Por Deutsche Welle |27 de octubre de 2021, 13:53 PM

Durante décadas, libros de historia, textos escolares y relatos oficiales los dieron por muertos. Y ellos mismos crecieron desconociendo sus orígenes o silenciando su pasado.

Las experiencias son compartidas por pueblos originarios como los selknam de Tierra del Fuego (Chile y Argentina), los charrúas Uruguay), los comechingones de la zona de Córdoba (Argentina), los ranculches o ranqueles de La Pampa (Argentina) y los huarpes de Mendoza y San Juan (Argentina).

Persecución y exterminio

Fueron víctimas de la persecución y exterminio por parte de los primeros colonizadores del continente, y también de pioneros posteriores; como ocurrió en Tierra de Fuego, cuando se introdujo la ganadería ovina en la segunda mitad del siglo XIX. Más tarde, con el registro no siempre exacto de la muerte del último hablante, se decretaba la muerte de la cultura.

"Al intento de exterminio físico siguió el genocidio académico, y hoy lo vivimos todos los días, porque tenemos que luchar por el derecho a la existencia”, dice Hema'ny Molina, presidenta de la Corporación Selk'nam Chile y miembro de la Comunidad Covadonga Ona.

Visión purista de la cultura

Como coordinadora del Programa de interculturalidad de la Universidad Católica Silva Henríquez, la antropóloga chilena Constanza Tocornal trabaja con esta comunidad en la búsqueda de antecedentes sobre su sobrevivencia.

"Hasta hace poco, esta historia se escribía desde la visión del pionero que, secundado por los Estados argentino y chileno, habría llegado a llevar civilización y progreso. Las pequeñas historias o espacios más subalternos no tenían cabida", recuerda.

A esto se sumó "una visión purista de la cultura, en que los procesos de cambio están negados, siendo que para mantenerse en el tiempo la cultura tiene que ir cambiando", dice.

Prejuicio evolucionista

"En los Estados modernos, primero hubo declaraciones de extinción precipitadas y después trataron de invisibilizar, homogeneizar y ciudadanizar a las poblaciones indígenas", afirma por su parte la antropóloga argentina Claudia Briones, de la Universidad de Río Negro.

"Es la ideología del blanqueamiento y el prejuicio evolucionista: la idea de que si los occidentales cambiamos somos modernos, pero si otros pueblos cambian, pierden su identidad y dejan de ser indígenas", explica Briones.

Esta investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) observa que "todavía se sigue repitiendo que los argentinos venimos de los barcos, en una profunda negación de las poblaciones preexistentes. Esa ideología fuertemente negadora e invisibilizadora decretó extinciones donde no las había”.

Al mismo tiempo, "las grandes urbanizaciones fueron desplazando a los pueblos indígenas y, después, recibiéndolos como migrantes", señala. Además, la pérdida de la lengua fue usada como criterio para determinar extinción, siendo que "muchos silenciaron su pertenencia como modo de preservación.” En otros casos, se excluía a poblaciones mestizas, aunque hablaran la lengua.

Se exigía demostrar pertenencia de manera muy visible y quienes perdían el idioma, se urbanizaban, escolarizaban o modernizaban, dejaban de ser indígenas. Los censos oficiales contribuyeron al exterminio en el papel, al no considerar a algunos grupos.

"Con criterios como que ya no hablan la lengua, no viven de la caza y la pesca, no cultivan lo mismo que antes, o que ahora usan celular o tienen auto, el Estado ha invisibilizado a estos pueblos", coincide el investigador uruguayo Gustavo Verdesio, profesor del Departamento de Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Michigan.

"Existe una creencia de que el indígena tiene que permanecer idéntico a sí mismo por 500 años, cosa que no se le exige a ninguna otra sociedad. Las sociedades cambian y se puede ser francés o italiano o indígena de muchísimas maneras", insiste.

Identidad y reemergencia

"Es muy difícil luchar contra la desaparición decretada por la autoridad y quienes tienen acceso al discurso. Estos grupos renacen de las cenizas; pero, en realidad, nunca se fueron", afirma Verdesio. Hoy viven procesos de reemergencia, buscando reafirmar la identidad que se reclama como propia y las prácticas que fueron conservando.

"Todavía hay gente atrasada que considera la identidad como algo que establecemos los que tenemos el poder académico y cree tener un 'indigenómetro' que puede definir quién es indígena y quién no. La cultura no es una serie de rasgos fijos, sino que es lo que uno hace. El considerarse perteneciente a algo es lo que constituye identidad", apunta Verdesio.

"Levantados ciertos tabúes clasificatorios, la gente empieza a decir qué siente que es. No son rasgos culturales o físicos fijos, sino que la trayectoria y los propios pueblos definen quiénes son sus integrantes", explica Claudia Briones.

"En vez de poner énfasis en los rasgos perdidos, tratamos de ver por qué se consideran indígenas y empezamos a descubrir la genealogía y las tradiciones que conservan y atesoran. En muchas mujeres, se mantiene la forma de parir charrúa, en el piso, encuclillada, atada con el marido, o el presentar a los niños a la luna al nacer y cierto manejo del herbolario", ilustra Verdesio.

La importancia del reconocimiento legal

Hoy existe un clima político más propicio y la legislación puede facilitar este proceso. Algunas constituciones latinoamericanas consagran Estados plurinacionales y, en la mayoría, la identidad y la pertenencia son un derecho y basta con la autoidentificación. También el Convenio 169 de la OIT, ratificado por toda la región, a excepción de Uruguay, reconoce derechos a los pueblos originarios.

Briones rechaza la crítica de quienes sostienen que estos grupos reaparecen sólo por conveniencia o aprovechamiento y no son realmente indígenas: "Eso es estigmatización y negación, y solo lo dice quien no ha padecido discriminación. Estos procesos internos y colectivos tienen un costo intelectual y afectivo altísimo, son muy complejos y dolorosos, porque hay que hacerse cargo de una historia muy triste. No son un sombrero que uno se pone y se saca a voluntad."

"Estos pueblos buscan el reconocimiento de los crímenes del pasado, como la llamada pacificación de la Araucanía en Chile, la conquista del desierto en Argentina, o la masacre de los charrúas en Uruguay. Quieren compensación por más de 150 años de discriminación y que se reconozca el derecho a la identidad", señala Verdesio.

En opinión de Tocornal, "es importante visibilizar el despojo y la violencia hacia los pueblos originarios, sobre los cuales está fundada la sociedad latinoamericana en general, para finalmente construir una sociedad más justa y con menos desigualdad estructural."

"El reconocimiento legal es un paso muy importante. Es un paraguas frente a la negación y la discriminación, dentro del cual van buscando sus caminos", dice Briones. Y conduce también, concluye, a sociedades más empáticas y pacíficas: "Podernos reconocer en nuestras heterogeneidades hace nuestras convivencias mejores. Ampliar derechos enriquece, nunca es un problema."