Por Stefanía Colombari |23 de septiembre de 2017, 4:36 AM

Finalizaba nuestro segundo día en el Kurdistán iraquí y ahora los anfitriones nos llevaban hasta un concierto que había organizado el gobierno kurdo. 

Se trataba de uno de los tantos que se realiza para motivar a su pueblo a asistir el próximo 25 de setiembre a votar a favor de la independencia.

Tanto Cristian (Cubillo, camarógrafo) como yo coincidimos en que nuestros ojos no habían visto nada igual. ¡Cuánta emoción! ¡Cuanta algarabía! ¡Cuánta pasión!

Ver a miles de personas ondeando sus banderas, cantando, bailando... todo a favor de  tener algo que usted y yo tenemos: una nación reconocida como tal (incluso aunque no queramos o podamos vivir en ella).

Los kurdos son el grupo étnico más grande sin un territorio propio y, esa noche durante el concierto, la gente lo quería manifestar al mundo. 

La actividad se llevó a cabo en un parque de Erbil que es muy similar al Parque Metropolitano La Sabana, en San José.

Al llegar, las autoridades me indicaron que como mujer debía ingresar por la puerta de al lado, mientras que Cristian y Azad, amigo del Dr. Ihsán -nuestro anfitrión-, lo harían por la entrada más grande en donde estaban los militares. 

En mi caso, una joven me revisó con sus manos de arriba a abajo. Al salir, Cristian tuvo que sacar todo su equipo para que los soldados lo examinaran, hasta que finalmente aprobaron su entrada.

Poco a poco nos fuimos acomodando para nuestra grabación. No pasó mucho tiempo para ser objeto de miradas curiosas. De la misma forma se nos fueron acercando las personas con la intención de ser entrevistados, en medio de la música, los gritos y los bailes.

Nos hablaban en kurdo y con decepción agachaban la mirada cuando les contestaba que hablábamos solo inglés. Algunos tenían sus turbantes, otros sus trajes tradicionales kurdos y otros con ropa occidental. Niños, grandes y adultos nos rodeaban. 

Súbitamente un joven alto  se acercó diciendo “My name is Nazar. I speak English”, y eso fue el inicio para escuchar de primera mano los sentimientos de este pueblo, a través suyo y de otras personas cuyos relatos él nos ayudó a traducir. 

La gente afirmaba merecer los mismos derechos con los que goza cualquier otra nación, qué habían visto ya mucho dolor tras el cruel régimen de Saddam Hussein -que cayó en el 2003- y que el Gobierno de Irak no les ayudaba en nada. Incluso una niña nos decía querer vivir en un país como todos los demás.

Los Peshmergas, ejército kurdo capaz de combatir a Daesh o ISIS -Estado Islámico- como se le conoce de forma más popular, estaban presentes.

No solo estaban velando por la seguridad, sino también sumados a su pueblo. Con alegría agitaban las banderas kurdas y aprovecharon para afirmar con toda convicción que Daesh tenía ya muy poca fuerza en la región. 

Era emocionante poder compartir y entrevistar a estos verdaderos guerreros, quienes por esa noche habían dejado las armas de lado en nombre de la libertad.

Fue especialmente conmovedor ver a la gente tocando nuestros hombros, cabeza y manos para pedir obtener fotos con nosotros. 

¡Les gustan mucho las fotos!, afirmé. A lo que Nazar me contestó: ¨Nunca antes habíamos visto a un equipo periodístico extranjero y menos uno que se interesara por nuestra causa”.

Si una actividad de campaña política o un partido de fútbol genera tal nivel de pasiones, un pueblo con deseos de libertad es capaz de emanar la energía necesaria para tocar a cualquier corazón.

Este es quizá el único momento en el que todos los ciudadanos de un lugar pueden estrechar sus manos, sin que ninguna diferencia medie y para nosotros había quedado perfectamente claro.