Por Deutsche Welle |29 de octubre de 2020, 15:08 PM

Renee Karunungan, una defensora medioambiental de Filipinas, cuenta que ser activista es una forma de estar "expuesta” y ser un blanco fácil para el odio en Internet. Karunungan lo sabe muy bien. "He recibido muchos comentarios sobre mi apariencia física”, dice, cosas como "eres gorda o fea, te voy a violar”. Tales amenazas han sido una de las razones por las que recientemente la activista e investigadora ambiental ha dejado Filipinas para mudarse al Reino Unido.

No hay muchos datos sobre el abuso virtual contra ecologistas, pero Karunungan es una de las muchas afectadas que informa de este aumento. A medida que se introduce en el tejido de la vida digital, a veces la gente olvida el impacto que puede tener un solo comentario, según Karunungan. "El trauma que siente un activista no solo es "online”, sino real y puede golpear muy fuerte”, alerta.

Zona gris

Plataformas como TikTok y Facebook han empezado a responder a los llamamientos para establecer normas más estrictas.

Pero ¿qué es exactamente lo que necesita ser regulado y quién lo debe regular? La definición de cuándo el abuso se convierte en discurso de odio y cuándo el discurso de odio se convierte en incitación ilegal a la violencia, difiere entre los países y las plataformas, y es cada vez más objeto de debate.

"También hay una enorme zona gris”, subraya Josephine Schmitt, investigadora sobre las expresiones de odio en el Centro de Estudios Avanzados de Internet, y las definiciones pueden ser "muy subjetivas”.

Si bien no existe una definición jurídica internacional, la ONU describe el discurso de odio como cualquier tipo de comunicación que ataca a una persona o a un grupo de personas "por su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.

Según varios investigadores y activistas, las campañas ambientales también sirven como factor de identificación para atraer el odio. "Los defensores del medio ambiente son atacados porque sirven de pantalla de proyección para todo tipo de enemistad de grupo”, explica Lorenz Blumenthaler, de la Fundación Amadeu Antonio, que lucha contra la extrema derecha.

Ataques personales en lugar de debate político

Blumenthaler señala que su fundación ha visto un "inmenso aumento” en el discurso de odio contra activistas climáticos en Alemania, especialmente en el caso de jóvenes y mujeres.

Este año Luisa Neubauer, destacada organizadora del movimiento alemán "Viernes para el futuro”, ganó un juicio por los comentarios de odio que recibió por Internet. Esto se produjo después de que el partido de extrema derecha Alternative für Deutschland criticara a Greta Thunberg, comparándola con una figura de culto y burlándose de su autismo.

El hecho de que los ataques a los activistas del clima sean a menudo muy personales y en gran parte vacíos de argumentos es una señal de que "la derecha no ha encontrado una forma real de abordar el cambio climático o desarrollar una narrativa propia”, critica Blumenthaler.

Pero desplegadas como "parte de un conjunto de herramientas” que incluyen "la difamación, la desinformación, el discurso de odio, la amenaza y la incitación a la violencia”, puede ser una forma eficaz de intimidar y silenciar a los activistas, según Lara Wodtke de la Fundación Heinrich Böll.

Mary Menton, investigadora de justicia ambiental de la Universidad de Sussex, dice que en el Brasil de Bolsonaro, por ejemplo, a menudo hay una línea muy fina entre el discurso de odio y las campañas de desprestigio.

Menton ha visto un aumento en el uso de noticias falsas y campañas de desprestigio – tanto en los medios sociales como en los tradicionales – con el objetivo de desacreditar el carácter de los líderes indígenas o hacerlos parecer criminales.

Procedentes de fuentes oficiales, así como de grupos de presión local y conglomerados rurales, estos ataques crean una atmósfera de impunidad para las injurias contra estos activistas indígenas, según Menton, mientras que los propios activistas, "tienen la sensación de ser un blanco fácil”.

La escalada de la intimidación

Ese es un sentimiento que conoce bien Mitzi, organizadora de "¡Jóvenes en marcha por la acción climática!” en Filipinas. "He llegado a un punto en el que a veces pienso que alguien me sigue de camino a casa”, dice. "Estamos todos siempre alerta”.

Mitzi relata que los mayores insultos en la página de Facebook de su organización no son provocados por publicaciones sobre el rescate de animales o la plantación de árboles, sino por aquellos que ponen el punto de mira en las industrias extractivas y piden justicia climática.

Algunos de ellos provienen de "trolls climáticos” internacionales que consideran el cambio climático un engaño y a los activistas demasiado jóvenes y desinformados. Pero los comentarios más aterradores provienen de la comunidad local. "Algunas personas dicen abiertamente que somos terroristas y que no merecemos vivir”, lamenta Mitzi.

En Filipinas, puede ser mortal hablar sobre el medio ambiente. Con 46 asesinatos el año pasado, Global Witness, una ONG que lucha contra las violaciones de los derechos humanos, clasifica el archipiélago como el segundo lugar más peligroso del mundo para los defensores del medio ambiente. Mitzi cree que existe un claro vínculo entre los discursos de odio en Internet y la violencia real.

A menudo el discurso de odio sigue al "etiquetado rojo”, una práctica por la cual los gobiernos y las fuerzas de seguridad califican a los críticos como "terroristas” o "comunistas”. Según Blumenthaler, se trata de una estrategia política para deslegitimar los movimientos: "Estamos viendo esfuerzos similares en Europa, donde la gente es tildada de ecoterrorista”. Mitzi explica que muchos grupos ecologistas temen que sus oficinas sean registradas por la policía y han experimentado ser puestos bajo vigilancia.

El efecto del silenciamiento se extiende a aquellos que lo presencian. "Muchos jóvenes tienen miedo de decir lo que piensan”, añade Mitzi.

Bien organizados y estratégicos

Ed O'Donovan, de la organización irlandesa de derechos humanos Frontline Defenders, explica que a diferencia de los ataques anónimos a los defensores de los derechos humanos por parte de bots, los ataques a los activistas climáticos "a menudo se originan en los medios de comunicación controlados por el Estado o los funcionarios del gobierno”. Estos pueden servir a un propósito muy estratégico, deshumanizando a los activistas para que haya menos indignación cuando son sometidos a un proceso penal, o incluso atacados y asesinados.

El papel de las industrias y empresas extractivas también es importante, añade, destacando cómo se emplean campañas de incitación al odio "muy calculadas” para dividir a las comunidades locales y así obtener la aprobación de sus propios proyectos.

El discurso del odio es una estrategia efectiva de bajo coste y alto impacto, según Wodtke. Desvía la "la atención, los recursos y la energía” de los defensores del medio ambiente, obligándoles a una posición de defensa contra los ataques a su legitimidad.

A través de una débil conexión de Internet, una activista costarricense habla con DW y pide mantener su anonimato. Como mujer indígena, es particularmente vulnerable a los ataques físicos y digitales.

Lo que en última instancia se pierde bajo el odio cada vez más intenso y racista en Internet, dice, es el panorama general: "La sociedad y el gobierno olvidan que somos nosotros los que protegemos a la Madre Tierra y toda nuestra existencia”, concluye.