22 de marzo de 2015, 6:00 AM

Life in Colors o La vida en colores es el nombre de la actividad que tuvo lugar, ayer, en el Centro de Eventos Pedregal, en Belén, y que reunió a más de 10.000 almas de diferentes partes del país deseosas de dejarse bañar por litros y litros de pinturas de colores, mover la humanidad a punta de música electrónica y ver gente que, quizá, solo se vería en el Facebook.

Para un daltónico como este servidor, Life in Colors fue una experiencia que retó mi instinto de "supervivencia colorístico".

Les explico: según la medicina el daltonismo -llamado así por el científico John Dalton, quien lo padecía- es un problema genético que dificulta la capacidad para distinguir los colores.  

Están quienes tienen problemas para discernir cualquier color y quienes tienen dificultades para distinguir matices de rojo, verde, café y azul. Yo me ubico en esta segunda categoría.

Por eso, asistir a este "tributo al color" suponía dos cosas: o angustiarme por querer tratar de identificar la paleta de colores que dispararían las cuatro enormes mangueras y seis cañones ubicados estratégicamente para bañar a la mayor cantidad de personas o, simplemente, disfrutar el momento. Opté por lo segundo, aunque al final salí como entré: sin una gota de pintura.

Pero me deleité viendo a decenas y decenas de jóvenes teñidos de pies a cabeza y disfrutando a más no poder.

Encontré a gente del Gran Área Metropolitana, de Liberia y hasta de Paso Canoas -muchachos que llegaron en excursiones desde temprano- y hasta un par de ciudadanos de Ghana (África), muchos estadounidenses, decenas de centroamericanos y un par de italianos. Me comentan que también habían brasileños y canadienses.

Hubo varios lanzamiento de pintura -3.600 galones de pintura- al son de tres Djs nacionales y tres internacionales, que no cesaron de ponchear a los asistentes desde la tarde hasta las 11 p.m.

Entre tanta explisión de colores, impregnada en camisetas, zapatos, pelos, anteojos, bolsos, pantalones y shorts, me llamó la atención -para bien- que una reconocida marca de condones tenía un stand, en el que además de regalar profilácticos tenían juegos educativos.

Confieso que, desde que llegué, los pies no me dejaron quedito; realmente la música estuvo muy buena. Desde luego, reconozco que me ayudó a cargar baterías el perro caliente gigante que comí como a las 6 p.m., porque de otra manera no lo hubiera logrado.

Y entre brincos, lluvia de pintura y ponchis-ponchis este daltónico dejó atrás el Life in Colors, pasadas las 9 p.m., con una lección aprendida: no hace falta identificar los colores; solo es cuestión de disfrutar sus destellos, sin importar si el azul es morado o el verde es café o el celeste es lila o fucsia... o violeta... o morado claro... o azul agua...