nosotros estamos súper felices porque hasta la fecha no ha tenido ninguna recaída", dijo.

Geoconda, viéndolo todo en retrospectiva, sabe que aunque fueron los peores momentos de su vida, pero también hubo un lado bonito de la experiencia.

"Cuando pasó lo de la enfermedad, yo estaba como en shock y le decía a Dios '¿por qué me pasa esto? Si Mariela fue una bebé tan esperada (antes de ella había tenido una pérdida). Entonces decía ¿por qué a mí? Si yo la he cuidado muy bien' y estaba como enojada y no tenía fe. Yo a mi bebé nunca le había hablado de Dios, y un día Mariela me dijo 'mira mamá, aquí está Jesús, aquí en este cuarto' y le dije '¿de verdad mi amor?'. Mariela siempre veía a Jesús, entonces entendí como Dios estaba haciendo un milagro con ella, y yo no lo estaba viendo antes. Entonces en ese momento te conectas con Dios y comencé a agarrar mucha fe, empecé a rezar y orar", concluyó.

Todavía recuerda cuál fue su primer pensamiento al saber al noticia. 

"Mi primer pensamiento fue que se iba a morir y uno no tenía esa fe de que todo va a pasar. Ahora cada día la abrazo y la beso y le doy a Dios las gracias y a todos sus ángeles que estuvieron al lado nuestro porque ha sido muy difícil", indicó.

Mariela tiene cuatro años y ya está matriculada para el próximo año empezar materno como una niña alegre y, lo más importante, más fuerte y sana que nunca.