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Game of Thrones: "Battle for Winterfell" (Episodio 03)

No cabe la menor duda, que estamos ante un verdadero logro audiovisual que marcará un antes y un después en la historia de la televisión

30 de abril de 2019, 7:24 AM

Por Pablo Vargas | [email protected] | para Teletica.com

'The Battle of Winterfell' nos ha dejado con un mar de sentimientos encontrados que danzan de forma ambigua entre el éxtasis máximo de presenciar una de las batallas más legendarias en la historia de la televisión y la sensación de estar al mismo tiempo ante una tomadura de pelo narrativa de proporciones bíblicas. 

Ocho años de preparación de contexto y construcción de personajes se consumaron en el episodio más esperado en la historia de Game of Thrones.

Desde la primera toma de la serie, David Benioff y DB Weiss nos mostraron que había un peligro que superaba la telaraña de complejas traiciones, títulos y guerras de Poniente por el añorado 'Trono de Hierro'. Nada de cuanto había conocido Westeros a lo largo de su historia de grandes peligros y horrores, se asemejaba al terror de los caminantes y el Rey de la Noche, que durante casi una década llevaban aterrorizando nuestros sueños en su camino hacia King's Landing.

En ese amplio y complejo contexto, encontramos sólo dos caminos para analizar 'The Battle of Winterfell': a nivel técnico y a nivel narrativo.

En la primera categoría, lo que ha hecho el director Miguel Sapochnik, es simplemente épico. Cada uno de los detalles, enfoques, ángulos, secuencias de batalla, tiempos de desarrollo y construcción de las escenas nos ha dejado con el corazón en la mano a lo largo de la hora y veintidós minutos que dura el episodio.

No cabe la menor duda, que estamos ante un verdadero logro audiovisual que marcará un antes y un después en la historia de la televisión. Sapochnik mezcla con aciertos diversos y complejos tonos que evocan lo mejor de grandes directores cinematográficos. 

Es claro que la producción apostó por aumentar la oscuridad como un recurso técnico para ahorrar los costos de animación de la batalla, pero el factor sorpresa juega en contra y conforme avanzan los minutos, entre la acción y el caos, la tensión de la batalla se diluyendo. 

Enumerar el mar de inconsistencias a nivel narrativo que ha presentado 'The Battle of Winterfell' es un ejercicio que nos tomaría más de un artículo.

Una sensación similar de desazón genera el ver como una masa de caminantes avanza imparable contra los personajes terciarios, pero se toma el tiempo para pelear -de uno en uno- contra los protagonistas que lucen invulnerables a pesar de sus incompetencias, generando ese efecto de que sin importar lo que suceda en la batalla, "nadie importante va a morir".

Y la percepción no es errónea. Es una narrativa llena de altibajos en los que los "villanos" siempre están a un paso de la victoria, pero los "buenos" logran salvarse de último momento. Para nuestra fortuna, la escena entre Arya y Melissandre nos devuelve la esperanza de lo inesperado y Sapochnik nos regala uno de los momentos más épicos y memorables de la serie. Son una tormenta de pequeños detalles que se construyen con maestría y demuestran como la mano de su creador aún sigue presente. La profecía de Melissandre entorno a que Arya cerraría "Ojos cafés, ojos verdes y ojos azules" es uno de los puntos más altos de la historia.

Justo cuando todo parece perdido y el crudo final es inevitable. Justo cuando el Rey de la Noche está a punto de cumplir su objetivo de asesinar a Bran, Arya finalmente alcanza su destino, y en movimiento magistral, la daga de vidriagón se clava en el pecho del Rey de la Noche, poniendo fin a la pesadilla.

Al final del camino, la sensación es agridulce entorno a un episodio con altos y bajos. Ocho años de construcción de una amenaza que precedía a todo lo que era el Juego de Tronos, desaparece de la forma correcta, pero no en las circunstancias correctas.

Para nadie es un secreto que el tono de 'A Knight of the Seven Kingdoms' auguraba el final del camino para muchos personajes principales y secundarios de la serie. Y la verdad, lo necesitábamos. Necesitábamos ese golpe moral que la serie tanto nos había prometido. Porque es lo que la hace impredecible. Y ser impredecible es lo que hace a ‘Game of Thrones’ realmente interesante. Por ello, física y emocionalmente, los fans se habían preparado para una batalla épica sin precedentes, al estilo George R. R. Martin, en el que nadie estaba seguro y cualquier podría morir.

No obstante, sin importar las justificaciones emocionales que queramos darles en beneficio de la duda, nada lo que los personajes hacen tiene sentido y toda la historia se convierte en tour le force cargado de deus ex machina que son claro indicadores que la serie ha perdido el peso narrativo que el autor había dotado a su obra original.

A pesar de todas sus virtudes, el mayor de sus pecados: darnos una de las batallas más legendarias en la historia de la televisión y al mismo tiempo, una tomadura de pelo narrativa de proporciones bíblicas. 

Calificación final: 7/10 - Entretenimiento de calidad, con algunas imperfecciones, que no empañan la experiencia global.