Lo que un juego de béisbol me mostró sobre Venezuela y su crisis
Durante una tarde y en torno al Estadio Universitario de Caracas y al deporte nacional vi escenas que definen a grandes rasgos la situación que vive el país y de la que algunos escapan, aunque sea sólo por unas horas.
"¡Sí, podemos. Sí podemos!", claman miles de venezolanos en Caracas. Es un grito de alivio, de esperanza, de fe. Y no, no tiene nada que ver con la política ni con la crisis que vive Venezuela.
Es deporte. Los Leones de Caracas remontan en la penúltima entrada y ganan 4-2 un apasionante clásico capitalino ante los Tiburones de La Guaira.
Continúa viva la posibilidad de jugar la postemporada y pelear por el título.
Durante una tarde pude comprobar cómo el béisbol, el deporte nacional, sirve de alivio para muchas personas y resume a grandes rasgos el carácter del venezolano y la crisis que atraviesa el país.
La escasa afluencia de público, los problemas de dinero en efectivo, las bromas y las risas que definen al venezolano, las minicorrupciones para conseguir una entrada, la pelea de un vendedor con un aficionado, los niños que se suben al tejado de la tribuna para ver el juego gratis o atrapar una pelota perdida…
Todo eso -además de un emocionante partido- es lo que viví el viernes en el Estadio Universitario de Caracas, más vetusto y básico que los predios de béisbol que visité en Estados Unidos, pero también con más encanto y mejores vistas.
Pese a la crisis y la escasa afluencia de un público que ya no se puede permitir gastarse los bolívares en ocio, no es fácil lograr dos entradas.
Tres días antes quise comprarlas por internet, pero ya no pude.
Al día siguiente me desplacé a la tienda de los Leones en un centro comercial y me dijeron que tampoco era posible.
El proceso de ver mi primer partido de béisbol en Venezuela no empieza bien.
El "punto de venta"
Me veo obligado entonces a acudir al estadio el mismo día del partido, a resolver sobre la marcha.
Estoy en Venezuela. Nada más bajarme de la moto, el cuidador con chaleco naranja reflectante ya me ofrece entradas a un precio de 4.000 bolívares, algo superior al oficial.
"Tengo punto de venta", dice de pie sobre la acera ante mi sorpresa.
La máquina para pagar con tarjeta de débito o crédito es quizás el instrumento que mejor explica la devaluación del bolívar y la inflación.
Para pagarle en efectivo por ese precio dos entradas habría necesitado al menos un buen bulto de 80 billetes de 100.
Sigo los conductos oficiales. Al llegar a las taquillas, una larga fila, de esas que ya son habituales para todo en Venezuela.
Allí, una señora se acerca de nuevo a ofrecer entradas de nuevo a un precio de 4.000 bolívares (US$6 al cambio oficial y US$1,5 al paralelo en el mercado negro, el más usado).
"Te lo dejo en 3.500 y te ahorras la colita", presiona. Es tentador. "¿Tiene punto?", pregunto. "No, podemos ir a uno de los puestos de comida, pero cobra el 20% de comisión".
Continúo decidido a hacer la cola y comprar los boletos en taquilla. Otro revendedor es más insistente. "Hace un año para un juego como éste ya las habría vendido", dice mientras muestra un buen puñado de entradas.
Reventas hay en cualquier país del mundo y para cualquier espectáculo. Lo que sorprende en Venezuela es que no se ocultan de los dos policías que están a 10 metros.
Un estadio semivacío
La crisis ha vaciado el Universitario y eso repercute en los aficionados, en revendedores y en el club.
Según los datos de los Leones, hasta el 19 de diciembre había vendido una media de 6.287 entradas por juego para un estadio con aforo para más de 22.000 personas.
"Los precios han bajado porque no se venden las entradas", me explica otro compañero de fila. El estadio de béisbol quizás sea el único lugar de Venezuela donde no hay inflación.
Aunque no es el gran clásico Leones-Magallanes, a dos horas de un duelo entre Caracas y La Guaira ya debería ser imposible conseguir boletos y los aficionados estarían en los alrededores, en las tiendas de camisetas y gorras y en los puestos de comida y cervezas. Unos y otros están ahora vacíos.
Sigo en la fila. Un joven con uniforme de la organización ofrece a los pacientes aficionados ahorrarse la fila por 500 bolívares.
¿Qué dirán las personas que están delante? ¿Y la policía que custodia el orden de la línea?
Los primeros aceptan resignados. ¿Y los segundos? "Pasa, pero quiero mi 'comiquita'", le gritan los agentes al muchacho mientras dejan pasar al pagador. "Comiquita" = comisión.
Al final en taquilla compré dos entradas de precio medio, 3.100 bolívares cada una. El salario básico mensual en Venezuela es de 27.000.
Justo delante de mí hay un joven fanático del Caracas que lleva tres años sin entrar al estadio. "Vine a ver a la familia por Navidad. Vivo en Colombia y ahí es puro fútbol", dice uno de los millones de emigrantes venezolanos que añoran su tierra.
Comienza el partido. El estadio, efectivamente, está muy lejos de llenarse.
Al final terminará con la mitad del aforo completo. La parte de las entradas más baratas, sin techo y sin silla, puro cemento, está prácticamente vacía.
Una cerveza cuesta 700 bolívares. Una bolsa de snacks, 2.700. Unos tequeños (las tradicionales porciones de queso cubiertas de hojaldre), 2.500.
Todos los vendedores que te llevan la comida y la bebida al asiento disponen de punto de venta inalámbrico para cobrar.
"Beso, beso"
Además de con el juego me entretengo con una pelea y con la persecución poco esforzada de la policía para que los niños, buenos trepadores, se bajen del tejado.
"¡Beso, beso!", pide el público a una muchacha a la que un joven le ha entregado una pelota perdida. El venezolano es rápido e ingenioso. Y llega el beso.
Dos hinchas rivales delante de mí también pasan el juego echándose bromas. Detrás, un joven baila con cada buena acción del Caracas frente a sus amigos de La Guaira.
Y en las pausas del juegos se activa la "dance cam". Cuando la imagen enfoca a unos aficionados deben bailar. Y responden.
Venezuela parece normal. En el país de la crisis, la gente se divierte. Tras meses escribiendo de escasez, pobreza, hospitales sin insumos, problemas monetarios y violencia, hasta me sorprende.
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"Esto sirve para drenar y olvidar tanta vaina", me dice con una sonrisa Julio, un veterano con camisa de los Leones. Calcula que se puede gastar 5.000 bolívares cada partido. "El que es fanático viene como sea", dice. Ya no acude tan a menudo, pero aún se lo puede permitir de vez en cuando.
"Lo que pasa es que antes venías con 20.000 y te lo gastabas. Ahora sabes que tienes que volver a casa con 10.000", agrega a su lado César.
"No es que sea un sacrificio, pero ahora te lo piensas más", me dice María Fernanda, que viene acompañada de Efraín, su pareja. "No lo podemos hacer todas las semanas", dice.
Tensión en la tribuna
¿Y el partido? Durante el juego no se habla de la escasez, no se critica al gobierno de Nicolás Maduro ni a la oposición, ni se hacen planes para dejar el país. Al menos por unas horas.
Se critica al árbitro, se insulta al rival, se ensalza al héroe. Como en cualquier espectáculo deportivo de cualquier país.
Hay tensión conforme avanzan las entradas y los Leones pierden, pero es un sufrimiento distinto al del día a día.
Una jugada con tres carreras en el octavo inning da la vuelta al partido. El Universitario es puro éxtasis. Los Leones mantienen su racha positiva y pueden llegar a la postemporada y luchar por el título.
"Sí podemos", gritan los aficionados. Algunos quizás hagan un sacrificio para acudir a otro juego.